jueves, 31 de marzo de 2016

Hechos de los apóstoles 4, 1-12

En aquellos días, mientras hablaban al pueblo Pedro y Juan se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y lo saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Le echaron mano y, como ya era tarde, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente. Muchos de los que habían oído el discurso, unos cinco mil hombres, abrazaron la fe. Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas; entre ellos el sumo sacerdote Anás, Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a Pedro y a Juan y los interrogaron: - «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso?» Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondió: - «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.» 







  • “En nombre de Jesucristo Nazareno”

Pregunta importante la que le hicieron a Pedro y a Juan las autoridades religiosas de entonces, ante su predicación al pueblo y la curación de un tullido: “¿Con qué poder y en nombre de quién habéis hecho eso?” Pedro, que fue el que respondió en nombre de los dos, lo tenía claro después de haber convivido intensamente tres años con Jesús, después de haberle negado y después confesado, después de haberle visto resucitado, después de haberle oído decir: “Id y predicad el evangelio a toda creatura”: “En nombre de Jesucristo Nazareno”. Y “lleno del Espíritu Santo” fue capaz de decirles algo que no le habían preguntado: “a quien vosotros crucificasteis”.
Esa misma pregunta nos la podemos hacer nosotros, cristianos de 2016: ¿En nombre de quién hacemos todo lo que hacemos? En realidad todo seguidor de Jesús, sea del siglo I, del siglo XIII, del siglo XXI, aunque las circunstancias sociales sean distintas… respondemos igual: “En nombre de Jesucristo Nazareno”. Jesús es el que nos impulsa a hacer todo lo que hacemos: amar, perdonar, luchar por la justicia, descansar, evangelizar, decir la verdad… es el manantial de vida donde bebemos para seguir sus pasos, porque nos ha convencido que es la mejor manera de vivir y de llegar a la resurrección a una vida de total felicidad. Y, porque, a veces, las fuerzas nos pueden flaquear, en cada eucaristía vuelve a salir a nuestro encuentro y nos alimenta con su cuerpo entregado y su sangre derramada.

  • “Es el Señor”

En el lago de Tiberíades, con otra pesca milagrosa, Pedro vuelve a descubrir que Jesús es el Señor, ahora resucitado. Le vuelve a descubrir, ahora con más serenidad y más intensidad, como el que tiene palabras de vida eterna, como el que hace promesas que nadie puede hacer para esta vida y la otra y las cumple, como el que ha muerto y resucitado… vuelve a caer en la cuenta con más fuerza que Jesús es el Hijo de Dios, su único Maestro.
Todos los cristianos tenemos la misma experiencia. Un día, después de que Jesús salió a nuestro encuentro, con su ayuda, le descubrimos como el único Señor de nuestra vida. Por eso, cuando nos pidió que le siguiésemos, fascinados por su luz y su amor, le dijimos: “Te seguiré donde quiera que vayas”.
Pero esa experiencia, lo mismo que le pasó a Pedro, la hemos tenido que ir renovando y retocando. Hay circunstancias personales, a veces gozosas, a veces dolorosas, en las que Jesús, saliendo de nuevo a nuestro encuentro, nos hace exclamar desde lo más hondo de nuestro corazón: “Es el Señor”. Y, dichosos, le volvemos a rendir toda nuestra persona y le pedimos que no nos deje de su mano, que nos acompañe siempre para que la ilusión, la esperanza, el gozo de vivir sean el pan nuestro de cada día.


La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

La piedra que desecharon
los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. . 
 
 

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