domingo, 31 de julio de 2016

Mt 5:13-16

“En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se la salará. No sirve más que para tirarla afuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad levantada en un monte. Ni se enciende una lámpara para ocultarla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras obras buenas obras y den Gloria a vuestro Padre celestial”
 Jesús utilizó imágenes sencillas y familiares en nuestra vida tal como la sal y la luz para enseñar a los discípulos. Al oír sobre la sal y la luz todos entendemos que son indispensables para nuestras vidas. Si no hubiera sal, no tendríamos un inmenso océano lleno de seres vivos. Si no hubiera luz, no habría vida en la oscuridad de la tierra. Sal y luz son indispensables para la vida en la tierra.

Después de instruir a los discípulos sobre las bienaventuranzas, Jesús continúa enseñándoles como ser sus verdaderos discípulos. Sus discípulos deben tener “sal y luz” en sus corazones, tal como Jesús es “la luz” del mundo (Jn 9,5). Utilizando las imágenes de la sal y la luz, Jesús quiere decir a los discípulos que ellos tienen que ser “la sal” y “la luz” que ocasionan el bien a todos. “Sal” en sus corazones debe ser “la sal” del amor, para macerar el amor mutuo haciendo sus vidas más y más perfectas y felices en el amor de Dios (I Jn 4: 16). Tienen la obligación de cultivar el amor que Jesús ha traído a la humanidad de tal forma que este amor pueda permanecer encendido (Lc 12:19). Son también “la luz” para iluminar la senda de la verdad por la que todos han de caminar. “La luz” que disipa la oscuridad y guía a quienes se han extraviado al camino justo que conduce a la vida (Jn 8:12).

Tal es la misión de los discípulos. Por lo tanto, si “la sal” se vuelve sosa y si “la luz” se esconde bajo el celemín pierden su función y no pueden ser instrumentos que portan aquello para lo que fueron hechos.

Si nosotros cristianos estamos ocultos no podemos ser instrumentos de paz que Dios da y que son fuente de salvación para todo
 Como discípulos de Jesús ¿reflexionamos continuamente sobre si hay de verdad “sal” y “luz” en nuestros corazones? Aceptar ser sal significa disolvernos para sazonar platos y bebidas. Así sucede con la vida de los discípulos de Jesús. Queremos sacrificar nuestras vidas para ser gozo al disolvernos en las vidas de otros para que podamos dar fruto con ellos. Ser “sal” y “luz” significa revestirse de Cristo, es decir, poner su amor para calentar este mundo frío; tomar la cruz para que cada uno pueda apreciar la fuente de la salvación.

Profundizando en la vida interior, hemos tenido la experiencia de que nuestra "sal" a veces pierde su sabor y nuestra "luz", cubierta por nubes, no puede iluminar a todos. Sin embargo, ese no es el fin que nos vuelve inservibles como objetos a desechar. El ejemplo de los apóstoles es una lección preciosa para nosotros. “La sal” de Pedro perdió su sabor pues negó a su Maestro. Sin embargo, sus lágrimas de arrepentimiento sazonaron, otra vez, su “sal”. Pablo no brillaba por causa de sus nubes oscuras. Sin embargo, Dios le iluminó para que fuera y llevara la luz a los gentiles. Debemos confiar en Dios para que nuestra “sal” sea verdaderamente sal y nuestra luz ilumine. Si nosotros tenemos cualquier duda sobre ser “sal” y “luz”, debemos recordar que Dios puede cambiar lo insípido en sabroso y la oscuridad en la luz del amanecer del sol de justicia.

 "La Palabra, la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo"


Oh Dios, tú nos has enseñado a ser sal para el mundo y luz para iluminar en la oscuridad, apoya y cumple lo que has comenzado en nosotros. Ayuda a nuestra “sal” para que esté siempre salada y nuestra “luz” para que haga brillar tu verdad a todos. Aunque haya sacrificios y dificultades, cuando Tú caminas con nosotros, nuestro yugo es llevadero y la carga ligera. Amén

jueves, 28 de julio de 2016

Mt 13, 47-53







En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?” Ellos le contestaron: “Sí.” Él les dijo: “Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.” Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.


 Esta parábola es muy significativa para los apóstoles principales, que eran pescadores.

La red es algo ajeno al mar, viene de arriba, rescata y da la posibilidad de una vida nueva. Lleva a la luz (Hilario, Com. a Mateo, 13, 9). La red en movimiento actúa conduce al Reino de los cielos, pero ya es el Reino de los cielos en acción.

