Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron:
- «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
- «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
- «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?»
Ella contestó:
- «Ninguno, Señor.»
Jesús dijo:
-«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»
La historia evangélica de la adúltera es otra cosa. En ella se contraponen actitudes misericordiosas y actitudes justicieras; detrás de estas últimas, como tantas veces, se esconde la hipocresía. La narración, incluida en el cuarto evangelio, visualiza un principio teológico enunciado unos capítulos antes: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). Pero esa misericordia de Dios no es aceptada por todos; los más cumplidores (fariseos) y los entendidos en las Escrituras (escribas) rechazan a la mujer y pretende que Jesús la condene; no se le acercan para interceder por ella, ignoran que el Siervo de Yahvé “intercedió por los pecadores” (Is 53,12). El gesto de Jesús escribiendo sobre el suelo pudiera ser lo más nuclear de la narración, o una “variación sobre el tema” de sus duras palabras “el que no tenga pecado…”. Por medio del profeta Jeremías Dios había dicho: “los que se alejan de mí serán escritos sobre el polvo” (Jr 17,13). Al parecer, Jesús dice a los inmisericordes acusadores: “los alejados de Dios sois vosotros”; ellos, expertos en el Antiguo Testamento, tuvieron que entender esta silenciosa llamada a cambiar de actitud.
Oh Dios y Padre nuestro, Dios de vida:
Tú quieres que vivamos y que seamos felices.
Tu Hijo Jesús nos asegura:
“Yo soy la resurrección y la vida”.
No permitas que tu vida muera en nosotros.
Haz que salgamos de nuestras tumbas de pecado,
de mediocridad y temores.
Que la vida triunfe en nosotros,
aun en nuestras incertidumbres y pruebas,
y haz que contagiemos a otros nuestra esperanza
de que nos has destinado para una vida gozosa sin fin
por medio del primer nacido de entre los muertos,
Jesucristo nuestro Señor.
Tú quieres que vivamos y que seamos felices.
Tu Hijo Jesús nos asegura:
“Yo soy la resurrección y la vida”.
No permitas que tu vida muera en nosotros.
Haz que salgamos de nuestras tumbas de pecado,
de mediocridad y temores.
Que la vida triunfe en nosotros,
aun en nuestras incertidumbres y pruebas,
y haz que contagiemos a otros nuestra esperanza
de que nos has destinado para una vida gozosa sin fin
por medio del primer nacido de entre los muertos,
Jesucristo nuestro Señor.





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