lunes, 31 de agosto de 2015

Lucas 4, 31-37



En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.
Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús le intimó: «¡Cierra la boca y sal!»
El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño.
Todos comentaban estupefactos: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.                        




A la hora de concretar la propuesta salvadora de Jesús de Nazaret, el evangelio recalca la fuerza sanadora de su Palabra. Ésta nos viene dada repleta de fuerza, fecunda en su eficacia contra el mal que deshumaniza a este maltrecho hombre de la sinagoga de Cafarnaúm. Jesús dice y hace, mira desde el corazón y se compadece, sabe encajar el dolor de los que a él se acercan y asume nuestras dolencias hasta el misterio de su muerte. El poderío de su Palabra estriba en su transparencia, en la sinceridad de su presencia, en la fuerza de su corazón, en el contenido liberador de sus expresiones y, sobre todo, en la experiencia de un Dios Padre-Madre al que le duele el dolor de todos sus hijos.




Padre-Madre que en ningún instante dejará de ejercer de tal, aunque los hijos le demos la espalda. Por eso, el mal reculaba ante la presencia del Maestro de Galilea, el proyecto del Reino de los cielos se abría camino, las gentes buscadoras constataban que una nueva vida es posible de la mano de la Palabra nueva, la que dice y hace verdad, la que por su virtud hace posible que todo lo nuestro, todo lo humano, pueda ser nuevo.




 
Salmo 26,1.4.13-14
 
 
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida
 
 

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?

Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
 
 



domingo, 30 de agosto de 2015

Tesalonicenses 4, 13-17



Hermanos: No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él.






 Ante la eterna pregunta que los hombres de todos los tiempos nos hacemos sobre el final de nuestra vida, San Pablo nos recuerda la respuesta que los cristianos, gracias a Cristo, damos: “Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él”. No, no es la muerte el final de nuestro caminar humano. Nuestro destino final es la vida, pero no la vida como la de esta tierra, donde lo bueno se mezcla con lo malo, lo justo con lo injusto, el amor con el desamor, la fidelidad con la infidelidad… sino la vida como la desean todas las fibras de nuestro corazón, la vida en plenitud, la felicidad en plenitud, donde todo lo malo, lo raquítico, lo desasosegante, lo que nos hace sufrir, va a desaparecer para toda la eternidad.






 Estamos enrolados, gracias a Cristo Jesús, en una historia de salvación no de perdición, una historia donde el caos, el vacío, el fracaso van a ser eliminados para siempre y no entrará en el diccionario vital de las personas humanas. Así nos lo ha prometido Cristo Jesús, que es Dios y es hombre y tiene recursos suficientes para cumplir tan bella y gozosa promesa: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera, vivirá y vivirá para siempre”. No es extraño que san Pablo exhortase a los primeros cristianos: “No os aflijáis como los hombres sin esperanza”.





 Alfarero del hombre, mano trabajadora
que, de los hondos limos iniciales,
convocas a los pájaros a la primera aurora,
al pasto los primeros animales.

De mañana te busco, hecho de luz concreta,
de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro, vigor, origen, meta
de los profundos ríos de la vida.

El árbol toma cuerpo, y el agua melodía;
tus manos son recientes en la rosa;
se espesa la abundancia del mundo a mediodía,
y estás de corazón en cada cosa.

No hay brisa si no alientas, monte si no estás dentro,
ni soledad en que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia; vivir es este encuentro:
tú, por la luz; el hombre, por la muerte.

¡Que se acabe el pecado! ¡Mira que es desdecirte
dejar tanta hermosura en tanta guerra!
Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte
de haberle dado un día las llaves de la tierra. Amén.



jueves, 27 de agosto de 2015

Lectura del santo evangelio según san Mateo 25, 1-13






En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-«Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas.
Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó una voz:
¨¡ Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las sensatas:
"Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámpa-ras."
Pero las sensatas contestaron:
"Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis."
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
"Señor, señor, ábrenos."
Pero él respondió:
"Os lo aseguro: no os conozco."
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.» 








