En aquellos días, Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «tienda del encuentro». El que tenia que visitar al Señor salía fuera del campamento y se dirigía a la tienda del encuentro.
Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que éste entraba en la tienda; en cuanto él entraba, la columna de nube bajaba y se quedaba a la entrada de la tienda, mientras él hablaba con el Señor, y el Señor hablaba con Moisés.
Cuando el pueblo vela la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba y se prosternaba, cada uno a la entrada de su tienda.
El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después él volvia al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba de la tienda.
Y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él, proclamando:
-«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado, pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación.»
Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra.
Y le dijo:
-«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»
Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua; y escribió en las tablas las cláusulas del pacto, los diez mandamientos
¿Qué tenemos que hacer para escuchar la voz de Dios y ver el rostro de
Dios como lo vió Moisés? El problema se encuentra en que nosotros
queremos escuchar la voz de Dios como escuchamos la voz de nuestros
familiares, de las personas con las que nos relacionamos… es decir, como
quien escucha la radio. Pero en el lenguaje humano hay interferencias:
muchas veces escuchamos cosas distintas a lo que los otros están
diciendo, incluso muchas veces estamos escuchando, pero no estamos
prestando atención… muchas veces interpretamos lo que los otros dicen
según nuestros parámetros… Dios sabe de esta forma de escuchar por medio
de sonidos, de los ruidos, de las palabras sonoras con interferencias…
pero, no es la forma más adecuada para comunicar las cosas
verdaderamente importantes para poder vivir, para que seamos felices…
Dios habla en el corazón de la personas, como los amigos, como Dios y
Moisés. Dios habla el lenguaje genuinamente humano, el lenguaje que no
falla, en el que no caben interpretaciones: el lenguaje del corazón.
Dios nos está hablando cuando amamos, Dios nos habla cuando ponemos una
palabra de acuerdo en vez de una palabra de discordia… Dios habla dentro
de nosotros cuando nos sentimos en armonía con nosotros mismos, cuando
nos sentimos habitados por una fuerza que nos rebasa… Pero sobre todo
Dios grita en el sufrimiento humano, en el dolor de las personas. Ahí es
donde Dios remueve nuestra tierra, nuestra seguridades… y mueve nuestra
fuerzas para socorrer a quien lo necesite. Así es Dios…
la afirmación clara de que el ser humano puede “hablar” con Dios y
“ver” a Dios cara a cara. Esta experiencia de ver y escuchar a Dios hace
consciente al ser humano de su pequeñez al lado de Dios, de quien ha
recibido todo, como bien nos dice Moisés: “Perdona las culpas de este
pueblo de dura cerviz y hazlo heredad tuya” Y la hace también consciente
de su propia grandeza al poder comunicarse con Dios.
Sal 102, 6-7. 8-9. 10-11. 12-13
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles.
Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles.
Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
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