martes, 12 de julio de 2016

Mateo 11,25-27 :






En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.» 

 Este es el párrafo que encontraríamos si siguiéramos leyendo lo correspondiente al evangelio de hoy, y que completa la primera parte. “Venid”, vosotros, los cansados, los perdedores, los que no contáis. Podéis venir también los triunfadores, los ricos, los que ostentáis el poder fáctico en el orden que sea; venid, porque también vosotros necesitáis que “Alguien” os explique las Escrituras, que os hablen del sentido de la vida, de vuestra vida, hoy, aquí y ahora. Venid, incluso, las que, como la Samaritana, hayáis tenido cinco maridos; los que, como Zaqueo, no os falte, aparentemente, de nada en la vida. La invitación es universal, porque ilimitado es el cansancio, el agobio y la soledad. “Venid”, no para descansar definitivamente, sino sólo para cargar pilas con el alivio de su palabra y su persona.

 La diferencia entre ir a él o a algún otro reclamo entre tantos como demandan nuestra adhesión a sus filas, ideas y personas, nos la mostró él un día que, sentado junto a un pozo, se hizo el encontradizo con una mujer, prototipo de todas y todos los cansados y agobiados, la Samaritana. El agua, como el poder y el dinero, calman, no la sed, sino sólo la del agua, la hegemonía y el poderío. Sólo el agua que nos ofrece Jesús puede calmar la sed de felicidad y eternidad que todos sentimos
Siendo adulto ante los hombres, ¿cómo me siento ante Dios?


 Señor Dios, te pedimos que nos concedas la gracia de ser como niños con el fin de aprender en silencio de ti, así como la capacidad de saber como seguir a tu Hijo Jesucristo, que es nuestro Señor ahora y siempre. Amén.


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