Después Jesús despidió a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron y le dijeron: “Explícanos la parábola de las malas hierbas sembradas en el campo”. Jesús les dijo: “El que siembra la semilla buena es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo. La buena semilla es la gente del Reino. La maleza es la gente del Maligno. El enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Vean como se recoge la maleza y se quema; así sucederá al fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles; éstos recogerán de su Reino todos los escándalos y también los que obraban el mal, y los arrojarán en el horno ardiente. Allí no habrá más que llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Quien tenga oídos, que entienda
Señor Jesús que nunca olvide que “los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”
El capítulo 13 del Evangelio de Mateo está destinado a las parábolas del Reino dirigidas por Jesús a sus discípulos: La parábola del sembrador, la parábola del trigo y la hierba mala, la parábola del grano de mostaza y la parábola del tesoro, la perla y la red; las cuales tenían el propósito de probar que los cristianos, excluidos de la comunidad judía, son los herederos a las promesas de Jesús como miembros de su nuevo pueblo; que es la Iglesia.
Esta parábola nos invita a ver como el Reino de Dios va madurando a través de la historia de la humanidad en la que Cristo es el Señor. En el antiguo Testamento, los profetas hablaban sobre la espera del juicio de Dios sobre el mundo y predicaban la urgente necesidad de la conversión de los corazones y modos de vivir para buscar la salvación. Jesús nos habla también sobre este juicio en el que seremos juzgados por la rectitud de nuestra conciencia, y sobre todo por lo que existe en el interior de nuestros corazones. No debemos ver en ello un deseo de venganza que nos asusta y que puede ocasionar una imagen distorsionada de Dios. La misericordia de Dios permite entender que el bien y el mal siempre van a estar presentes en la vida de las personas y del mundo, y que sólo su gracia nos dará la fuerza y sabiduría necesaria para decidir entre lo uno y lo otro. Dios sabe muy bien de nuestra lucha para elegir el bien. Nos anima y fortalece con su presencia diaria en la construcción de su Reino y en la vivencia de la misión de su Iglesia, que es buscar la salvación de todos.
Después que la gente partió, los discípulos aprovecharon que estaban a solas con Jesús para preguntarle por el significado de la parábola del trigo y la mala hierba. No hay duda que éste relato había despertado una gran inquietud en ellos y, seguramente que la explicación de Jesús aumentó su preocupación.
Hoy, también nosotros compartimos la preocupación de los discípulos, pues tenemos la certeza que un día vamos a morir y presentarnos ante Jesús llevando en nuestras manos las decisiones tomadas a favor o rechazo del Reino de Dios. Este acontecimiento, trascendental en la vida de las personas, ha generado en la mayoría temor y una idea equivocada del Señor de la Vida, pues ha provocado que se tenga la visión de un Dios severo y castigador.
La misericordia de Dios no tiene límites y siempre su perdón será más grande que cualquier pecado. Dios, en su inmensa sabiduría, comprende que el hombre se desenvuelve entre el bien y el mal y que necesita equivocarse para encontrar su orientación definitiva. Pesar en una balanza las cosas buenas y malas de una persona sería un acto carente de amor y contrario a Dios, que es amor.
Nosotros, que hemos sido creados por amor, seremos juzgados por el amor. Dios conoce, comprende y perdona nuestras debilidades. Así mismo, nos da la fortaleza para vencer el mal y no caer en tentación. Esta es nuestra lucha diaria hasta el fin de nuestros días.
Señor Jesús, Tú comprendes que nos encontramos en todo momento entre el bien y el mal. Concédenos la sabiduría, fortaleza y un amor tan grande para elegir siempre amar y seguirte a ti que eres la verdad, el camino y la vida. Amen.
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