Esta red estaba incompleta antes de Cristo (Orígenes, Com. a Mateo, 10, 12). La red confiada a los “pescadores de hombres” (Mt 4,19) es la Iglesia (Gregorio M., Cuarenta Homilías sobre los Evangelios, 11, 4). Los apóstoles entretejen (Jerónimo, Com. a Mateo, 2; Cirilo Alej., Fragmento 171) la red con los dones de Dios y que llevan a Dios: es la predicación evangélica (Hilario, ibidem), la enseñanza de la sagrada doctrina (Cirilo Alej., ibidem), la gracia y la verdad de Jesucristo (Jn 1,14.17), o la revelación y los sacramentos que son transmitidos por los apóstoles.

A diferencia de la parábola de la cizaña, aquí los buenos y los malos están en la misma red. Aquí se interpela a los miembros de la Iglesia: no basta con estar en la Iglesia, o confiar sólo en su predicación (Crisóstomo, Homilía sobre Mateo, 48), o tener la fe (Gregorio M., ibidem). En última instancia, todo ser humano es interpelado porque es alcanzado de alguna manera por los dones que Jesucristo ha dado a Su Iglesia
Los peces malos no sirven para comer porque no se han desarrollado. La red en el mar describe la situación de quien tiene al mismo tiempo dos pertenencias: mientras la red es recogida los peces pueden nadar según el impulso de la red o no, querer lo que está dentro o fuera, desarrollarse o no.

Jesús vino a traer fuego sobre la tierra (Lc 12,49). El fuego simboliza la presencia, el amor y la acción de Dios (Gn 15,17; Ex 3,2 y 13,21-22; Jc 6,21; 1 Re 18,38; Hch 2,3). Pero aquí el horno significa el infierno, la decepción. La decepción se mide según los beneficios del amor de Dios (Lc 12,48).

Lo nuevo es lo que Dios está haciendo ahora: tiene prioridad sobre lo que habíamos recibido antes, y lo transforma.

Jesús está en movimiento.




 Dios tiene la iniciativa. El arroja y recoge la red. La red tiene un movimiento: es ascendente, de atracción, lleva hacia El. Es un movimiento de amor.

Tomar consciencia del movimiento, es creer que Dios está obrando ahora y conduciéndonos hacia El mismo. Nuestra existencia está dentro del impulso de Dios. Mientras estamos dentro de la red en movimiento, El puede obrar en nosotros. Es el tiempo de gracia (kairós). Todo lo que ella abarca lo abarca la misericordia de Dios; dentro de ella obra Su misericordia. La red es como estar en las manos de Dios; Dios puede hacer y rehacer como hace el alfarero (Jer 18).

Dentro de la red en movimiento somos libres de asociarnos o no a ella. Podemos colaborar con Su impulso, o no. Dios quiere salvarnos con nuestra cooperación. “Ya no os llamo siervos… sino amigos” (Jn 15,15).

Hay cuatro grupos de personas: (1) los que saben que están dentro de la red y colaboran con su movimiento, (2) los que sin saber que están dentro de la red colaboran con su movimiento, (3) los que sabiendo no colaboran, (4) los que ni saben ni colaboran.

Dios nos invita a amar la red en movimiento y a asociarnos a ella. Amar a Dios va de la mano con amar ese movimiento y cooperar con él, no sólo respecto de lo que Dios hace en nosotros sino de lo que hace en los demás, no para nosotros sino para El, es decir, para que Su gloria llegue a todos los que Él quiere.

Predicar lo nuevo, el fuego, es predicar el amor de Dios: tarde o temprano la persona se enfrentará con ese amor. Mientras es nuevo, Dios obra y la persona puede asociarse activamente. Quien no lo haga se verá decepcionado cuando sea confrontado con el amor de Dios y todo lo qué hizo por amor. Lo más doloroso será el no haberse asociado al movimiento de la red.


 Señor, dame amar el movimiento de Tu red y el fuego de Tu amor. Haz que tome consciencia de que obras siempre (Jn 15,17), para que así pueda yo asociarme a Tu acción. Que lo haga para Ti, para que Tu nombre sea santificado, para que Tu reino venga, para que se cumpla Tu voluntad (Mt 6,9-10). Que nada en mí sea contrario al movimiento de Tu red: que mí único anhelo sea servirlo. Que te ame a Ti y a tu pesca admirable más que a mí mismo; que no quiera vivir sino para esta red en movimiento. Amen.


miércoles, 27 de julio de 2016

Jer 15, 10. 16-21







¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas para todo el país! Ni he prestado ni me han prestado, y todos me maldicen.

Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, Señor, Dios de los ejércitos. No me senté a disfrutar con los que se divertían; forzado por tu mano, me senté solitario, porque me llenaste de ira. ¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga, y mi herida enconada e incurable? Te me has vuelto arroyo engañoso, de aguas inconstantes.
Entonces respondió el Señor: "Si vuelves, te haré volver a mí, estarás en mi presencia; si separas lo precioso de la escoria, serás mi boca. Que ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos. Frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable; lucharán contra ti y no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte y salvarte -oráculo del Señor-. Te libraré de manos de los perversos, te rescataré del puño de los opresores."







 Conocemos la vida y la personalidad de Jeremías mejor que la de ningún otro profeta del Antiguo Testamento gracias a los apuntes autobiográficos que él mismo nos presenta en su libro. El fragmento que leemos hoy corresponde a lo que se ha denominado “las confesiones de Jeremías” donde el profeta nos deja ver sus crisis interiores en un estilo que recuerda a los Salmos de súplica. Jeremías nació hacia el año 650 a.C. de una familia sacerdotal residente en los alrededores de Jerusalén. Fue llamado por Dios desde muy joven y tuvo que presenciar la caída y destrucción del Reino de Judá. Jeremías anunciaba la inminencia de esta derrota y por esta razón fue acusado de derrotismo por los militares, perseguido y encarcelado. Tuvo que ver la destrucción de Jerusalén por los babilonios y huir a Egipto, donde posiblemente murió.

Aunque se describe a sí mismo como un hombre de alma tierna y deseoso de paz, tuvo que ser profeta de desgracias y enfrentarse tanto a los líderes de su pueblo como a reyes enemigos. Como dice él mismo, fue enviado para «extirpar y destruir, reconstruir y plantar». En medio de ese sufrimiento, Jeremías parecer ser el pionero de la noción de una «Nueva Alianza» fundamentada en la rectitud de corazón, en una relación personal con Dios. Sus escritos tendrán una gran influencia en la restauración después del Exilio.








 En nuestra vida como predicadores y testigos del Evangelio nos encontramos con lugares en los que nuestra palabra es recibida con agrado, en los que somos reconocidos y admirados por nuestra misión. En esos momentos, es fácil sentirnos fuertes y llenos de entusiasmo frente a nuestra vocación. Pero también vivimos situaciones y encontramos lugares en los que nos enfrentamos a la indiferencia, al desprecio, la burla o, incluso, la persecución. Jeremías nos expresa uno de esos momentos de dificultad en los que se siente solo y maldecido por su misión. En una oración profunda y sincera hacia Dios le pregunta el porqué de ese sufrimiento. Algunas veces nosotros también cansados o desilusionados ante nuestros esfuerzos en vano le preguntamos a Dios porqué nuestra misión no da fruto. La gran tentación en esos momentos es la de «convertirnos a ellos», como le dice Dios al profeta, acomodarnos al contexto y restarle fuerza a nuestra palabra buscando aceptación y reconocimiento. Creo que todo cristiano y toda comunidad cristiana que busquen vivir su vida de modo profético se ven confrontados a este dilema. No se puede ser profeta o predicador sin asumir todas las consecuencias que ello implica.

Pero Jeremías nos comparte también la alegría y la esperanza que lo sostienen en medio de las dificultades: las palabras de Dios, que «devoraba», eran su gozo; la muralla que lo libra y lo salva es el Señor de los ejércitos. En el Evangelio de este día encontramos dos bellas imágenes de la alegría del creyente que lo llevan a darlo todo por el Reino de Dios. Las dificultades que encontramos en nuestra vocación y misión pueden ser muchas veces una oportunidad para purificar nuestras intenciones y descubrir que como cristianos y como predicadores, más allá de elogios y seguridades pasajeras, nuestra alegría y nuestra esperanza duraderas se encuentran en Dios.



- ¿También vosotros queréis marcharos?
- Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna
 
 Oh, Dios, protector de los que en ti esperan, sin tí nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia, para que, bajo tu guía providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eterno. Por nuestro Señor Jesucristo. Amen. 
 
 
 

martes, 26 de julio de 2016

Mt 13, 36-43



Después Jesús despidió a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron y le dijeron: “Explícanos la parábola de las malas hierbas sembradas en el campo”. Jesús les dijo: “El que siembra la semilla buena es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo. La buena semilla es la gente del Reino. La maleza es la gente del Maligno. El enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Vean como se recoge la maleza y se quema; así sucederá al fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles; éstos recogerán de su Reino todos los escándalos y también los que obraban el mal, y los arrojarán en el horno ardiente. Allí no habrá más que llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Quien tenga oídos, que entienda



 Señor Jesús que nunca olvide que “los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”



 El capítulo 13 del Evangelio de Mateo está destinado a las parábolas del Reino dirigidas por Jesús a sus discípulos: La parábola del sembrador, la parábola del trigo y la hierba mala, la parábola del grano de mostaza y la parábola del tesoro, la perla y la red; las cuales tenían el propósito de probar que los cristianos, excluidos de la comunidad judía, son los herederos a las promesas de Jesús como miembros de su nuevo pueblo; que es la Iglesia.

