El profeta Jonás es el único profeta que Jesús mencionó por su nombre. Era un patriótico israelita que de mala gana recibió la llamada a servir en un país extranjero. A su vez, es el único profeta menor que desarrolla su actividad sólo fuera de Israel. Además, los asirios de Nínive eran considerados enemigos por los israelitas.
Nínive era era la capital del reino de Asiria y se encuentra en el rio Tigris (actual Mosul en Irak), contando con una población de entre 600.000 y 1.000.000 de habitantes. Curiosamente, Dios envía a Jonás a este pueblo extranjero para darles la oportunidad de arrepentirse de sus pecados y de que vuelvan a Él. El envío de un profeta del Dios de Israel a un pueblo extranjero significa que Dios es el Dios de todas las naciones y no sólo de Israel.
El hecho de vestirse de saco y esparcir ceniza sobre la cabeza eran signos de duelo y arrepentimiento. Una consecuencia práctica de arrepentimiento genuino es el cambio de comportamiento. De lo contrario, sólo hubieran sido palabras vacías dichas por la gente de Nínive.
El resto del episodio no se nos da en la lectura de hoy. En su capítulo final, el número cuatro, Jonás encuentra un lugar cómodo desde el cual contemplar la destrucción de la ciudad. Sin embargo, esto no llega a suceder porque Dios acepta el arrepentimiento de sus habitantes. Aunque Dios proveyó a Jonás de un arbusto para protegerle del sol el pobre profeta sufre finalmente quemaduras porque Dios marchita el arbusto mientras Jonás duerme. Jonás se enoja mucho cuando ve que la zarza ha muerto. Dios le reprocha su enojamiento por la planta muerta y su indiferencia por la suerte de los habitantes de Nínive que son mucho más importantes. La ironía es que Jonás está indignado porque sus enemigos han escuchado su predicación y se han arrepentido de sus pecados. Dios, que tenía la intención de destruirlos, ha olvidado su castigo y les muestra su misericordia.
Las personas que están demasiados llenas de sí mismas, y son demasiado
obstinadas en sus opiniones sobre los demás, no dejan espacio para la
Salvación ofrecida por Cristo a los demás y a ellos mismos.
Siempre hay una oportunidad. Dios nunca se cansa de estar en el umbral para buscar nuestro regreso y darnos un nuevo comienzo. Justo cuando pensamos que todo ya se ha "vendido" como en una subasta — a la una, a las dos... — hay espacio de tiempo aún para la sorpresa. Por así decirlo, esto es todo lo que Dios necesita. De esta forma, la pregunta tendría que ser: "¿creamos un espacio en nosotros mismos, en nuestros corazones, para la Gracia de Dios?". Jonás estaba tan lleno de su propio celo y el celo del Señor para sí mismo y para su pueblo que no dejaba espacio para los demás. Tal vez, pensaba que la reunión de todos, especialmente de sus enemigos, en el Pueblo de Dios podía hacer disminuir su amor por Israel.
La historia de Jonás nos habla tanto de su conversión como de la conversión de los ninivitas. Estamos llamados a ser evangelizadores y a presentar a los demás un encuentro con el Señor Jesús. Como predicadores debemos ser ejemplos vivos de conversión, porque somos enviados por Dios a todos los pueblos y a cualquier tipo de situaciones. Dónde vamos no es nuestra elección. Dios es el que nos envía. Cómo vamos depende de como vivamos la Gracia que Dios nos ha dado como predicadores de la Palabra. Siempre hay un poco de espacio en nuestras vidas para dejarnos sorprender por Dios, para acoger la sorpresa que Dios nos tiene preparada. Incluso cuando pensamos que ya no es posible o que no puede encajar en nuestra visión del mundo.
Señor Dios nuestro, te damos gracias por tu amor universal para con todos los pueblos. Ayúdanos con tu Gracia para que seamos capaces de amar como tú lo haces: sin limites y sin prejuicios. Concédenos que, por medio de nuestra predicación, podamos ser instrumentos de tu reconciliación y hospitalidad, y así todos puedan llegar a conocerte y amarte, encontrando en tu misericordia la paz que todos buscan. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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