En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.
Y le dijeron a gritos: «¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?»
Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando.
Los demonios le rogaron: «Si nos echas, mándanos a la piara.»
Jesús les dijo: «Id.»
Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.
Claro que no siempre nos gusta que nos saquen de nuestra seguridad. Los gerasenos vivían muy tranquilos. Sus endemoniados eran un problema pero lo tenían localizado al haberlos encadenado en el cementerio. Los gerasenos vivían tranquilos. No habían pensado que para Jesús, el enviado de Dios, la salud, la vida, de aquellos endemoniados era más importante que todos los cerdos del pueblo. Quizá fuera posible que los gerasenos deseasen verse libres de los endemoniados. Pero no al precio de perder su riqueza, su comodidad, su seguridad. Era preferible que aquellos hombres sufriesen si ése era el precio a pagar por vivir bien. Lo que hace Jesús no les gusta. Por eso, le echan del país. Sin contemplaciones. Sería interesante examinar en qué zonas de nuestra vida no queremos que entre Jesús porque, aunque un poco endemoniados, preferimos no movernos de donde estamos.
Señor Dios nuestro:
Tu hijo Jesucristo se compadeció
de gente rechazada y botada por la sociedad
y los regeneró como seres humanos.
No nos permitas nunca juzgar a nadie
ni rechazarlo fuera de nuestras comunidades.
Que dejemos el juicio solo para ti
porque solamente tú conoces
lo que está ocurriendo
en el corazón de los hombres.
Haznos afables y compasivos
por Jesucristo nuestro Señor.
Tu hijo Jesucristo se compadeció
de gente rechazada y botada por la sociedad
y los regeneró como seres humanos.
No nos permitas nunca juzgar a nadie
ni rechazarlo fuera de nuestras comunidades.
Que dejemos el juicio solo para ti
porque solamente tú conoces
lo que está ocurriendo
en el corazón de los hombres.
Haznos afables y compasivos
por Jesucristo nuestro Señor.
Que la justicia fluya como agua y la rectitud como un manantial que no
se agota". Si podemos ser justos y buenos, el Señor nos escuchará y
aceptará nuestra ofrenda, porque entonces formará parte del sacrificio
de Jesús.
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