En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano." Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les respondió: «Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob"? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.»
Esas cosas tienen el mismo nombre, pero no son lo mismo. Y aquí estuvo la equivocación de los saduceos, y la nuestra cuando pensamos como ellos. Tenemos que ser sumamente cautos para, sin caer en el antropomorfismo, dar razón de nuestra esperanza, como San Pablo: “se siembra en corrupción, se resucita en incorrupción. Se siembra en vileza, se resucita en gloria. Se siembra en debilidad, se resucita en fortaleza. Se siembra cuerpo humano, se resucita cuerpo espiritual” (I Cor 15,42-44).
Por humanos, no tenemos otras claves para entender las cosas que el espacio y el tiempo. Así, pensamos y entendemos todo lo referente a la vida después de la vida, el más allá, el cielo, la salvación, la resurrección, usando estas mismas claves, porque no tenemos otras. Pero resulta que más allá de esta vida no hay espacio ni tiempo, de ahí la dificultad de entender correctamente la resurrección.
Según Jesús, ésta no es una supervivencia de esta vida, lo que creían los judíos, sino un don gratuito e impensable de un Dios que se revela a nosotros como “un Dios de vivos, no de muertos”, que nos entrega la Vida, que no tiene mucho que ver con ésta. Es mucho más honrado predicar esta fe humilde, esperanzada, misteriosa, “envuelta en los brazos de Dios”, que nos espera para entregarnos la Vida como antes nos entregó el alma, que acudir “a reportajes futurológicos”, antropomórficos, aunque sea con la buena intención de paliar la dureza del “viaje”. Jesús no lo hizo.
Pero, nos entregó la certeza más consoladora en dos frases:
“Dios no es un Dios de muertos sino de vivos”.
“Para él, todos están vivos”.
A ti, Señor, levanto mis ojos
A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores.
Como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores.
Como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.