Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Hemos cambiado los papeles: en una visita anterior a la casa de Lázaro, María se queda sentada escuchando a Jesús mientras Marta se afana en las tareas domésticas. Ahora parece como si María estuviera molesta y evita salir al encuentro del Señor, se queda en la casa, tal vez atendiendo a los visitantes. Marta sí se olvida de la casa y de los invitados y sale presurosa al encuentro del amigo. ¡Siempre hay que salir al encuentro con Cristo!
«Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Lázaro lleva ya cuatro días muerto y la putrefacción del cadáver era notoria y evidente el triunfo de la muerte; sin embargo, Jesús puede acercarse a la boca de la tumba y llamar: «Lázaro, sal fuera». Un imperativo que no admite discusión y que hace recobrar la vida al muerto.
Es la autoridad que emana del hombre cuya vida es coherente con sus palabras, ha encontrado a Dios en su corazón y está en comunicación consigo mismo, que tiene una fe grande en Dios y ha sabido encontrarlo en su interior. Marta ha descubierto a ese hombre; ha visto en Jesús al Hijo de Dios y pone toda su confianza en él. Sí, sabe que su hermano resucitará en el día final, pero también sabe que cualquiera que sea la situación actual, Dios concederá todo aquello que un hombre de fe firme, Jesús, le pida.
Marta ha dejado de estar entre los pucheros y ha entregado toda su fe y su vida a Jesús donde ha podido encontrar también «la resurrección y la vida».
Es difícil vivir una fe como la que Marta deja traslucir en su actitud y pregona con sus palabras. Tal vez si pudiéramos encontrar en nosotros mismos una sombra de esa fe, si fuéramos capaces de confesar desde el fondo del alma que Jesús es el Hijo de Dios, el que había de venir, el que vino y quedó para siempre en nosotros y le siguiéramos, no nos parecería extraordinario hacer salir a un muerto de su tumba.
- ¿Seríamos capaces de soportar la visión de un reflejo de Dios?
- ¿Hasta dónde llega nuestra fe en Jesús?
Sal 33 Bendigo al Señor en todo momento
Bendigo al Señor en todo momento,su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias.
El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.
Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario