En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «Mirad que os mando
como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y
sencillos como palomas. Pero no os fiéis de la gente, porque os
entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán
comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis
testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os
preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se
os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis,
el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos
entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se
rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán
por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará. Cuando os
persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no
terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del
hombre.»
Jesús nos lo advirtió desde el principio. Ni lo suyo fue un camino de
rosas, ni lo nuestro tampoco: “Os mando como ovejas entre lobos”. Jesús
no cierra los ojos. Sabe de la bondad y de la maldad que anida en todo
hombre y en toda mujer. Jesús no niega que el hombre pueda ser un lobo
para el hombre. Envía a sus discípulos “como ovejas en medio de lobos”.
Para ello, primero domestica a ese lobo, que también sus seguidores
llevamos dentro, y nos convierte en ovejas. Después, nos manda a sus
discípulos como ovejas en medio de lobos, con la sana intención de hacer
discípulos suyos, ovejas, a todos los lobos. Se trata de ser discípulo,
seguidor de Jesús, el que solo ama y nunca se rige por la agresividad,
nunca es lobo…
Jesús, como Dios, es Amor, lo que supone, entre otras cosas, que
nunca es un lobo para el hombre, un ser que busque el mal del hombre y
sea agresivo con él. Dios es amor, no es un lobo. El hombre, imagen de
Dios, es también amor, es oveja, pero también llevamos en nuestro
interior la cizaña, la agresividad del lobo. Una vez que dejamos que
Jesús, el amor, reine en nosotros, y que seamos ovejas, nos pide que
hagamos ovejas de los lobos, los que se dejan guiar por la violencia, y
se guíen por el amor y solo por el amor.
Para llevar a cabo esta misión, en el evangelio de hoy, Jesús nos
pide a sus seguidores dos actitudes aparentemente contrapuestas. Nos
pide ser no sólo sencillos como palomas, sino sagaces como serpientes.
Es decir, que empleemos todos los talentos recibidos, todas nuestras
luces y fuerzas, para anunciar debidamente el evangelio del amor, para
convertir en ovejas a los lobos.
Padre amoroso, nosotros llevamos a cabo nuestro camino en este mundo que
Tú has creado, un mundo en el que vemos tanto la Gracia como el pecado y
en el que conocemos la alegría y la tristeza. Te pedimos nos hagas
testigos poderosos y convincentes de tu Palabra, prudentes y atentos al
mundo en el que vivimos, incluso mientras seguimos siendo inocentes y
vulnerables a los demás, confiando siempre en tu orientación y en tu
presencia en medio de nosotros. Amén.





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