jueves, 28 de julio de 2016
Mt 13, 47-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?” Ellos le contestaron: “Sí.” Él les dijo: “Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.” Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
Esta parábola es muy significativa para los apóstoles principales, que eran pescadores.
La red es algo ajeno al mar, viene de arriba, rescata y da la posibilidad de una vida nueva. Lleva a la luz (Hilario, Com. a Mateo, 13, 9). La red en movimiento actúa conduce al Reino de los cielos, pero ya es el Reino de los cielos en acción.
Esta red estaba incompleta antes de Cristo (Orígenes, Com. a Mateo, 10, 12). La red confiada a los “pescadores de hombres” (Mt 4,19) es la Iglesia (Gregorio M., Cuarenta Homilías sobre los Evangelios, 11, 4). Los apóstoles entretejen (Jerónimo, Com. a Mateo, 2; Cirilo Alej., Fragmento 171) la red con los dones de Dios y que llevan a Dios: es la predicación evangélica (Hilario, ibidem), la enseñanza de la sagrada doctrina (Cirilo Alej., ibidem), la gracia y la verdad de Jesucristo (Jn 1,14.17), o la revelación y los sacramentos que son transmitidos por los apóstoles.
A diferencia de la parábola de la cizaña, aquí los buenos y los malos están en la misma red. Aquí se interpela a los miembros de la Iglesia: no basta con estar en la Iglesia, o confiar sólo en su predicación (Crisóstomo, Homilía sobre Mateo, 48), o tener la fe (Gregorio M., ibidem). En última instancia, todo ser humano es interpelado porque es alcanzado de alguna manera por los dones que Jesucristo ha dado a Su Iglesia
Los peces malos no sirven para comer porque no se han desarrollado. La red en el mar describe la situación de quien tiene al mismo tiempo dos pertenencias: mientras la red es recogida los peces pueden nadar según el impulso de la red o no, querer lo que está dentro o fuera, desarrollarse o no.
Jesús vino a traer fuego sobre la tierra (Lc 12,49). El fuego simboliza la presencia, el amor y la acción de Dios (Gn 15,17; Ex 3,2 y 13,21-22; Jc 6,21; 1 Re 18,38; Hch 2,3). Pero aquí el horno significa el infierno, la decepción. La decepción se mide según los beneficios del amor de Dios (Lc 12,48).
Lo nuevo es lo que Dios está haciendo ahora: tiene prioridad sobre lo que habíamos recibido antes, y lo transforma.
Jesús está en movimiento.
Dios tiene la iniciativa. El arroja y recoge la red. La red tiene un movimiento: es ascendente, de atracción, lleva hacia El. Es un movimiento de amor.
Tomar consciencia del movimiento, es creer que Dios está obrando ahora y conduciéndonos hacia El mismo. Nuestra existencia está dentro del impulso de Dios. Mientras estamos dentro de la red en movimiento, El puede obrar en nosotros. Es el tiempo de gracia (kairós). Todo lo que ella abarca lo abarca la misericordia de Dios; dentro de ella obra Su misericordia. La red es como estar en las manos de Dios; Dios puede hacer y rehacer como hace el alfarero (Jer 18).
Dentro de la red en movimiento somos libres de asociarnos o no a ella. Podemos colaborar con Su impulso, o no. Dios quiere salvarnos con nuestra cooperación. “Ya no os llamo siervos… sino amigos” (Jn 15,15).
Hay cuatro grupos de personas: (1) los que saben que están dentro de la red y colaboran con su movimiento, (2) los que sin saber que están dentro de la red colaboran con su movimiento, (3) los que sabiendo no colaboran, (4) los que ni saben ni colaboran.
Dios nos invita a amar la red en movimiento y a asociarnos a ella. Amar a Dios va de la mano con amar ese movimiento y cooperar con él, no sólo respecto de lo que Dios hace en nosotros sino de lo que hace en los demás, no para nosotros sino para El, es decir, para que Su gloria llegue a todos los que Él quiere.
Predicar lo nuevo, el fuego, es predicar el amor de Dios: tarde o temprano la persona se enfrentará con ese amor. Mientras es nuevo, Dios obra y la persona puede asociarse activamente. Quien no lo haga se verá decepcionado cuando sea confrontado con el amor de Dios y todo lo qué hizo por amor. Lo más doloroso será el no haberse asociado al movimiento de la red.
Señor, dame amar el movimiento de Tu red y el fuego de Tu amor. Haz que tome consciencia de que obras siempre (Jn 15,17), para que así pueda yo asociarme a Tu acción. Que lo haga para Ti, para que Tu nombre sea santificado, para que Tu reino venga, para que se cumpla Tu voluntad (Mt 6,9-10). Que nada en mí sea contrario al movimiento de Tu red: que mí único anhelo sea servirlo. Que te ame a Ti y a tu pesca admirable más que a mí mismo; que no quiera vivir sino para esta red en movimiento. Amen.
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