martes, 21 de julio de 2015

evangelio según san Juan (20,1.11-18):

 
 
 
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús le dice: «¡María!»
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro."»
María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»
 

 
 
 
La mujer que nos retrata el evangelio de hoy es una mujer que ama intensamente a Jesús. Llora su muerte con intensidad. Busca su cuerpo, buscando esa suerte de consuelo que supone la cercanía física y que hace revivir con más intensidad lo vivido y experimentado. No es más que una manifestación grande de amor. Hasta ahora María Magdalena sólo nos ha mostrado que ama mucho. Si algo ha aprendido cerca de Jesús ha sido a amar. Ha sido una buena discípula del que predicó el Reino, nos habló del amor de Dios y nos dejó como único mandamiento el del amor: “Amaos unos a otros como yo os he amado.”
 
 



Deberíamos cambiar, pues, nuestra imagen de María Magdalena. Lo más importante para el cristiano no es hacer penitencia. Si María Magdalena es santa no es porque se pasase la vida auto-castigándose por sus pecados pasados, sino porque siguió a Jesús, a su lado aprendió a amar como él amaba –que es lo mismo que decir como Dios nos ama–, y luego fue testigo de su resurrección ante sus hermanos. Ahí está lo mejor de la vida cristiana.
 
 


Señor Dios nuestro:
María Magdalena buscó a tu Hijo Jesús
con la afán de una persona
que le amaba profundamente
y que temía haberle perdido.
Cuando ella le hubo reconocido,
Jesús la hizo testigo de su resurrección.
Señor Dios, ayúdanos a descubrir
la presencia de tu Hijo
en la gente que nos rodea
y que ellos, a su vez, reconozcan
que Jesucristo vive en nosotros
ahora y por los siglos de los siglos.



 
 
 

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