miércoles, 19 de agosto de 2015

Lectura del santo evangelio según san Mateo 22,1-14:



En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»




La invitación al banquete que el Señor prepara es para todos. Con independencia de que la parábola presente unos primeros destinatarios de la invitación (inevitable cuando la imagen utilizada es la de un banquete), aparecen en ella todas las posibles “listas” de invitados que se podían pensar. Llamada universal, que nos invita a sentirnos incluidos sea cual sea nuestra situación en cada momento de la vida, y también a evitar la tentación de considerar que en principio puede haber grupos de excluidos de esa invitación. Ambas cosas parecen elementales y fáciles de entender, pero con frecuencia resultan más difíciles de vivir a fondo, de experimentar como gracia.





Estar invitados no nos obliga a asistir a ese banquete. El inabarcable tema de nuestra libertad. Mil razones y argumentos nos pueden inclinar a elegir otros caminos diferentes, a considerar que la vida puede ser más rica o más plena vivida al margen de esa invitación…
Que la enigmática frase con que Mateo termina la parábola, objeto de múltiples reflexiones de los especialistas, no nos sumerja en cavilaciones a las que es difícil encontrar respuesta, sino que nos mueva a desear tener el “traje apropiado”, la actitud adecuada para participar con alegría del banquete al que estamos invitados. Y que encontraría una perfecta traducción en la respuesta que hoy nos propone el salmo responsorial: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.




 
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
 
Sal 39,5.7-8a.8b-9.10 
 
.        Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras,
que se extravían con engaños.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.»

–Como está escrito en mi libro–
«para hacer tu voluntad».
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. 
 
 
                       
 


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