miércoles, 29 de julio de 2015

Lectura del libro del Éxodo 40,16-21.34-38:



En aquellos días, Moisés hizo todo ajustándose a lo que el Señor le había mandado. El día uno del mes primero del segundo año fue construido el santuario. Moisés construyó el santuario, colocó las basas, puso los tablones con sus trancas y plantó las columnas; montó la tienda sobre el santuario y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo había ordenado a Moisés. Colocó el documento de la alianza en el arca, sujetó al arca los varales y la cubrió con la placa. Después la metió en el santuario y colocó la cortina de modo que tapase el arca de la alianza; como el Señor se lo había ordenado a Moisés. Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la gloria del Señor llenó el santuario. Moisés no pudo entrar en la tienda del encuentro, porque la nube se había posado sobre ella, y la gloria del Señor llenaba el santuario. Cuando la nube se alzaba del santuario, los israelitas levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero, cuando la nube no se alzaba, los israelitas esperaban hasta que se alzase. De día la nube del Señor se posaba sobre el santuario, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel. 









La liturgia nos sitúa en el último capítulo del libro del Éxodo que relata cómo Moisés cumple con las instrucciones que Dios le ha dado para construir su Morada.
Se nos narra cómo Moisés va colocando cada parte de la Morada: su base, sus postes, sus travesaños,… Cada una ocupa su lugar para realizar su función, dentro de una tarea común que es la posibilidad de dejar que Dios habite en ella. Cada vez que Moisés coloca una parte, el texto concluye con la frase “… como Yahvé había mandado a Moisés.”
Parecen claras dos invitaciones: la escucha a lo que Yahvé quiere, a su voluntad, como condición para poder acogerla; y, la necesidad de ir cumpliendo esa voluntad de Dios en nosotros, paso a paso, poniendo cada cosa en su lugar: en la base, lo fundamental; los postes que nos sujetan,…, para construir nuestra vida, de forma que sea habitable para Dios, que pueda convertirse en su morada.





 Recordemos que el Éxodo cuenta la historia de la liberación del pueblo de Israel esclavo en Egipto. Yahvé ha escuchado su dolor, su sufrimiento y ha decidido salir a su encuentro para liberarlo. Pero la libertad no parece ser el fin último de Dios, no. Dios no libera al pueblo y luego le abandona, sino que Dios le libera para que el pueblo, se pueda encontrar con Él y le pueda percibir presente en su vida. Así termina este libro, una vez terminada la Tienda del Encuentro, la Gloria de Dios, en forma de nube, la cubrió y la llenó. Yahvé mostraba su presencia, en forma de nube o de fuego, y el pueblo la podía ver. Y la presencia de Dios acompañaba al pueblo en todas sus etapas, así lo señala y lo repite el texto. También nosotros y nosotras, estamos invitados, a descubrir al Dios presente en nuestras vidas.
¡Hagamos nuestra morada habitable, para que visibilice la presencia de Dios!





 Sal 83,3.4.5-6a.8a.11


¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!


 Mi alma se consume
y anhela los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza;
caminan de baluarte en baluarte.

Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados. 




Evangelio según san Juan 11,19-27:

En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.» 







Hemos cambiado los papeles: en una visita anterior a la casa de Lázaro, María se queda sentada escuchando a Jesús mientras Marta se afana en las tareas domésticas. Ahora parece como si María estuviera molesta y evita salir al encuentro del Señor, se queda en la casa, tal vez atendiendo a los visitantes. Marta sí se olvida de la casa y de los invitados y sale presurosa al encuentro del amigo. ¡Siempre hay que salir al encuentro con Cristo!
«Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Lázaro lleva ya cuatro días muerto y la putrefacción del cadáver era notoria y evidente el triunfo de la muerte; sin embargo, Jesús puede acercarse a la boca de la tumba y llamar: «Lázaro, sal fuera». Un imperativo que no admite discusión y que hace recobrar la vida al muerto.
Es la autoridad que emana del hombre cuya vida es coherente con sus palabras, ha encontrado a Dios en su corazón y está en comunicación consigo mismo, que tiene una fe grande en Dios y ha sabido encontrarlo en su interior. Marta ha descubierto a ese hombre; ha visto en Jesús al Hijo de Dios y pone toda su confianza en él. Sí, sabe que su hermano resucitará en el día final, pero también sabe que cualquiera que sea la situación actual, Dios concederá todo aquello que un hombre de fe firme, Jesús, le pida.








