jueves, 7 de abril de 2016

san Juan 3, 31-36






El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él. 






  • El que cree en el Hijo posee la vida eterna

Estamos ya inmersos en el tiempo de Pascua y el Señor Jesús nos transmite las cosas que vive, dice y hace, es decir nos da a conocer su propia experiencia de vida: «viene del cielo», «da testimonio de lo que ha visto y oído», «habla las palabras de Dios», «el que cree en Él tiene vida eterna,» Cristo Jesús es transparencia total de su vivencia interior.
Como comentario a este texto evangélico, que nos pide una vivencia profunda de fe, no me resisto a transcribir un párrafo de la bella y vivencial meditación de D. Miguel de Unamuno sobre “Nicodemo el fariseo”:
«Fe! ¡Qué poco se medita con el corazón y no con la cabeza tan sólo, en lo que la fe sea e importe! No una mera adhesión del intelecto a un principio abstracto, a una fórmula sin contenido ya acaso; no la afirmación de principios metafísicos o teológicos; no, sino un acto de abandono y de entrega cordial de la voluntad, una serena confianza en que concurren a un fin mismo la naturaleza y el espíritu, en que naturalizando al espíritu lo sobre - espiritualizamos y espiritualizando a la naturaleza la sobrenaturalizamos, una confianza firme en que habita la verdad dentro de nosotros, en que somos vaso de verdad y en que la verdad es consuelo; una confianza firme en que al obrar con pureza y sencillez de intención, servimos a un designio supremo, sea el que fuere.»


A lo largo de los siglos, cuántos cristianos los han imitado dando testimonio incluso con su vida, de la fe que profesan en el Resucitado, y, si nosotros estuviéramos llenos de fe, haríamos como hicieron ellos y los Apóstoles: seríamos pregoneros valientes, en medio del mundo, de cuál es nuestra fe, y de quién es el Salvador que el mundo necesita, seríamos en verdad personas «pascuales», llenas de fe pascual, y nos dejaríamos guiar por el Espíritu de Dios, se nos notaría en todo momento, con las palabras y con las obras. Seríamos independientes en relación a las modas, a las corrientes ideológicas, a los intereses políticos, sociales y económicos.
Nadie puede ponernos trabas ante la Palabra de Dios, ante la evangelización, pues, como dice Pedro, y, nosotros decimos con él: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.»
Dios no es un pretexto para la propia voluntad, sino que realmente Él es quien nos llama y nos invita, si fuera necesario, incluso al martirio. Por eso, ante esta palabra que inicia una nueva historia de libertad en el mundo, pidamos sobre todo conocer a Dios, conocer humilde y verdaderamente a Dios y, conociendo a Dios, aprender la verdadera obediencia que es el fundamento de la libertad humana.
«La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador»: Dios lo ha exaltado a su derecha, Cristo camina delante de nosotros, nos precede, nos muestra el camino. Estar en comunión con Cristo es estar en Su camino, subir con Él, seguirle al Él, seguir a Aquel que ya ha pasado, que nos precede y nos muestra el camino.
¿En verdad voy a obedecer a Dios antes que a los hombres?
¿Anuncio que Cristo Jesús ha Resucitado?
¿Vivo con la libertad de los Hijos de Dios?






Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.

El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias.

El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor. 
 
 

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