Esta parábola nos invita a ver como el Reino de Dios va madurando a través de la historia de la humanidad en la que Cristo es el Señor. En el antiguo Testamento, los profetas hablaban sobre la espera del juicio de Dios sobre el mundo y predicaban la urgente necesidad de la conversión de los corazones y modos de vivir para buscar la salvación. Jesús nos habla también sobre este juicio en el que seremos juzgados por la rectitud de nuestra conciencia, y sobre todo por lo que existe en el interior de nuestros corazones. No debemos ver en ello un deseo de venganza que nos asusta y que puede ocasionar una imagen distorsionada de Dios. La misericordia de Dios permite entender que el bien y el mal siempre van a estar presentes en la vida de las personas y del mundo, y que sólo su gracia nos dará la fuerza y sabiduría necesaria para decidir entre lo uno y lo otro. Dios sabe muy bien de nuestra lucha para elegir el bien. Nos anima y fortalece con su presencia diaria en la construcción de su Reino y en la vivencia de la misión de su Iglesia, que es buscar la salvación de todos.







 Después que la gente partió, los discípulos aprovecharon que estaban a solas con Jesús para preguntarle por el significado de la parábola del trigo y la mala hierba. No hay duda que éste relato había despertado una gran inquietud en ellos y, seguramente que la explicación de Jesús aumentó su preocupación.

Hoy, también nosotros compartimos la preocupación de los discípulos, pues tenemos la certeza que un día vamos a morir y presentarnos ante Jesús llevando en nuestras manos las decisiones tomadas a favor o rechazo del Reino de Dios. Este acontecimiento, trascendental en la vida de las personas, ha generado en la mayoría temor y una idea equivocada del Señor de la Vida, pues ha provocado que se tenga la visión de un Dios severo y castigador.

La misericordia de Dios no tiene límites y siempre su perdón será más grande que cualquier pecado. Dios, en su inmensa sabiduría, comprende que el hombre se desenvuelve entre el bien y el mal y que necesita equivocarse para encontrar su orientación definitiva. Pesar en una balanza las cosas buenas y malas de una persona sería un acto carente de amor y contrario a Dios, que es amor.

Nosotros, que hemos sido creados por amor, seremos juzgados por el amor. Dios conoce, comprende y perdona nuestras debilidades. Así mismo, nos da la fortaleza para vencer el mal y no caer en tentación. Esta es nuestra lucha diaria hasta el fin de nuestros días.




 Señor Jesús, Tú comprendes que nos encontramos en todo momento entre el bien y el mal. Concédenos la sabiduría, fortaleza y un amor tan grande para elegir siempre amar y seguirte a ti que eres la verdad, el camino y la vida. Amen.




martes, 19 de julio de 2016

Jer 1:1, 4-10




Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes residentes en Anatot, territorio de Benjamín.

En tiempo de Josías, el Señor me dirigió estas palabras: "Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones".

Yo le contesté: "Pero, Señor mío, yo no sé expresarme, porque apenas soy un muchacho". El Señor me dijo: "No digas que eres un muchacho, pues irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te mande. No tengas miedo, porque yo estoy contigo para protegerte", palabra del Señor.

El Señor extendió entonces su brazo, con su mano me tocó la boca y me dijo: "Desde hoy pongo mis palabras en tu boca y te doy autoridad sobre pueblos y reyes, para que arranques y derribes, para que destruyas y deshagas, para que edifiques y plantes

 El profeta Jeremías parece pesimista. Tiene razón para serlo: ha vivido en el siglo VII a. C en un trágico período que antecede la ruina de Jerusalén. El insta y quiere que el pueblo entre en razón antes de que sea demasiado tarde. Ve en ello la voluntad salvífica de Dios. Dios mismo quiere evitar lo peor. Jeremías ha sido escogido muy joven para ser portavoz de Dios. Él era consciente de que tendría que derribar, destruir y exterminar.

Lo hará superando todo obstáculo, aún a sí mismo. Porque estaba a favor de la misericordia y la paz, pero debía anunciar sin cesar la desgracia. Sin embargo, no es un profeta de la desgracia, se le ha encargado advertir y pedir la conversión radical sin la cual no se podría alcanzar el bien.

