miércoles, 17 de agosto de 2016

Eze 36:23-28 les daré …Les daré un corazón de carne.






Esto dice el Señor: "Yo mismo mostraré la santidad de mi nombre excelso, profanado entre las naciones, profanado por ustedes en medio de ellas, y reconocerán que yo soy el Señor, cuando por medio de ustedes les haga ver mi santidad. Los sacaré de entre las naciones, los reuniré de todos los países y los llevaré a su tierra. Los rociaré con agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus inmundicias e idolatrías. Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les infundiré mi espíritu y los haré vivir según mis preceptos, y guardar y cumplir mis mandamientos. Habitarán en la tierra que di a sus padres; ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios"





 El contexto de esta página, transformada en himno por la liturgia, quiere captar el sentido profundo de la tragedia que vivió el pueblo en aquellos años. El pecado de idolatría había contaminado la tierra que el Señor dio en herencia a Israel. Ese pecado, más que otras causas, es responsable, en definitiva, de la pérdida de la patria y de la dispersión entre las naciones. En efecto, Dios no es indiferente ante el bien y el mal; entra misteriosamente en escena en la historia de la humanidad con su juicio que, antes o después, desenmascara el mal, defiende a las víctimas y señala la senda de la justicia.

A la luz de esas palabras se logra comprender el significado de nuestro cántico, lleno de esperanza y salvación.

Después de la purificación mediante la prueba y el sufrimiento, está a punto de surgir el alba de una nueva era, que ya había anunciado el profeta Jeremías cuando habló de una "nueva alianza" entre el Señor e Israel (cf. Jr 31, 31-34). El mismo Ezequiel, en el capítulo 11 de su libro profético, había proclamado estas palabras divinas: "Yo les daré un corazón nuevo y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios" (Ez 11, 19-20).

En nuestro cántico (cf. Ez 36, 24-28), el profeta repite ese oráculo y lo completa con una precisión estupenda: el "espíritu nuevo" que Dios dará a los hijos de su pueblo será su Espíritu, el Espíritu de Dios mismo





 Así pues, no sólo se anuncia una purificación, expresada mediante el signo del agua que lava las inmundicias de la conciencia. No sólo está el aspecto, aun necesario, de la liberación del mal y del pecado (cf. v. 25). El acento del mensaje de Ezequiel está puesto sobre todo en otro aspecto mucho más sorprendente. En efecto, la humanidad está destinada a nacer a una nueva existencia. El primer símbolo es el del "corazón" que, en el lenguaje bíblico, remite a la interioridad, a la conciencia personal. De nuestro pecho será arrancado el "corazón de piedra", gélido e insensible, signo de la obstinación en el mal. Dios nos infundirá un "corazón de carne", es decir, un manantial de vida y de amor (cf. v. 26). En la nueva economía de gracia, en vez del espíritu vital, que en la creación nos había convertido en criaturas vivas (cf. Gn 2, 7), se nos infundirá el Espíritu Santo, que nos sostiene, nos mueve y nos guía hacia la luz de la verdad y hacia "el amor de Dios en nuestros corazones" (Rm 5, 5).

Así aparece la "nueva creación" que describe san Pablo (cf. 2 Co 5, 17; Ga 6, 15), cuando afirma la muerte en nosotros del "hombre viejo", del "cuerpo del pecado", porque "ya no somos esclavos del pecado", sino criaturas nuevas, transformadas por el Espíritu de Cristo resucitado: "Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador" (Col 3, 9-10; cf. Rm 6, 6). El profeta Ezequiel anuncia un nuevo pueblo, que en el Nuevo Testamento será convocado por Dios mismo a través de la obra de su Hijo. Esta comunidad, cuyos miembros tienen "corazón de carne" y a los que se les ha infundido el "Espíritu", experimentará una presencia viva y operante de Dios mismo, el cual animará a los creyentes actuando en ellos con su gracia eficaz. "Quien guarda sus mandamientos -dice san Juan- permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio" (1 Jn 3, 24)







 como hijos e hijas. Que la contemplación de tu Palabra traiga paz en medio de nuestras dificultades, ánimo a nuestra predicación y gloria a tu Santo Nombre. Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén




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