La parábola de las diez vírgenes es una invitación a la vigilancia. Vigilar no significa vivir con miedo y angustia, quiere decir vivir de manera responsable nuestra vida de hijos de Dios, nuestra vida de fe, esperanza y caridad. El Señor espera continuamente nuestra respuesta de fe y amor, constantes y pacientes, en medio de las ocupaciones y preocupaciones que van tejiendo nuestro vivir.
La vigilancia tiene que ser en el cristiano una actitud constante, porque no basta sólo con iniciarnos en el camino que nos lleva al encuentro con Cristo, como las vírgenes que tomaron sus lámparas, sino que hay que perseverar aun en medio de las dificultades, sin ceder a la tentación de la vida cómoda y aburguesada.
San Agustín, cuya fiesta celebramos hoy, ilustra bellamente esta idea de la perseverancia: “¿Acaso no son las vírgenes prudentes las que perseveran hasta el fin? Por ninguna otra causa, por ninguna otra razón se las habría dejado entrar sino por haber perseverado hasta el final…Y porque sus lámparas arden hasta el último momento, se les abren de par en par la puertas y se les dice que entren”.







El “aceite” que nos mantiene vigilantes es la oración, la intimidad con Jesús. Ya lo dijo Él a sus discípulos: “Velad y orad, para no caer en la tentación”.
Sorprende en este Evangelio el comportamiento de las vírgenes sensatas, que negaron su aceite a las necias que lo habían olvidado. Sin embargo la intención del autor sagrado es poner de manifiesto que la vigilancia es personal, nadie puede suplirnos en esta tarea. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, escribió San Agustín.
Pidamos al Señor que nos ayude a estar siempre en vela.







Sal 96, 1 y 2b. 5-6. 10. 11-12

Alegraos, justos, con el Señor. 

 

 El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Justicia y derecho sostienen su trono.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre. 








miércoles, 26 de agosto de 2015

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-13




        Hermanos, en medio de todos nuestros aprietos y luchas, vosotros, con vuestra fe, nos animáis; ahora nos sentimos vivir, sabiendo que os mantenéis fieles al Señor. ¿Cómo podremos agradecérselo bastante a Dios? ¡Tanta alegría como gozamos delante de Dios por causa vuestra, cuando pedimos día y noche veros cara a cara y remediar las deficiencias de vuestra fe! Que Dios, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a veros. Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.




La perícopa que hoy nos acompaña nos relata la reacción de Pablo, ante las noticias que Timoteo trae de Tesalónica.
La reacción es ante todo de gran alegría, de la que surge el agradecimiento a Dios por los hermanos tesalonicenses, agradecimiento por su fe y por el gozo que experimenta Pablo al saber de ella. También de esta alegría surge el deseo de estar juntos, de estar en comunión celebrando. Y cómo no, surge el deseo y la petición de que aquello que hace que se permanezca en la fe: el amor, de unos con otros, por todos y para todos, crezca, progrese y sobreabunde.





Estas respuestas de Pablo: alegría, acción de gracias y petición de más amor, nos pueden resultar cercanas y comprensibles, sobre todo cuando las cosas van bien. Lo que llama la atención de este texto es la capacidad de Pablo de escuchar las buenas noticias de otros y alegrarse por ellos, “en medio de nuestras congojas y tribulaciones”. Pablo no lo está pasando bien, pero en medio de sus dificultades es capaz de mirar más allá de sí mismo y de lo que a él le pasa, es capaz de poner en el centro los motivos y situaciones de los demás y alegrarse, todo ello en la fe y el amor en Jesús. Encontramos aquí una llamada a salir de nuestras preocupaciones y dificultades, que siempre las hay, para acoger las alegrías, las buenas situaciones, que también pasan a nuestro alrededor.
Otra llamada la podemos ver en Timoteo, llega este discípulo y lo que da son buenas noticias. Viene hablando bien de los hermanos y hermanas de Tesalónica. En medio de nuestro mundo, casi siempre hay quejas acerca de la cantidad de malas noticias que recibimos y vemos, críticas sobre los demás y sus acciones,…, como si no ocurriese nada bueno, nada digno de provocar nuestra alegría ni en la realidad ni en las personas. Pero Timoteo nos muestra cómo es posible contar cosas buenas, provocar buen ambiente, alegría y agradecimiento: Timoteo sobreabunda en el amor y nos invita a hacer lo mismo.
¡Seamos portadores de buenas noticias!





Sal 89, 3-4. 12-13. 14 y 17
 
Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.
 
 
Tú reduces al hombre a polvo, diciendo:
«Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
 
 






martes, 25 de agosto de 2015

Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,23-26):



En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera.» 






 Jesús hace una denuncia profética de los falsos predicadores de Dios, concretándolo en los escribas y fariseos, pero sus palabras van mucho más allá de aquella época histórica y nos interpelan claramente a los cristianos de todos los tiempos, a nosotros que ahora leemos el texto de San Mateo y de seguro que conocemos muy de cerca esta realidad que denuncia el Señor. No puedo menos que recordar el testimonio de un auténtico profeta de nuestros tiempos: Oscar Romero, arzobispo de San Salvador, que fue asesinado por denunciar en nombre de Cristo las injusticias y las hipocresías de quienes se confesaban cristianos y explotaban a los más pobres del pueblo.







Al igual que afirmábamos en el texto de Tesalonicenses, la verdadera predicación del Reino de Dios ha de ser sincera, comprometida y valiente. La hipocresía es una grave enfermedad que desmiente muchas veces a nuestra Iglesia.
¿Cómo es mi predicación del Evangelio? ¿Doy testimonio? ¿Sigue hoy siendo actual la denuncia profética de Jesús? ¿Reconozco en la Iglesia a verdaderos Profetas del Reino?


Sal 95,10.11-12a.12b-13

Llega el Señor a regir la tierra 

 Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.»

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos.

Aclamen los árboles del bosque,
delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad. 

 

 

 

 










lunes, 24 de agosto de 2015

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 1-8




Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil.
A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor -apoyados en nuestro Dios- para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones.
Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.
Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.                        





Pablo no pone sordina a la emoción cuando evoca el nacimiento de la comunidad cristiana de Tesalónica, hace memoria de cómo se condujeron los misioneros, Pablo y sus cercanos colaboradores. Éstos predicaron el Evangelio con valentía, al desinteresado modo, y con un insobornable espíritu de servicio. Que son palabras de autodefensa, puede que sí, pero la intención de Pablo no es de luces cortas: manifiesta bien a las claras para el que quiera tomar nota, que ninguna dificultad tiene entidad suficiente para impedir la proclamación del Evangelio ni para arrugar a los predicadores, pues éstos no se dedican a defender causas personales, sino la causa de Dios, el evangelio de Dios.


 
 
Porque una cosa es que la proclamación del Evangelio se adapte y tenga en cuenta las mediaciones históricas y culturales de cada momento y destinatarios, pero otra cosa muy distinta es que el mensaje evangélico sea adulterado, manipulado, rebajado su contenido liberador y humanizador. Porque la predicación del evangelio no es una comunicación que lee un funcionario, ni un mensaje que traslada una institución para que llegue a sus miembros; es, tiene que ser, ante todo un servicio de amor, con todo lo que se enriquecen juntos evangelio y amor.
 
 
 


SEÑOR, intentar ser cristiano de apariencias es no ser cristiano; querer ser cristiano sin compasión es no ser cristiano. A mí me pides hoy: que respete el derecho de los demás, que mi amor sea profundamente compasivo y misericordioso, que viva el Evangelio con sinceridad. Es el punto de partida para ser cristiano. Sólo con la ayuda de tu gracia podré ser así.



 
 
 
 
 

domingo, 23 de agosto de 2015

Lectura del santo evangelio según san Juan 1,45-51:




En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.»
Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»
Felipe le contestó: «Ven y verás.»
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»
Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?»
Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»
Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús le contestó: « ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»          





Podía haber sido de otra manera. Pero Dios lo dispuso así. Nos envió a su propio Hijo, a Cristo Jesús, para que nos regalase su misma vida divina: “A cuantos le recibieron les dio el poder de venir a ser hijos de Dios”. Nos hizo a todos hijos y hermanos y así fundó la comunidad de sus seguidores, la iglesia. Y Jesús eligió a doce amigos, a los que llamó apóstoles, con los que convivió durante un cierto tiempo, con intensidad. Les declaró sus intenciones, les habló de su Padre Dios, de su proyecto sobre toda la humanidad, al que llamó reino de Dios, esa comunidad de personas, de hijos y hermanos, que dejan que Dios sea el Rey y Señor de sus vidas y guíe siempre sus pasos.
Les instruyó debidamente, al tiempo que les fue demostrado su gran amor hacia ellos. “Como el Padre me ha amado así os he amado yo”, y les aseguró que nada ni nadie les podrá separar de su amor. Cuando, a través de su vida, muerte y resurrección, les convenció de su verdad, de que lo suyo era buena noticia, les pidió que la divulgasen por todo el mundo para colmar de alegría, de sentido y de esperanza a todos sus oyentes.