Lo que él debe arrancar y destruir, son los obstáculos para alcanzar la armonía con Dios y con el pueblo: es decir, la terquedad, la obstinación, la falta de atención a la Palabra de Dios. No es fácil hacer cambiar a quien no lo quiere hacer, a aquellos que se creen acordes al derecho, pero son testarudos. El profeta, toma la comparación de la cerviz endurecida: ésta impide a la persona cambiar de posición; es una actitud que no permite voltear la cabeza para prestar atención a quien habla, no permite inclinarse para decir sí. Más allá, estas personas obstinadas han vuelto la espalda a Dios en lugar de mirarle de frente y aprender de Él, el camino a seguir. Han evitado esta confrontación, es por ello que el profeta les debe confrontar de nuevo con su resistencia.

Ellos cometen el error de no escuchar a Dios. Él no es un juez que les hace reproches, sino un Padre que corrige a sus hijos para evitarles el dolor.

El profeta pasa por la dolorosa experiencia de no ser escuchado. Por ello, comparte en cierta medida la decepción de Dios quién haciendo alianza con su pueblo desea que progrese y no que retroceda. Jesús mismo dirá más tarde: Quien me quiera seguir y miré hacia atrás no es digno de mí.



 ¿Somos nosotros de los que se dejan instruir? ¿Nos conformamos con la homilía dominical? ¿Qué tiempo tomamos para escuchar verdaderamente lo que Dios tiene para decirnos? ¿Sobre qué temas permitimos que Él nos hable? ¿Pensamos que Él nada tiene que decir con respecto a nuestra vida profesional o nuestras opciones políticas? Los profetas, cuya palabra siempre es contextualizada, surgen para decirnos que Dios se interesa en todo lo que sucede con nuestra vida.

Dios quiere el bien para todos, Él nos quiere asegurar un futuro dichoso. Él sabe de qué estamos hechos, es Él quien nos formó y conoce mejor que nosotros mismos, el para qué sirve está maravillosa criatura que somos. Maravillosa cuando se muestra flexible y dócil, pero desagradable cuando se endurece.

Sí reconocemos tener espiritualmente la cerviz dura, hay un osteópata muy competente para nosotros: es el Espíritu Santo. En la oración Veni Sancte Spiritus, nos atrevemos a pedirle: «doma el espíritu indómito…» ¿Dejaremos de estar atados a nuestros visores habituales, anclados por el alcance de nuestras ondas? ¿Nos dejaremos a su acción dulce y firme? Él nos hará flexibles y dóciles para encontrar la verdad. Entonces el Señor tendrá la dicha de podernos decir: Yo soy tu Dios y verdaderamente me perteneces. Nuevas palabras saldrán de nuestros labios. La fidelidad no se sostiene en la repetición sin sentido, sino en la creatividad que mantiene la presencia de Aquel que es nuestro Dios, sin importar que tan amenazantes sean las circunstancias en que vivimos.



 Dejemos al Señor suavizar nuestra cerviz dura y así podremos escucharle. Él nos inspirará cómo asegurar un mejor futuro a las nuevas generaciones.


 Señor, pedimos tu misericordia por nuestra falta de atención a lo que tú nos quieres decir y nosotros no dedicamos el tiempo para escuchar. Continúa hablándonos, ya que tenemos necesidad de tu dirección para un obtener un mejor futuro. Sostennos para que no demos marcha atrás y permítenos ir siempre adelante, como nuestro Padre Santo Domingo, pensando en ti nuestro Salvador; quien vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.


lunes, 18 de julio de 2016

Mt 12, 46-50

En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: "Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo". Pero él respondió al que se lo decía: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: "Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".
 Hoy recordamos la genealogía de Jesús que Mateo utiliza para iniciar el Evangelio. Añadido al pueblo escogido de Dios será todo lo que siguen a Jesús y hacer la voluntad del Padre. Tenemos que advertir que las genealogías antiguas no siempre se planeaban como árboles familiares: a menudo se hacían para indicar otras relaciones. La intención de Mateo de seguir la ascendencia de Jesús es mostrar que pertenece al grupo de los escogidos y que es la meta y la plenitud de esa historia.
 A Dios le gusta actuar de manera inesperada a través de personas inesperadas. Jesús, el Hijo de David viene de una familia de la que hacen parte extranjeros, pecadores y gente humilde, por eso no es sorpresa que cuando su familia se amplía a la “familia de Dios” y cuando Jesús se hace nuestro “hermano”, su extensa familia incluya extranjeros, pecadores y gente humilde. Esta familia es de ese tipo y Mateo lo resalta inmediatamente.

