martes, 19 de julio de 2016

Jer 1:1, 4-10




Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes residentes en Anatot, territorio de Benjamín.

En tiempo de Josías, el Señor me dirigió estas palabras: "Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones".

Yo le contesté: "Pero, Señor mío, yo no sé expresarme, porque apenas soy un muchacho". El Señor me dijo: "No digas que eres un muchacho, pues irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te mande. No tengas miedo, porque yo estoy contigo para protegerte", palabra del Señor.

El Señor extendió entonces su brazo, con su mano me tocó la boca y me dijo: "Desde hoy pongo mis palabras en tu boca y te doy autoridad sobre pueblos y reyes, para que arranques y derribes, para que destruyas y deshagas, para que edifiques y plantes

 El profeta Jeremías parece pesimista. Tiene razón para serlo: ha vivido en el siglo VII a. C en un trágico período que antecede la ruina de Jerusalén. El insta y quiere que el pueblo entre en razón antes de que sea demasiado tarde. Ve en ello la voluntad salvífica de Dios. Dios mismo quiere evitar lo peor. Jeremías ha sido escogido muy joven para ser portavoz de Dios. Él era consciente de que tendría que derribar, destruir y exterminar.

Lo hará superando todo obstáculo, aún a sí mismo. Porque estaba a favor de la misericordia y la paz, pero debía anunciar sin cesar la desgracia. Sin embargo, no es un profeta de la desgracia, se le ha encargado advertir y pedir la conversión radical sin la cual no se podría alcanzar el bien.

Lo que él debe arrancar y destruir, son los obstáculos para alcanzar la armonía con Dios y con el pueblo: es decir, la terquedad, la obstinación, la falta de atención a la Palabra de Dios. No es fácil hacer cambiar a quien no lo quiere hacer, a aquellos que se creen acordes al derecho, pero son testarudos. El profeta, toma la comparación de la cerviz endurecida: ésta impide a la persona cambiar de posición; es una actitud que no permite voltear la cabeza para prestar atención a quien habla, no permite inclinarse para decir sí. Más allá, estas personas obstinadas han vuelto la espalda a Dios en lugar de mirarle de frente y aprender de Él, el camino a seguir. Han evitado esta confrontación, es por ello que el profeta les debe confrontar de nuevo con su resistencia.

Ellos cometen el error de no escuchar a Dios. Él no es un juez que les hace reproches, sino un Padre que corrige a sus hijos para evitarles el dolor.

El profeta pasa por la dolorosa experiencia de no ser escuchado. Por ello, comparte en cierta medida la decepción de Dios quién haciendo alianza con su pueblo desea que progrese y no que retroceda. Jesús mismo dirá más tarde: Quien me quiera seguir y miré hacia atrás no es digno de mí.



 ¿Somos nosotros de los que se dejan instruir? ¿Nos conformamos con la homilía dominical? ¿Qué tiempo tomamos para escuchar verdaderamente lo que Dios tiene para decirnos? ¿Sobre qué temas permitimos que Él nos hable? ¿Pensamos que Él nada tiene que decir con respecto a nuestra vida profesional o nuestras opciones políticas? Los profetas, cuya palabra siempre es contextualizada, surgen para decirnos que Dios se interesa en todo lo que sucede con nuestra vida.

Dios quiere el bien para todos, Él nos quiere asegurar un futuro dichoso. Él sabe de qué estamos hechos, es Él quien nos formó y conoce mejor que nosotros mismos, el para qué sirve está maravillosa criatura que somos. Maravillosa cuando se muestra flexible y dócil, pero desagradable cuando se endurece.

Sí reconocemos tener espiritualmente la cerviz dura, hay un osteópata muy competente para nosotros: es el Espíritu Santo. En la oración Veni Sancte Spiritus, nos atrevemos a pedirle: «doma el espíritu indómito…» ¿Dejaremos de estar atados a nuestros visores habituales, anclados por el alcance de nuestras ondas? ¿Nos dejaremos a su acción dulce y firme? Él nos hará flexibles y dóciles para encontrar la verdad. Entonces el Señor tendrá la dicha de podernos decir: Yo soy tu Dios y verdaderamente me perteneces. Nuevas palabras saldrán de nuestros labios. La fidelidad no se sostiene en la repetición sin sentido, sino en la creatividad que mantiene la presencia de Aquel que es nuestro Dios, sin importar que tan amenazantes sean las circunstancias en que vivimos.



 Dejemos al Señor suavizar nuestra cerviz dura y así podremos escucharle. Él nos inspirará cómo asegurar un mejor futuro a las nuevas generaciones.


 Señor, pedimos tu misericordia por nuestra falta de atención a lo que tú nos quieres decir y nosotros no dedicamos el tiempo para escuchar. Continúa hablándonos, ya que tenemos necesidad de tu dirección para un obtener un mejor futuro. Sostennos para que no demos marcha atrás y permítenos ir siempre adelante, como nuestro Padre Santo Domingo, pensando en ti nuestro Salvador; quien vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.


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