Atravesaba Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: “Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida hacer en sábado”. Les replicó: “¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitido ni a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa quiero misericordia y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado”
Buscar siempre el rostro humano de la ley
El sábado es la observancia ritual más importante del judaísmo, la única directamente estipulada en el Decálogo. Es principalmente un día de descanso, de oraciones y de enriquecimiento espiritual. Es un día de recuerdo, recuerdo de su importancia en la historia de salvación del pueblo judío, y es también un día de observancia para no ejecutar ningún tipo de trabajo. Aunque no hay consenso entre los líderes judíos sobre lo que de hecho puede ser considerado como “trabajo”, los fariseos consideraban que arrancar espigas era un trabajo y que por lo tanto estaba prohibido. Esta era la razón de su indignación contra los discípulos de Jesús. Los discípulos de Jesús, por su parte, solamente arrancaban espigas para satisfacer su hambre y esto estaba permitido incluso cuando el campo no era suyo. El problema para los Fariseos no era que arrancaran espigas, sino que lo hicieran en sábado.
Para defender a sus discípulos, Jesús hace referencia a dos incidentes señalados en el Antiguo Testamento que pueden ser considerados como excepciones a la ley. El primero fue el encuentro entre David y Abimelec, el sacerdote que ofreció a David y a sus hombres “el pan consagrado”, que por ley se supone que no podían comerlo. Antes de dejar que David y sus hombres murieran de hambre, consintió que comieran los panes de la proposición porque no tenía ningún otro pan para ofrecerles. No hay ninguna indicación en la Escritura de que este acto fuera considerado como malo o como un incumplimiento de la ley. En la segunda referencia, Jesús recuerda a los Fariseos el hecho de que cada sábado el sacerdote “trabaja” en el templo para cumplir con sus obligaciones sacerdotales y esto tampoco es considerado como malo o como una infracción de la ley por parte de ellos. Estos ejemplos muestran, no una abolición o desprecio de la ley, sino que hay excepciones humanas.
Las leyes fueron introducidas en la vida del pueblo de Israel en el momento en que se estaba convirtiendo en una nación. Estas leyes eran necesarias para salvaguardar su evolución, su relación con Dios y con los demás. En esta misma perspectiva, ningún grupo o nación puede funcionar eficazmente sin leyes. Las leyes nos ayudan a ordenar nuestras sociedades y nuestras vidas, y pueden servir para mejorar y proteger nuestras vidas.
La ley está hecha para la persona humana, debe estar al servicio de la persona humana y no al contrario. Esta es la razón por la que el espíritu y el alma de la ley deben estar ordenados al bien de la persona. Sin embargo, ninguna ley humana es perfecta y por eso, en ciertos casos, hay excepciones. En esos casos, sucede que o sacrificamos la ley al bien de la persona humana o sacrificamos el bien de la persona humana a la ley.
En nuestra vida ordinaria, en los distintos lugares y entre los diferentes grupos, tenemos leyes que aseguran el orden y la estabilidad. ¿Cómo se formulan, se interpretan y se ponen en práctica estos preceptos? ¿Es su objetivo mejorar o empeorar a la persona humana? Necesitamos evaluar constantemente nuestros preceptos para asegurarnos que continúan siendo importantes y humanos.
Jesús dijo, “quiero misericordia y no sacrificios”. Ciertamente, aunque Él no ha venido a abolir la ley, se da plena cuenta de los límites de la ley y de la eternidad del amor y de la misericordia. San Buenaventura en su libro, El árbol de la vida, habla de Jesús como “fuente de la misericordia” a la cual, no como en el caso de Judas, debemos volver siempre. Sus leyes son fruto de su amor y de su misericordia por nosotros.
Dios Todopoderoso, tú nos has mostrado la profundidad de tu amor y de tu misericordia a través del sufrimiento, la muerte y la resurrección de tu Hijo, a pesar de nuestros continuos fallos para observar tus mandatos. Concédenos por tu gracia estos dones inmerecidos, mientras continuamos trabajando para observar tus mandatos y así poder mostrar tu amor y tu misericordia los unos por los otros. Amen
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