El árbol familiar de Jesús y la línea sanguínea no son perfectos y esto, según el exégeta, Raymond Brown, hay que tenerlo en cuenta cuando se tiene la tentación de creer en Jesús, pero rechazar a la iglesia por sus imperfecciones, escándalos y lo malo de su historia. Al presentarnos los orígenes de Jesús, los evangelios señalan tanto a pecadores, mentirosos y traidores en su linaje genético e histórico, como a santos, gente honesta, mujeres y hombres de fe.

Como dice Raymond Brown: “El Dios que escribió los comienzos con líneas torcidas, escribe también lo que sigue de la misma manera, y de alguna de esas líneas son testimonio nuestras propias vidas”. Un Dios que no dudó en usar tanto lo sinuoso como lo noble, lo impuro como lo puro. Somos una Iglesia compuesta de santos y pecadores. Más allá de lo que seamos, necesitamos reavivar la historia de la encarnación.
 Padre celestial, fuente de toda unidad, te pedimos por Jesús, nuestro Señor y Salvador, que protejas nuestra familia de las amenazas actuales de desunión. Da la paz a nuestros hogares. Ayúdanos a agradecer nuestra propia bondad, a apreciar los esfuerzos y a apoyarnos mutuamente. Espíritu Santo, danos fuerza para actuar con compasión, empatía y la amabilidad diaria de tu amor curativo y de tu gracia. Te lo pedimos por intercesión  de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

domingo, 17 de julio de 2016

Mt 12, 41-42

Pues de la misma manera que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra. Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta gente y la condenarán, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay alguien más grande que Jonás.





 El profeta Jonás es el único profeta que Jesús mencionó por su nombre. Era un patriótico israelita que de mala gana recibió la llamada a servir en un país extranjero. A su vez, es el único profeta menor que desarrolla su actividad sólo fuera de Israel. Además, los asirios de Nínive eran considerados enemigos por los israelitas.

Nínive era era la capital del reino de Asiria y se encuentra en el rio Tigris (actual Mosul en Irak), contando con una población de entre 600.000 y 1.000.000 de habitantes. Curiosamente, Dios envía a Jonás a este pueblo extranjero para darles la oportunidad de arrepentirse de sus pecados y de que vuelvan a Él. El envío de un profeta del Dios de Israel a un pueblo extranjero significa que Dios es el Dios de todas las naciones y no sólo de Israel.

El hecho de vestirse de saco y esparcir ceniza sobre la cabeza eran signos de duelo y arrepentimiento. Una consecuencia práctica de arrepentimiento genuino es el cambio de comportamiento. De lo contrario, sólo hubieran sido palabras vacías dichas por la gente de Nínive.

El resto del episodio no se nos da en la lectura de hoy. En su capítulo final, el número cuatro, Jonás encuentra un lugar cómodo desde el cual contemplar la destrucción de la ciudad. Sin embargo, esto no llega a suceder porque Dios acepta el arrepentimiento de sus habitantes. Aunque Dios proveyó a Jonás de un arbusto para protegerle del sol el pobre profeta sufre finalmente quemaduras porque Dios marchita el arbusto mientras Jonás duerme. Jonás se enoja mucho cuando ve que la zarza ha muerto. Dios le reprocha su enojamiento por la planta muerta y su indiferencia por la suerte de los habitantes de Nínive que son mucho más importantes. La ironía es que Jonás está indignado porque sus enemigos han escuchado su predicación y se han arrepentido de sus pecados. Dios, que tenía la intención de destruirlos, ha olvidado su castigo y les muestra su misericordia.

 Las personas que están demasiados llenas de sí mismas, y son demasiado obstinadas en sus opiniones sobre los demás, no dejan espacio para la Salvación ofrecida por Cristo a los demás y a ellos mismos.



 Siempre hay una oportunidad. Dios nunca se cansa de estar en el umbral para buscar nuestro regreso y darnos un nuevo comienzo. Justo cuando pensamos que todo ya se ha "vendido" como en una subasta — a la una, a las dos... — hay espacio de tiempo aún para la sorpresa. Por así decirlo, esto es todo lo que Dios necesita. De esta forma, la pregunta tendría que ser: "¿creamos un espacio en nosotros mismos, en nuestros corazones, para la Gracia de Dios?". Jonás estaba tan lleno de su propio celo y el celo del Señor para sí mismo y para su pueblo que no dejaba espacio para los demás. Tal vez, pensaba que la reunión de todos, especialmente de sus enemigos, en el Pueblo de Dios podía hacer disminuir su amor por Israel.

