En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.»
El creyente vive con la confianza de que su vida, por difíciles que sean
las circunstancias, está en manos de la bondad de Dios. Esa es nuestra
fe. Confiamos en que nuestro Dios, el Padre de Jesús y padre nuestro, es
un Dios que cumple sus promesas y nunca nos abandona. Él nos ha dado su
palabra: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
A esta promesa nos abandonamos. Creemos y confiamos, por tanto, en un
Dios que nos acompaña y camina a nuestro lado. No estamos solos, ni
siquiera cuando aparentemente el sufrimiento nos pudiera invitar a
pensar lo contrario.
¡Cristo vive! ¡Que nada ni nadie nos robe la esperanza ni la alegría del Evangelio!
Él es el que lleva esta historia adelante, el más interesado en que todo salga según sus planes.
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