Marta ha dejado de estar entre los pucheros y ha entregado toda su fe y su vida a Jesús donde ha podido encontrar también «la resurrección y la vida».
Es difícil vivir una fe como la que Marta deja traslucir en su actitud y pregona con sus palabras. Tal vez si pudiéramos encontrar en nosotros mismos una sombra de esa fe, si fuéramos capaces de confesar desde el fondo del alma que Jesús es el Hijo de Dios, el que había de venir, el que vino y quedó para siempre en nosotros y le siguiéramos, no nos parecería extraordinario hacer salir a un muerto de su tumba.
- ¿Seríamos capaces de soportar la visión de un reflejo de Dios?
- ¿Hasta dónde llega nuestra fe en Jesús?




Sal 33  Bendigo al Señor en todo momento

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias.

El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.

Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. 





lunes, 27 de julio de 2015

libro del Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28



En aquellos días, Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «tienda del encuentro». El que tenia que visitar al Señor salía fuera del campamento y se dirigía a la tienda del encuentro.
Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que éste entraba en la tienda; en cuanto él entraba, la columna de nube bajaba y se quedaba a la entrada de la tienda, mientras él hablaba con el Señor, y el Señor hablaba con Moisés.
Cuando el pueblo vela la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba y se prosternaba, cada uno a la entrada de su tienda.
El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después él volvia al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba de la tienda.
Y Moisés pronunció el nombre del Señor.
El Señor pasó ante él, proclamando:
-«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado, pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación.»
Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra.
Y le dijo:
-«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»
Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua; y escribió en las tablas las cláusulas del pacto, los diez mandamientos












¿Qué tenemos que hacer para escuchar la voz de Dios y ver el rostro de Dios como lo vió Moisés? El problema se encuentra en que nosotros queremos escuchar la voz de Dios como escuchamos la voz de nuestros familiares, de las personas con las que nos relacionamos… es decir, como quien escucha la radio. Pero en el lenguaje humano hay interferencias: muchas veces escuchamos cosas distintas a lo que los otros están diciendo, incluso muchas veces estamos escuchando, pero no estamos prestando atención… muchas veces interpretamos lo que los otros dicen según nuestros parámetros… Dios sabe de esta forma de escuchar por medio de sonidos, de los ruidos, de las palabras sonoras con interferencias… pero, no es la forma más adecuada para comunicar las cosas verdaderamente importantes para poder vivir, para que seamos felices… Dios habla en el corazón de la personas, como los amigos, como Dios y Moisés. Dios habla el lenguaje genuinamente humano, el lenguaje que no falla, en el que no caben interpretaciones: el lenguaje del corazón. Dios nos está hablando cuando amamos, Dios nos habla cuando ponemos una palabra de acuerdo en vez de una palabra de discordia… Dios habla dentro de nosotros cuando nos sentimos en armonía con nosotros mismos, cuando nos sentimos habitados por una fuerza que nos rebasa… Pero sobre todo Dios grita en el sufrimiento humano, en el dolor de las personas. Ahí es donde Dios remueve nuestra tierra, nuestra seguridades… y mueve nuestra fuerzas para socorrer a quien lo necesite. Así es Dios…




la afirmación clara de que el ser humano puede “hablar” con Dios y “ver” a Dios cara a cara. Esta experiencia de ver y escuchar a Dios hace consciente al ser humano de su pequeñez al lado de Dios, de quien ha recibido todo, como bien nos dice Moisés: “Perdona las culpas de este pueblo de dura cerviz y hazlo heredad tuya” Y la hace también consciente de su propia grandeza al poder comunicarse con Dios.


Sal 102, 6-7. 8-9. 10-11. 12-13



El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo.

No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles.

Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,




domingo, 26 de julio de 2015

libro del Éxodo (32,15-24.30-34):