La historia de Jonás nos habla tanto de su conversión como de la conversión de los ninivitas. Estamos llamados a ser evangelizadores y a presentar a los demás un encuentro con el Señor Jesús. Como predicadores debemos ser ejemplos vivos de conversión, porque somos enviados por Dios a todos los pueblos y a cualquier tipo de situaciones. Dónde vamos no es nuestra elección. Dios es el que nos envía. Cómo vamos depende de como vivamos la Gracia que Dios nos ha dado como predicadores de la Palabra. Siempre hay un poco de espacio en nuestras vidas para dejarnos sorprender por Dios, para acoger la sorpresa que Dios nos tiene preparada. Incluso cuando pensamos que ya no es posible o que no puede encajar en nuestra visión del mundo.

 Señor Dios nuestro, te damos gracias por tu amor universal para con todos los pueblos. Ayúdanos con tu Gracia para que seamos capaces de amar como tú lo haces: sin limites y sin prejuicios. Concédenos que, por medio de nuestra predicación, podamos ser instrumentos de tu reconciliación y hospitalidad, y así todos puedan llegar a conocerte y amarte, encontrando en tu misericordia la paz que todos buscan. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


jueves, 14 de julio de 2016

Mat 12, 1-8





Atravesaba Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: “Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida hacer en sábado”. Les replicó: “¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitido ni a él ni a sus compañeros, sino solo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa quiero misericordia y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado”


 Buscar siempre el rostro humano de la ley



 El sábado es la observancia ritual más importante del judaísmo, la única directamente estipulada en el Decálogo. Es principalmente un día de descanso, de oraciones y de enriquecimiento espiritual. Es un día de recuerdo, recuerdo de su importancia en la historia de salvación del pueblo judío, y es también un día de observancia para no ejecutar ningún tipo de trabajo. Aunque no hay consenso entre los líderes judíos sobre lo que de hecho puede ser considerado como “trabajo”, los fariseos consideraban que arrancar espigas era un trabajo y que por lo tanto estaba prohibido. Esta era la razón de su indignación contra los discípulos de Jesús. Los discípulos de Jesús, por su parte, solamente arrancaban espigas para satisfacer su hambre y esto estaba permitido incluso cuando el campo no era suyo. El problema para los Fariseos no era que arrancaran espigas, sino que lo hicieran en sábado.

Para defender a sus discípulos, Jesús hace referencia a dos incidentes señalados en el Antiguo Testamento que pueden ser considerados como excepciones a la ley. El primero fue el encuentro entre David y Abimelec, el sacerdote que ofreció a David y a sus hombres “el pan consagrado”, que por ley se supone que no podían comerlo. Antes de dejar que David y sus hombres murieran de hambre, consintió que comieran los panes de la proposición porque no tenía ningún otro pan para ofrecerles. No hay ninguna indicación en la Escritura de que este acto fuera considerado como malo o como un incumplimiento de la ley. En la segunda referencia, Jesús recuerda a los Fariseos el hecho de que cada sábado el sacerdote “trabaja” en el templo para cumplir con sus obligaciones sacerdotales y esto tampoco es considerado como malo o como una infracción de la ley por parte de ellos. Estos ejemplos muestran, no una abolición o desprecio de la ley, sino que hay excepciones humanas.


 Las leyes fueron introducidas en la vida del pueblo de Israel en el momento en que se estaba convirtiendo en una nación. Estas leyes eran necesarias para salvaguardar su evolución, su relación con Dios y con los demás. En esta misma perspectiva, ningún grupo o nación puede funcionar eficazmente sin leyes. Las leyes nos ayudan a ordenar nuestras sociedades y nuestras vidas, y pueden servir para mejorar y proteger nuestras vidas.

La ley está hecha para la persona humana, debe estar al servicio de la persona humana y no al contrario. Esta es la razón por la que el espíritu y el alma de la ley deben estar ordenados al bien de la persona. Sin embargo, ninguna ley humana es perfecta y por eso, en ciertos casos, hay excepciones. En esos casos, sucede que o sacrificamos la ley al bien de la persona humana o sacrificamos el bien de la persona humana a la ley.

En nuestra vida ordinaria, en los distintos lugares y entre los diferentes grupos, tenemos leyes que aseguran el orden y la estabilidad. ¿Cómo se formulan, se interpretan y se ponen en práctica estos preceptos? ¿Es su objetivo mejorar o empeorar a la persona humana? Necesitamos evaluar constantemente nuestros preceptos para asegurarnos que continúan siendo importantes y humanos.

Jesús dijo, “quiero misericordia y no sacrificios”. Ciertamente, aunque Él no ha venido a abolir la ley, se da plena cuenta de los límites de la ley y de la eternidad del amor y de la misericordia. San Buenaventura en su libro, El árbol de la vida, habla de Jesús como “fuente de la misericordia” a la cual, no como en el caso de Judas, debemos volver siempre. Sus leyes son fruto de su amor y de su misericordia por nosotros.

