miércoles, 15 de julio de 2015
Evangelio según san Mateo (11,25-27):
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Una de las mayores búsquedas del ser humano es la del sentido de su vida. Si no fuéramos capaces de contestar vitalmente a la pregunta ¿para qué estoy aquí? ¿Cuál es el sentido de mi vida? no encontraríamos la auténtica felicidad. El ser humano no se llena ni se conforma con cualquier cosa. No somos fáciles de contentar. Si llenamos nuestra vida de experiencias superfluas sin escuchar la voz interior que habla en nuestro corazón, tarde o temprano nos damos cuenta de que todo eso no nos satisface y nos impide caminar felices.
Los creyentes en Dios tenemos una ventaja respecto a los no creyentes; podemos preguntarle al Padre, cuál es nuestra misión. Podemos encontrar en Él el sentido de nuestra vida. Lo podemos hacer porque Él es nuestro creador, nos conoce muy bien, mejor que nosotros mismos. Y precisamente porque estamos en la mente de Dios, Él tiene una propuesta de vida para cada uno de nosotros. Podemos preguntarle: “Señor, ¿qué quieres de mí?”
Oh Dios, fuego que se quema sin consumirse, Dios de Abrahán, Isaac y Jacob: Tú eres nuestro Dios, el Dios del pueblo. Danos plena consciencia de que tú te has comprometido con nosotros de modo irrevocable y sin reservas. Continúa con nosotros tu aventura de amor, sigue liberándonos hoy del mal en nosotros y en el mundo, y condúcenos a tu tierra de perenne libertad, por medio de Jesucristo nuestro Señor.
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