En aquellos días, Moisés se volvió y bajó del monte con las dos tablas de la alianza en la mano. Las tablas estaban escritas por ambos lados; eran hechura de Dios, y la escritura era escritura de Dios, grabada en las tablas.
Al oír Josué el griterío del pueblo, dijo a Moisés: «Se oyen gritos de guerra en el campamento.»
Contestó él: «No es grito de victoria, no es grito de derrota, que son cantos lo que oigo.»
Al acercarse al campamento y ver el becerro y las danzas, Moisés, enfurecido, tiró las tablas y las rompió al pie del monte. Después agarró el becerro que habían hecho, lo quemó y lo trituró hasta hacerlo polvo, que echó en agua, haciéndoselo beber a los israelitas.
Moisés dijo a Aarón: «¿Qué te ha hecho este pueblo, para que nos acarreases tan enorme pecado?»
Contestó Aarón: «No se irrite mi señor. Sabes que este pueblo es perverso. Me dijeron: "Haznos un Dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado." Yo les dije: "Quien tenga oro que se desprenda de él y me lo dé"; yo lo eché al fuego, y salió este becerro.»
Al día siguiente, Moisés dijo al pueblo: «Habéis cometido un pecado gravísimo; pero ahora subiré al Señor a expiar vuestro pecado.»
Volvió, pues, Moisés al Señor y le dijo: «Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo, haciéndose dioses de oro. Pero ahora, o perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro.»
El Señor respondió: «Al que haya pecado contra mí lo borraré del libro. Ahora ve y guía a tu pueblo al sitio que te dije; mi ángel irá delante de ti; y cuando llegue el día de la cuenta, les pediré cuentas de su pecado.»

  El libro del Exodo nos recuerda aquel momento clave del pueblo de Israel que fue construir y adorar “el becerro de oro”. Puede sonar un poco mitológico pero si te paras a pensar, es algo tan enraizado en nuestro corazón como la vida misma. Todos creemos en algo o en alguien. Todos adoramos a dioses o diosas… y me temo que la mayoría de veces, cuanto mayor es el “idolillo” construido, mayor es la distancia o desafecto con el Dios de la Vida, con el Otro que sostiene y cuida todo… le demos el nombre que le demos.
La diferencia es total: adorar algo que nosotros mismos construimos para tener el control hasta de nuestros afectos (¿o acaso adorar no es básicamente amar y entregar la voluntad a quien amamos?) o arriesgarse a acoger a un Dios vivo que “escribe su ley en unas tablas vivas”, que nos hace “hechura suya”, que nos imprime su amor en el alma.


Ciertamente, todo “becerro de oro” siempre será más vistoso y más seguro. Poner la vida y el corazón al servicio de un Dios que no vemos ni nos dice lo que hay que hacer a ciegas, siempre será más pequeño, más humilde, más arriesgado. Es como el grano de mostaza del Evangelio o como la mujer que amasa harina con levadura para poder disfrutar del pan algún día.
La elección es nuestra, como siempre. ¡Y cuánto cuesta elegir lo pequeño, aquello que actúa en la oscuridad de la duda y la desinstalación! ¡Y cuánto llena la vida y ensancha el alma, cuando a pesar de todo, dejamos los ídolos de todos los colores y alturas y nos sentamos a la sombra serena y fresca del árbol de mostaza donde anidan hasta los pájaros más pequeños! ¿Por qué no?


 Controla nuestra impaciencia, Señor,
cuando tratamos de imponer
tu verdad, justicia y paz
en una Iglesia y en un mundo
no dispuestos todavía a acogerlas.
En nuestra impotencia y desaliento
que aprendamos a aceptar
que todo verdadero crecimiento viene de ti.
Nosotros solamente podemos
plantar la pequeña semilla,
pero eres tú quien la hace crecer
hasta llegar a ser un árbol
que puede dar cobijo
a todos los que acepten tu palabra
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.



viernes, 24 de julio de 2015

Evangelio según san Mateo (13,18-23):



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.»






Antes de pensar que la simiente que Dios pone en nuestro corazón es la Palabra que escuchamos o leemos, podemos pensar que hay otra Palabra, otra simiente, que Dios ha puesto en nuestro corazón. Mejor, sería bueno que nos diésemos cuenta de que el mismo corazón en que acogemos la Palabra es ya don de Dios para nosotros. Es decir, todo lo que somos es don de Dios. No sólo la simiente, también la tierra es regalo de Dios. Toda nuestra vida, desde que nacemos es regalo de Dios. La Vida es el gran regalo que Dios nos ha dado. Esto conviene tenerlo en cuenta





Sería conveniente que dedicásemos un tiempo a reflexionar en los muchos dones que Dios nos ha dado. Hay un movimiento matrimonial en la Iglesia que tiene entre sus lemas un “Dios no hace basura”, que nos recuerda constantemente que somos creación y fruto del amor de Dios. Y que él ha puesto en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestro cuerpo muchos dones. Somos responsables de hacer crecer esos dones y de ponerlos al servicio del Reino, de la fraternidad, de la justicia, de los que más sufren, de los pobres.