 Dios Todopoderoso, tú nos has mostrado la profundidad de tu amor y de tu misericordia a través del sufrimiento, la muerte y la resurrección de tu Hijo, a pesar de nuestros continuos fallos para observar tus mandatos. Concédenos por tu gracia estos dones inmerecidos, mientras continuamos trabajando para observar tus mandatos y así poder mostrar tu amor y tu misericordia los unos por los otros. Amen



miércoles, 13 de julio de 2016

Isaías 26,7-9.12.16-19:






La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo; en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos, ansiando tu nombre y tu recuerdo. Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra, y aprenden justicia los habitantes del orbe.
Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Señor, en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento. Como la preñada cuando le llega el parto se retuerce y grita angustiada, así éramos en tu presencia, Señor: concebimos, nos retorcimos, dimos a luz... viento; no trajimos salvación al país, no le nacieron habitantes al mundo. ¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá. 






Una persona es justa porque permanece siempre junto a Dios, siempre Le espera, siempre le recuerda, y, en su interior todos los día madruga por Él.
El justo:
• Busca la senda de los preceptos de Dios,
• Sabe que sus juicios son luz de la tierra,
• Sabe que permanecerá en el camino de Dios si es fiel a sus preceptos,
• Sabe que será justo cuando medite y guarde en la mente y en el corazón, el juicio de Dios,
• Sabe que sólo Dios lleva a feliz término lo que hacemos nosotros.
• Sabe que Dios nos dará la paz, porque Él es la paz del mundo y es, también, nuestra paz,
• Sabe que Dios es quien da la fuerza, la vida, el fruto.
• Es consciente de que Dios le allana y hace recto el sendero de su vida,
• Hace de su vida un cántico de acción de gracias,
• Sabe que el Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra para escuchar los gemidos… para librar a los condenados,



 • Madruga por Dios,
• Permite que Dios lleve las riendas de su vida,
• Reconoce que el bien que hace es participación del Bien de Dios,
• Tiene la esperanza puesta únicamente en Dios porque sabe que los que confían en Él serán resucitados de entre los muertos
• Cree que despertaremos jubilosos cuando habitemos en el polvo, porque como dice San Pablo en 1 Cor. 15: Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados.

Podemos preguntarnos:
¿La justicia de Dios es mi senda?
¿La justicia de Dios es el programa de mi vida?
¿Siento deseo de estar en contacto con Dios?
¿Le quiero realmente?
Mi espíritu en mi interior, ¿madruga para buscar al Señor?





 Señor de la luz, el amor y la esperanza. Te damos gracias por el don de la vida que nos has dado. Ayúdanos a discernir tu voz que nos llama a acercarnos a ti. Ayúdanos a ser obedientes y abiertos a tu palabra y tu voluntad. Sabemos que sólo en ti aprenderemos a ser mansos y humildes. Gracias Señor, por ser nuestro descanso y refugio, a ti confiamos nuestras vidas, nuestro trabajo y nuestros sueños. Amen.


martes, 12 de julio de 2016

Mateo 11,25-27 :






En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.» 

 Este es el párrafo que encontraríamos si siguiéramos leyendo lo correspondiente al evangelio de hoy, y que completa la primera parte. “Venid”, vosotros, los cansados, los perdedores, los que no contáis. Podéis venir también los triunfadores, los ricos, los que ostentáis el poder fáctico en el orden que sea; venid, porque también vosotros necesitáis que “Alguien” os explique las Escrituras, que os hablen del sentido de la vida, de vuestra vida, hoy, aquí y ahora. Venid, incluso, las que, como la Samaritana, hayáis tenido cinco maridos; los que, como Zaqueo, no os falte, aparentemente, de nada en la vida. La invitación es universal, porque ilimitado es el cansancio, el agobio y la soledad. “Venid”, no para descansar definitivamente, sino sólo para cargar pilas con el alivio de su palabra y su persona.

 La diferencia entre ir a él o a algún otro reclamo entre tantos como demandan nuestra adhesión a sus filas, ideas y personas, nos la mostró él un día que, sentado junto a un pozo, se hizo el encontradizo con una mujer, prototipo de todas y todos los cansados y agobiados, la Samaritana. El agua, como el poder y el dinero, calman, no la sed, sino sólo la del agua, la hegemonía y el poderío. Sólo el agua que nos ofrece Jesús puede calmar la sed de felicidad y eternidad que todos sentimos
Siendo adulto ante los hombres, ¿cómo me siento ante Dios?


 Señor Dios, te pedimos que nos concedas la gracia de ser como niños con el fin de aprender en silencio de ti, así como la capacidad de saber como seguir a tu Hijo Jesucristo, que es nuestro Señor ahora y siempre. Amén.