lunes, 24 de agosto de 2015

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 1-8




Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil.
A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor -apoyados en nuestro Dios- para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones.
Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.
Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.                        





Pablo no pone sordina a la emoción cuando evoca el nacimiento de la comunidad cristiana de Tesalónica, hace memoria de cómo se condujeron los misioneros, Pablo y sus cercanos colaboradores. Éstos predicaron el Evangelio con valentía, al desinteresado modo, y con un insobornable espíritu de servicio. Que son palabras de autodefensa, puede que sí, pero la intención de Pablo no es de luces cortas: manifiesta bien a las claras para el que quiera tomar nota, que ninguna dificultad tiene entidad suficiente para impedir la proclamación del Evangelio ni para arrugar a los predicadores, pues éstos no se dedican a defender causas personales, sino la causa de Dios, el evangelio de Dios.


 
 
Porque una cosa es que la proclamación del Evangelio se adapte y tenga en cuenta las mediaciones históricas y culturales de cada momento y destinatarios, pero otra cosa muy distinta es que el mensaje evangélico sea adulterado, manipulado, rebajado su contenido liberador y humanizador. Porque la predicación del evangelio no es una comunicación que lee un funcionario, ni un mensaje que traslada una institución para que llegue a sus miembros; es, tiene que ser, ante todo un servicio de amor, con todo lo que se enriquecen juntos evangelio y amor.
 
 
 


SEÑOR, intentar ser cristiano de apariencias es no ser cristiano; querer ser cristiano sin compasión es no ser cristiano. A mí me pides hoy: que respete el derecho de los demás, que mi amor sea profundamente compasivo y misericordioso, que viva el Evangelio con sinceridad. Es el punto de partida para ser cristiano. Sólo con la ayuda de tu gracia podré ser así.



 
 
 
 
 

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