Todos sus apóstoles, esos doce cimentos, de los que nos habla el, Apocalipsis , donde fundamentó su obra, su iglesia, después de la muerte y resurrección de su Maestro Jesús, dedicaron su vida a difundir la buena noticia de Jesús, al tiempo que iban nombrando sucesores suyos que perpetuasen su obra, la obra de Jesús.
El evangelio nos cuenta el inicio de la relación de Jesús con Natanael, San Bartolomé, uno de los doce, cuya fiesta celebramos hoy. Una relación en la que, poco a poco, rindió emocionado toda su persona a Jesús y a su proyecto evangelizador. Según una tradición, recogida por Eusebio de Cesarea, Bartolomé marchó a predicar el evangelio a la India donde murió martirizado.





 Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado
 
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y la majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
        de los que lo invocan sinceramente.     
 
         



              

jueves, 20 de agosto de 2015

libro de Rut 1,1.3-6 14b-16.22




En tiempo de los jueces, hubo hambre en el país, y un hombre emigró, con su mujer Noemí y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la campañía de Moab. Elimelec, el marido de Noemí, murió, y quedaron con ella sus dos hijos, que se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá y la otra Rut. Pero, al cabo de diez años de residir allí, murieron también los dos hijos, y la mujer se quedó sin marido y sin hijos. Al enterarse de que el Señor habla atendido a su pueblo dándole pan, Noerm, con sus dos nueras, emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab. Orfá se despidió de su suegra y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí.
Noemí le dijo: «Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios. Vuélvete tú con ella.»
Pero Rut contestó: «No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios.»
Así fue como Noemí, con su nuera Rut, la moabita, volvió de la campiña de Moab. Empezaba la siega de la cebada cuando llegaron a Belén.




Fidelidad, infidelidad, pérdidas, muertes de seres queridos, escasez, migraciones, falta de comida, futuro incierto, debilidad, dolor, angustia, idolatría, sufrimiento…conversión. Todo esto aparece en esta primera lectura en el relato del libro de Rut, y aunque esto ocurrió hace muchos siglos, al fondo no está muy lejos de nosotros porque el corazón humano es igual ayer, hoy y siempre.
En esta historia cabe destacar tres personajes: Noemí y sus dos nueras, Rut y Orpá. Diez años lejos de la tierra prometida han sido suficientes para que Noemí experimentara que lejos de Dios sólo hay amargura y desolación, lejos de Dios no hay vida. Ella ha perdido todo, su marido, sus hijos…Se siente sola, viuda y en tierra extranjera. Dios nos deja siempre libres y en nuestra libertad podemos alejarnos del que es nuestro Hacedor.
Nos dice la Escritura: “La paciencia de Dios es nuestra salvación”. Dios comprende nuestra debilidad y como un padre bueno espera que volvamos de nuevo a Él. Como el hijo pródigo retorna a la casa del padre, así Noemí se pondrá en camino de vuelta a Belén, tierra de salvación. La cruz y el sufrimiento es lo que nos hace volver a Dios.



Gran contraste entre las dos nueras de Noemí. Orpá se rige por la razón y no por la fe, ella volverá a su pueblo y a sus dioses. Hay gente que se conforma con una vida chata y vive de tejas para abajo, sin tener presente que existe el Cielo y la Vida Eterna.
Por el contrario, Rut acoge la fe de Noemí, sigue la llamada de Dios y, fiada en el Señor, sale de su tierra, como Abrahán. Rut es símbolo de la obediencia y disponibilidad de los paganos a abandonar la vaciedad de los ídolos para seguir el camino de la fe y ser fiel al único Dios verdadero.
Y ahora pensemos, ¿en cuál de estos personajes nos vemos reflejados?
¡ Que el Señor nos conceda serle siempre fieles, incluso en los momentos de conflicto interior!




 
Sal 145,5-6ab.6c-7.8-9a.9be-10
 
Alaba, alma mía, al Señor
 
 
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él.

Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
  tu Dios, Sión, de edad en edad.  
 
 
 
 
 
 
                        


miércoles, 19 de agosto de 2015

Lectura del santo evangelio según san Mateo 22,1-14:



En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»




La invitación al banquete que el Señor prepara es para todos. Con independencia de que la parábola presente unos primeros destinatarios de la invitación (inevitable cuando la imagen utilizada es la de un banquete), aparecen en ella todas las posibles “listas” de invitados que se podían pensar. Llamada universal, que nos invita a sentirnos incluidos sea cual sea nuestra situación en cada momento de la vida, y también a evitar la tentación de considerar que en principio puede haber grupos de excluidos de esa invitación. Ambas cosas parecen elementales y fáciles de entender, pero con frecuencia resultan más difíciles de vivir a fondo, de experimentar como gracia.





Estar invitados no nos obliga a asistir a ese banquete. El inabarcable tema de nuestra libertad. Mil razones y argumentos nos pueden inclinar a elegir otros caminos diferentes, a considerar que la vida puede ser más rica o más plena vivida al margen de esa invitación…
Que la enigmática frase con que Mateo termina la parábola, objeto de múltiples reflexiones de los especialistas, no nos sumerja en cavilaciones a las que es difícil encontrar respuesta, sino que nos mueva a desear tener el “traje apropiado”, la actitud adecuada para participar con alegría del banquete al que estamos invitados. Y que encontraría una perfecta traducción en la respuesta que hoy nos propone el salmo responsorial: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.




 
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
 
Sal 39,5.7-8a.8b-9.10 
 
.        Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras,
que se extravían con engaños.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.»

–Como está escrito en mi libro–
«para hacer tu voluntad».
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. 
 
 
                       
 


martes, 18 de agosto de 2015

Lectura del libro de los Jueces 9,6-15




En aquellos días, los de Siquén y todos los de El Terraplén se reunieron para proclamar rey a Abimelec, junto a la encina de Siquén.
En cuanto se enteró Yotán, fue y, en pie sobre la cumbre del monte Garizín, les gritó a voz en cuello: «¡Oídrne, vecinos de Siquén, así Dios os escuche! Una vez fueron los árboles a elegirse rey, y dijeron al olivo: "Sé nuestro rey." Pero dijo el olivo: "¿Y voy a dejar mi aceite, con el que engordan dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?" Entonces dijeron a la higuera: "Ven a ser nuestro rey." Pero dijo la higuera: ¿Y voy a dejar mi dulce fruto sabroso, para ir a mecerme sobre los árboles? " Entonces dijeron a la vid: "Ven a ser nuestro rey." Pero dijo la vid: "¿Y voy a dejar mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?" Entonces dijeron a la zarza: "Ven a ser nuestro rey." Y les dijo la zarza: "Si de veras queréis ungirme rey vuestro, venid a cobijaros bajo mí sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Libano



                
 


Este fragmento de Jueces, narra una pequeña parábola que Jotam pronuncia ante los vecinos de Siquem. Su hermanastro Abimelek, se ha proclamado rey de Siquen, destronando y matando a los setenta herederos de Gedeón y persigue a Jotam que ha podido huir.
La historia del pueblo de Israel se va conformando en una trayectoria enrevesada, con momentos de fidelidad al Señor y otros de confusión y regresión idolátrica hacia dioses terrenales. Pero la presencia del Señor y su fidelidad son para siempre. El mismo Jotam invoca la conciencia recta de los vecinos de Siquem y su recta disposición ante el Señor para aceptar el destino que el nombramiento de Abimelek como rey significa para el Pueblo de Dios y para su futuro personal. Son tiempos confusos, en el reino del norte que conforman la historia de Israel. La figura del Rey es contestada y el mismo Yahvéh ha perdido intensidad salvadora en el pueblo






Estos relatos nos animan a no perder de vista la providencia divina que muchas veces escribe recto con renglones torcidos, que desaparece de lo evidente y nos fuerza a hacer un ejercicio mayor de fe en nuestras vidas, pero que a la postre siempre está presente y podemos abandonarnos a su amorosa benevolencia.

 
 


                                                                  Sal 20,2-3.4-5.6-7 
                                                        Señor, el rey se alegra por tu fuerza

 

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia.