lunes, 4 de mayo de 2015

Sal 113B,1-2.3-4.15-16






No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas.

Benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres






No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria






Aceptar y guardar los mandamientos de Jesús es demostrar, en la práctica, que creemos en él, que le damos crédito, que a él nos confiamos; que, en definitiva, le amamos. Seguir a Jesús es, por tanto, obedecerle. Quien se entrega y se confía a este misterio de amor camina en una nueva vida marcada por una nueva ley, por una nueva obediencia: la de los hijos que buscan vivir según la voluntad del Padre.


Jesús nos confirma y nos da la certeza de que nuestro Padre del cielo nos ama y vive en nosotros, si vivimos conforme a las palabras del mismo Jesus





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