jueves, 11 de agosto de 2016
Mt 19, 3-12 No abandones al amor de tu juventud
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerle una trampa: "¿Le está permitido al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo?" Jesús les respondió: "¿No han leído que el Creador, desde un principio los hizo hombre y mujer, y dijo: 'Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, para unirse a su mujer, y serán los dos una sola cosa?' De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Así pues, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Pero ellos replicaron: "Entonces ¿por qué ordenó Moisés que el esposo le diera a la mujer un acta de separación, cuando se divorcia de ella?" Jesús les contestó: "Por la dureza de su corazón, Moisés les permitió divorciarse de sus esposas; pero al principio no fue así. Y yo les declaro que quienquiera que se divorcie de su esposa, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, y se case con otra, comete adulterio; y el que se case con la divorciada, también comete adulterio". Entonces le dijeron sus discípulos: "Si ésa es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse". Pero Jesús les dijo: "No todos comprenden esta enseñanza, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. Pues hay hombres que, desde su nacimiento, son incapaces para el matrimonio; otros han sido mutilados por los hombres, y hay otros que han renunciado al matrimonio por el Reino de los cielos. Que lo comprenda aquel que pueda comprenderlo"
En las Bienaventuranzas Jesús expuso la voluntad de Dios de transformar la realidad presente. Aunque esta meta se realizará en el futuro, el Sermón del Monte ofrece desde ahora una orientación para el comportamiento humano. Mediante seis ejemplos Jesús ilustra cómo se realiza la justicia mayor que caracteriza la vida en el Reinado definitivo de Dios: 1- sobre la ira; 2- el adulterio y la lujuria; 3- el divorcio; 4- la coherencia entre palabra y acción; 5- la resistencia no violenta al mal; 6- el amor a los enemigos).
Y en cada caso presenta un contraste entre la formulación de la Ley de Moisés («habéis oído que se dijo a los antepasados…») y la interpretación que de ella hace («Pero Yo os digo…»). De este modo Jesús recurre al método de intensificación moral de la Ley, que era usado también por otros maestros. Consistía en considerar al precepto pequeño tan importante como el grande, porque una transgresión leve puede llevar más tarde a una pecado grave. Lo que no se frena en el interior del corazón, se vuelve después incontrolable en la acción.
Esta preocupación por evitar no sólo las transgresiones de los preceptos, sino el cuidar también las ocasiones que conducen hacia el pecado, estuvo presente en la tradición sapiencial bíblica. En el caso de no cometer adulterio, implicaba también no mirar con deseo, porque se puede comenzar mirando, …y terminar actuando: «Aparta tu ojo de mujer hermosa, no te quedes mirando la belleza ajena. Por la belleza de la mujer se perdieron muchos, junto a ella el deseo arde como fuego» (Eclo 9,8).
Pero Jesús no se queda únicamente en una exhortación sapiencial. Él actúa como intérprete de la Ley y de su carácter obligatorio. Y lo hace suprimiendo el privilegio (masculino) del repudio, formulado en el Deuteronomio: «Si un hombre se casa con una mujer, pero después le toma aversión porque descubre en ella algo que le desagrada, y por eso escribe un acta de divorcio, se la entregará y la despedirá de su casa» (Dt 24,1).
Para sostener tal postura Jesús remite a la voluntad creadora de Dios.
Jesús continúa la tradición profética sobre el matrimonio, sostenida poco antes por Juan el Bautista (en su crítica a Herodes Antipas y Herodías), pero presente ya en Maloqueas: «YHWH es testigo entre tú y la esposa de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo así que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza. ¿No ha hecho él un solo ser, que tiene carne y espíritu? Y este uno ¿qué busca? ¡Una posteridad dada por Dios! Guardad, pues, vuestro espíritu; no traiciones a la esposa de tu juventud. Pues yo odio el repudio, dice YHWH Dios de Israel, y al que encubre con su vestido la violencia, dice YHWH Sebaot. Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición» (Mal 2,14-16).
Esta visión intransigente (que hoy puede parecer conservadora) es profundamente contracultural. No está suponiendo la institución matrimonial como contrato entre varón y mujer con igualdad de deberes y derechos, sino un modelo patriarcal vigente en aquella cultura, donde el varón puede repudiar a su esposa, dejándola en libertad (¡y desamparo!) para que otro varón pueda ser su nuevo dueño. Jesús, como otros profetas, no apoya ese orden social establecido, al que considera resultante de «la dureza de vuestro corazón» (Mt 19,8).
Conforme al Reino de Dios que predica, Jesús remite a la voluntad original del Creador, aquella que en la oración se suplica que se realice «en la tierra, como en el cielo». Y en el caso del varón significa dejar de ser dos (uno por encima del otro), unirse en situación de igualdad con la «que es hueso de sus huesos y carne de su carne», y «hacerse una sola carne» con ella (Gn 2,23-24).
Dios nuestro, que desde el principio diste al varón la ayuda inseparable de la mujer, para que ya no fueran dos, sino una sola carne, mantén a los esposos íntimamente unidos, haz que sean padres fecundos y que después de una vida larga y feliz, gocen de la paz y la alegría de tu Reino. Amén.
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