Jesús utilizó imágenes sencillas y familiares en nuestra vida tal como la sal y la luz para enseñar a los discípulos. Al oír sobre la sal y la luz todos entendemos que son indispensables para nuestras vidas. Si no hubiera sal, no tendríamos un inmenso océano lleno de seres vivos. Si no hubiera luz, no habría vida en la oscuridad de la tierra. Sal y luz son indispensables para la vida en la tierra.
Después de instruir a los discípulos sobre las bienaventuranzas, Jesús continúa enseñándoles como ser sus verdaderos discípulos. Sus discípulos deben tener “sal y luz” en sus corazones, tal como Jesús es “la luz” del mundo (Jn 9,5). Utilizando las imágenes de la sal y la luz, Jesús quiere decir a los discípulos que ellos tienen que ser “la sal” y “la luz” que ocasionan el bien a todos. “Sal” en sus corazones debe ser “la sal” del amor, para macerar el amor mutuo haciendo sus vidas más y más perfectas y felices en el amor de Dios (I Jn 4: 16). Tienen la obligación de cultivar el amor que Jesús ha traído a la humanidad de tal forma que este amor pueda permanecer encendido (Lc 12:19). Son también “la luz” para iluminar la senda de la verdad por la que todos han de caminar. “La luz” que disipa la oscuridad y guía a quienes se han extraviado al camino justo que conduce a la vida (Jn 8:12).
Tal es la misión de los discípulos. Por lo tanto, si “la sal” se vuelve sosa y si “la luz” se esconde bajo el celemín pierden su función y no pueden ser instrumentos que portan aquello para lo que fueron hechos.
Si nosotros cristianos estamos ocultos no podemos ser instrumentos de paz que Dios da y que son fuente de salvación para todo
Como discípulos de Jesús ¿reflexionamos continuamente sobre si hay de verdad “sal” y “luz” en nuestros corazones? Aceptar ser sal significa disolvernos para sazonar platos y bebidas. Así sucede con la vida de los discípulos de Jesús. Queremos sacrificar nuestras vidas para ser gozo al disolvernos en las vidas de otros para que podamos dar fruto con ellos. Ser “sal” y “luz” significa revestirse de Cristo, es decir, poner su amor para calentar este mundo frío; tomar la cruz para que cada uno pueda apreciar la fuente de la salvación.
Profundizando en la vida interior, hemos tenido la experiencia de que nuestra "sal" a veces pierde su sabor y nuestra "luz", cubierta por nubes, no puede iluminar a todos. Sin embargo, ese no es el fin que nos vuelve inservibles como objetos a desechar. El ejemplo de los apóstoles es una lección preciosa para nosotros. “La sal” de Pedro perdió su sabor pues negó a su Maestro. Sin embargo, sus lágrimas de arrepentimiento sazonaron, otra vez, su “sal”. Pablo no brillaba por causa de sus nubes oscuras. Sin embargo, Dios le iluminó para que fuera y llevara la luz a los gentiles. Debemos confiar en Dios para que nuestra “sal” sea verdaderamente sal y nuestra luz ilumine. Si nosotros tenemos cualquier duda sobre ser “sal” y “luz”, debemos recordar que Dios puede cambiar lo insípido en sabroso y la oscuridad en la luz del amanecer del sol de justicia.
"La Palabra, la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo"
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