Señor, Dios todopoderoso,
A veces algunos perciben tus mandamientos
como un yugo duro de llevar,
y una limitación a su libertad.
Danos la gracia, Señor,
de percatarnos profundamente
que tus mandatos son una fuerte salvaguarda
contra cualquier forma de esclavitud.
Por tus mandamientos guárdanos libres
para saber respetar
los derechos de la gente a la libertad,
dondequiera que vivan,
y para llegar a ser para siempre tus fieles hijos e hijas
hechos libres por Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro,
que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.


jueves, 23 de julio de 2015

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 4, 1-6




Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.





 Nos da San Pablo, en el fragmento que se lee hoy de la Carta a los Efesios, un breve y profundo plan para nuestra vida de cristianos. Y así ejercitar nuestra vocación en la humildad, en la unidad, en el amor







.- Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. No es nada fácil convivir en paz y harmonía los unos con los otros. Fácilmente nos herimos sentimentalmente, o no nos comprendemos y nos juzgamos negativamente. Por eso, estas frases que san Pablo dice a los primeros cristianos de Éfeso son de una gran actualidad y necesitamos reflexionar sobre ellas un día sí y otro también. Las primeras comunidades cristianas se distinguieron precisamente por eso, por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Y no pensemos que esto lo consiguieron sin esfuerzo y oración. Sabemos que esto no fue así y que todos los días se reunían para rezar juntos, que se animaban mutuamente y que compartían lo que cada uno tenía. Hubo algunas dolorosas excepciones, como sabemos por los Hechos, pero la gente que les veía les admiraba por lo mucho que se amaban y porque repartían y compartían todo, de tal modo que entre ellos nadie pasaba necesidad.





Una gran multitud que estaba hambrienta de palabra hoy está hambrienta de pan. Nuestra es la labor de atender a estas personas pero necesitamos de la ayuda del Padre. A Él elevamos nuestros ojos diciendo

Te pedimos, Padre, por la Iglesia, para que nunca cese en su labor misionera, ayudada por la Palabra y la Eucaristía., por la Paz en el mundo basada en el Amor que nos das a todos y cada uno de los hombres creados por a tu imagen y semejanza,por todos los que andan hambrientos de tu Palabra, para que encuentren hermanos dispuestos a satisfacer su necesidad con la ayuda de Jesucristo,por los que pasan hambre, sufren persecución o enfermedad, para que el Amor que tú nos traes comience a dar sus frutos en estos hermanos más necesitados,por las familias para que nunca les falte el pan material ni el Pan de tu Palabra, para que crezcan y sean luz para el mundo que tanto anhela el Amor que nos traes por medio de Jesús.







martes, 21 de julio de 2015

evangelio según san Juan (20,1.11-18):

 
 
 
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús le dice: «¡María!»
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro."»
María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»
 

 
 
 
La mujer que nos retrata el evangelio de hoy es una mujer que ama intensamente a Jesús. Llora su muerte con intensidad. Busca su cuerpo, buscando esa suerte de consuelo que supone la cercanía física y que hace revivir con más intensidad lo vivido y experimentado. No es más que una manifestación grande de amor. Hasta ahora María Magdalena sólo nos ha mostrado que ama mucho. Si algo ha aprendido cerca de Jesús ha sido a amar. Ha sido una buena discípula del que predicó el Reino, nos habló del amor de Dios y nos dejó como único mandamiento el del amor: “Amaos unos a otros como yo os he amado.”
 
 



Deberíamos cambiar, pues, nuestra imagen de María Magdalena. Lo más importante para el cristiano no es hacer penitencia. Si María Magdalena es santa no es porque se pasase la vida auto-castigándose por sus pecados pasados, sino porque siguió a Jesús, a su lado aprendió a amar como él amaba –que es lo mismo que decir como Dios nos ama–, y luego fue testigo de su resurrección ante sus hermanos. Ahí está lo mejor de la vida cristiana.
 
 


Señor Dios nuestro:
María Magdalena buscó a tu Hijo Jesús
con la afán de una persona
que le amaba profundamente
y que temía haberle perdido.
Cuando ella le hubo reconocido,
Jesús la hizo testigo de su resurrección.
Señor Dios, ayúdanos a descubrir
la presencia de tu Hijo
en la gente que nos rodea
y que ellos, a su vez, reconozcan
que Jesucristo vive en nosotros
ahora y por los siglos de los siglos.



 
 
 

lunes, 20 de julio de 2015

Salmo Ex 15,8-9.10.12.17






Al soplo de tu nariz, se amontonaron las aguas,
las corrientes se alzaron como un dique,
las olas se cuajaron en el mar.
Decía el enemigo: «Los perseguiré y alcanzaré,
repartiré el botín, se saciará mi codicia,
empuñaré la espada, los agarrará mi mano.»

