Hermanos: Por lo que toca a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestro encuentro con él, les rogamos que no se dejen perturbar tan fácilmente. No se alarmen ni por supuestas revelaciones ni por palabras o cartas atribuidas a nosotros, que los induzcan a pensar que el día del Señor es inminente. Que nadie los engañe en ninguna forma.
Dios los ha llamado para que, por medio del Evangelio que les hemos predicado, alcancen la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así pues, hermanos, manténganse firmes y conserven la doctrina que les hemos enseñado de viva voz o por carta.
Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras.
San Pablo escribe una segunda carta a los Tesalonicenses con el fin de aclarar y desarrollar la enseñanza de la segunda venida de Cristo que él escribió en la primera letra. La comunidad cristiana de Tesalónica consistía en su mayoría de los cristianos gentiles. También fue objeto de persecución por parte de la fundación que en aproximadamente el 50 A. D.
En cuanto a la segunda venida de Cristo, o la Parusía, Pablo vio la necesidad de corregir el error de que era inminente. Los cristianos no vieron la necesidad de continuar responsabilidades, como el trabajo, si la Parusía era inminente. De ahí que Pablo escribe que los que no trabajan no deben comer. San Pablo enseña que hay indicios de que se procederá a la Parusía. En particular, se centra en el "hombre de pecado", también conocido como el Anticristo que engañar a la gente y el Estado como si fuera Dios.
La carta subraya el fomento de la fe de los tesalonicenses en medio de los obstáculos que enfrentan. Los cristianos son propios para dirigir el uno al otro de error y animarse unos a otros en el comportamiento apropiado, que es digno de la fe que han recibido.
Hoy agradecemos a Dios por los dones que hemos
recibido, por vivir una vida de acuerdo al llamado que nos ha hecho. A
lo largo del camino, necesitamos ánimo y orientación para poder decir,
como san Pablo, “he librado bien la batalla, he corrido hasta la meta,
he conservado la fe (2 Tim 4,7).”
Es fácil desanimarse. Por diferentes razones podemos perder la confianza en el poder de Dios. Nuestra relación con Dios es como cualquier otra relación en nuestra vida: hay momentos de confianza, comprensión, afirmación y amor. Pero, con frecuencia, es difícil encontrar dónde está Dios en medio de lo que no funciona o está débil en nuestras amistades, matrimonio o consagración religiosa.
El reto que se nos presenta es no desanimarnos. El desánimo está basado en falsas esperanzas o expectativas autoimpuestas que pueden ser irreales, es decir, que no afrontan la realidad de la condición humana. A veces, podemos elaborar teorías sobre dichos momentos para tratar de darle sentido a nuestra situación. Y luego, las defendemos a todo costo, como lo vemos en los saduceos y muchos otros.
La realidad de la condición humana es la de haber sido redimida en Cristo. “Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no según nuestras obras sino de acuerdo a su propio designio y a la gracia que nos ha concedido en Cristo…” La pérdida de confianza en Dio no puede arreglarse esperando que Dios haga más por nosotros. Todo lo necesario ha sido hecho y se está haciendo. Lo que nos queda es entregarnos a nosotros mismos al poder de Dios con un espíritu de valentía para “reavivar el don de Dios que se nos ha dado”. Así descubrimos y, lentamente, aceptamos la impotencia de nuestras obras y nos abrimos a la obra de Dios, creada por amor, y compartimos su fortaleza frente a las dificultades de la vida, para dar testimonio del poder del Evangelio.
Es fácil desanimarse. Por diferentes razones podemos perder la confianza en el poder de Dios. Nuestra relación con Dios es como cualquier otra relación en nuestra vida: hay momentos de confianza, comprensión, afirmación y amor. Pero, con frecuencia, es difícil encontrar dónde está Dios en medio de lo que no funciona o está débil en nuestras amistades, matrimonio o consagración religiosa.
El reto que se nos presenta es no desanimarnos. El desánimo está basado en falsas esperanzas o expectativas autoimpuestas que pueden ser irreales, es decir, que no afrontan la realidad de la condición humana. A veces, podemos elaborar teorías sobre dichos momentos para tratar de darle sentido a nuestra situación. Y luego, las defendemos a todo costo, como lo vemos en los saduceos y muchos otros.
La realidad de la condición humana es la de haber sido redimida en Cristo. “Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no según nuestras obras sino de acuerdo a su propio designio y a la gracia que nos ha concedido en Cristo…” La pérdida de confianza en Dio no puede arreglarse esperando que Dios haga más por nosotros. Todo lo necesario ha sido hecho y se está haciendo. Lo que nos queda es entregarnos a nosotros mismos al poder de Dios con un espíritu de valentía para “reavivar el don de Dios que se nos ha dado”. Así descubrimos y, lentamente, aceptamos la impotencia de nuestras obras y nos abrimos a la obra de Dios, creada por amor, y compartimos su fortaleza frente a las dificultades de la vida, para dar testimonio del poder del Evangelio.
Te rogamos, Señor, que tu gracia nos fortalezca y nos sane, de modo que nos alegremos siempre por la cercanía de tu Reino. Renueva nuestros corazones para que encuentren espacio en la atareada agenda de hoy, de modo que optemos por tener tiempo a solas contigo. Ayúdanos a mirar todo lo que nos rodea, especialmente a quienes más necesitan de tu misericordia. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amen
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