jueves, 18 de agosto de 2016
Mt 22, 34-40 El Mandamiento Más Grande: Ama a tu Dios y a tu Prójimo
En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a él. Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?"
Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas"
Los escribas y los fariseos planearon herir y matar a Jesús. Sus conversaciones con Jesús no eran necesariamente para aprender de Él sino para hacerle caer en las trampas que le conducirían a sus planes para matarle. Siguiendo estos planes, ellos le plantearon esta pregunta: "¿Cuál es el mandamiento de la ley es el más grande?"
En tiempos de Jesús, la Torá incluía más o menos 613 mandamientos. Los rabinos dividían la Torá en 365 mandamientos prohibitorios que correspondían con el número de días en un año y 248 preceptos obligatorios. Jesús respondió directamente. El hizo hincapié en el punto principal citando el libro del Deuteronomio: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente." Lo que es excepcional en su respuesta es que Jesús unió el primer mandamiento de “amar al Señor” con el segundo mandamiento “amar al prójimo” en un solo mandamiento. De esta manera, Jesús resumió toda la ley de Moisés y los profetas. Por lo tanto, Jesús incluyó los demás mandamientos en uno: amar a Dios y amar a los demás.
La pregunta pareció ser un desafío; sin embargo, una vez más Jesús les sorprendió con su respuesta. En ese momento, los judíos estaban influenciados por los fariseos, los escribas, los doctores de la ley y los saduceos. Ellos conservaban la ley sólo como ley. Sin embargo, el Evangelio de Jesús les recordó los puntos principales en la nueva ley: el amor. Con el amor del Señor, podemos encontrarnos con Él, y con el amor a los demás también podemos encontrarnos con El. Es inútil cuando la ley se conserva sin su espíritu o sólo por la misma ley. En este caso la ley se convertiría en la base de las directrices para los muertos y no para los vivos.
De hecho, no es fácil amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente y amar al prójimo como a uno mismo. Sin embargo, Dios nos invita a practicar este amor. Todos mis pensamientos, todas mis acciones deben tener como propósito glorificar a Dios, santificar su Nombre y hacer su Voluntad. ¡Amar a los demás como a sí mismo es realmente difícil! ¿Cómo podemos perdonar y recibir a los que nos hacen daño y manchan nuestra reputación cuando los consideramos como nuestros hermanos y hermanas?
Sólo siguiendo el ejemplo de perdón y de amor de Jesús aprendemos la lección de amar incondicionalmente como Aquel que perdona siempre, que ama incluso a sus enemigos, que sirve como un siervo humilde, y que da la vida por los demás. El amor incondicional al prójimo fluye del amor incondicional de Dios. Porque, ¿cómo podemos amar a Dios con todo nuestro corazón, mente y alma y no amar a nuestro prójimo que también es creado a imagen y semejanza de Dios?
¡Oh, mi Señor, mi Dios! Nos has enseñado a amarte a Ti primero y sobre todas las cosas porque Tú nos has amado primero. Tú nos ha enseñado a amar a los demás porque somos hermanos y hermanas. ¡Somos tus hijos! Cada uno de nosotros está hecho a tu imagen y semejanza. Danos la fuerza para vivir el mandamiento del amor, oh Señor nuestro Dios, y para amar a nuestro prójimo. Somos débiles y sin el apoyo de tu gracia, no te podemos adorar ni amar, sino tan solo seguir a los ídolos. Sin el apoyo de tu gracia, no tenemos la capacidad de amar a los demás; especialmente a los que nos han herido y nos odian. Concédenos la gracia que necesitamos para amar a los demás de la misma manera que nos has amado. Ayúdanos a buscar la felicidad y la salvación de los demás a través de nuestras vidas siendo ejemplos luminosos de tu amor; ayúdanos a olvidarnos de nosotros mismos para servir a los demás incondicionalmente. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.
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