Pero sopló tu aliento, y los cubrió el mar,
se hundieron como plomo en las aguas formidables.
Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra.

Introduces a tu pueblo
y lo plantas en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.




 Cantaré al Señor, sublime es su victoria




 La historia del paso del mar Rojo fue contada y recontada muchas veces en las noches de las familias israelíes a lo largo de miles de años. Nosotros hoy la seguimos escuchando y se nos sigue revelando que nuestro Dios no es vengativo ni justiciero. Es un Dios que escucha el clamor de su pueblo y actúa para liberar a su pueblo de la esclavitud. Engancha así con el texto de la carta de san Pablo a los Gálatas ya conocido que dice que “para ser libres nos liberó el Señor” (5,1). La libertad es el gran don de Dios a su pueblo. Por eso, la salvación consiste sobre todo en rescatarlo de la esclavitud.


 
  Pero, ¡ojo!, la liberación de la esclavitud de Egipto no evita a los israelitas ni uno de los pasos que tuvieron que dar atravesando el desierto. La Tierra Prometida se regaló a todos pero sólo llegaron los que fueron caminando, los que subieron las cuestas, los que aguantaron el sol y la lluvia, los que fueron constantes y creyeron en la promesa.





Evangelio según san Mateo (12,38-42):



En aquel tiempo, algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, queremos ver un signo tuyo.»
Él les contestó: «Esta generación perversa y adúltera exige un signo; pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.»







 Los escribas y fariseos piden señales prodigiosas. Los hebreos no lograron ver la señal de Dios en el hecho de que él, de forma discreta pero eficaz, les había llevado a la libertad y les había constituido como pueblo. Los escribas no logran reconocer a Dios en el mensaje y la persona de Jesús, en su servicio, su lealtad y su amor. Dios no es un Dios de publicidad. Su presencia es discreta. El auténtico signo o señal de Jonás fue que los Ninivitas creyeron en su predicación;





Dios nos pregunta por qué no percibimos los signos de su presencia y de su obra entre nosotros. ¡Si solamente tuviéramos suficiente fe! Que el Señor abra nuestros ojos para verle.




 Señor Dios nuestro: En tiempo de angustia y desolación nosotros también exigimos a veces signos y milagros que nos cercioren de tu presencia. Perdona nuestra presunción, y danos una fe suficientemente fuerte como para reconocerte cuando trabajas sin descanso en la naturaleza, en los acontecimientos normales de la vida y en la bondad y en el servicio de la gente. Señor, nos abandonamos confiadamente a ti por medio de Jesucristo nuestro Señor.



viernes, 17 de julio de 2015

libro del Éxodo (11,10-12.14):



En aquellos días, Moisés y Aarón hicieron muchos prodigios en presencia del Faraón; pero el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejar marchar a los israelitas de su territorio.
Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: «Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: "El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. No comeréis de ella nada crudo ni cocido en agua, sino asado a fuego: con cabeza, patas y entrañas. No dejaréis restos para la mañana siguiente; y, si sobra algo, lo quemaréis. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor. Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis; cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones."»





 Dios envió plagas contra los egipcios, como castigo por oprimir a su pueblo, salvó a las familias hebreas que habían comido el cordero pascual y habían señalado los dinteles de las puertas con su sangre. Cristo nos hace experimentar su salvación en la eucaristía, la nueva Cena Pascual. Aquí él es para nosotros nuestro cordero pascual que por su sangre nos salva de la esclavitud del pecado. Él es el cordero pascual, el Cordero de Dios, que es nuestro alimento en el camino de la vida.





  Las leyes no están por encima del servicio al hombre, ya que el servicio de Dios no contradice el amor y misericordia que hay que mostrar al prójimo. Leyes y mandamientos están basados en la libertad que Dios nos ha otorgado en Cristo Jesús.






Señor Dios nuestro:
Tú quieres que busquemos seguridad
no observando la letra de la ley,
sino buscando la inseguridad
de comprometernos en favor tuyo y de los hermanos,
con actitud de misericordia y servicio.
Danos valor para arriesgarnos, y, como Jesús,
sacrificarnos, entregándonos a ti
a través de nuestros prójimos necesitados,
y tomando parte en sus tristezas y alegrías,
sus protestas y sus problemas,
para que les conozcamos y sirvamos
como tú nos conoces y nos sirves a nosotros,
en Jesucristo nuestro Señor. Amén.