domingo, 17 de abril de 2016

Hechos de los apóstoles 11,1-18





En aquellos días, los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le reprocharon: «Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.»
Pedro entonces se puso a exponerles los hechos por su orden: «Estaba yo orando en la ciudad de Jafa, cuando tuve en éxtasis una visión: Algo que bajaba, una especie de toldo grande, cogido de los cuatro picos, que se descolgaba del cielo hasta donde yo estaba. Miré dentro y vi cuadrúpedos, fieras, reptiles y pájaros. Luego oí una voz que me decía: "Anda, Pedro, mata y come." Yo respondí: "Ni pensarlo, Señor; jamás ha entrado en mi boca nada profano o impuro." La voz del cielo habló de nuevo: "Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano." Esto se repitió tres veces, y de un tirón lo subieron todo al cielo. En aquel preciso momento se presentaron, en la casa donde estábamos, tres hombres que venían de Cesarea con un recado para mí. El Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin más. Me acompañaron estos seis hermanos, y entramos en casa de aquel hombre. Él nos contó que había visto en su casa al ángel que, en pie, le decía: "Manda recado a Jafa e invita a Simón Pedro a que venga; lo que te diga te traerá la salvación a ti y a tu familia." En cuanto empecé a hablar, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, igual que había bajado sobre nosotros al principio; me acordé de lo que había dicho el Señor: "Juan bautizó con agua, Pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo." Pues, si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?»
Con esto se calmaron y alabaron a Dios diciendo: «También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.» 








  • «Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano»

En este fragmento del relato de los Hechos de los Apóstoles se nos cuenta cómo, al principio, no todos los primeros seguidores de Jesús, una vez muerto, estaban dispuestos a compartir el anuncio de la palabra con los gentiles, sobre todo, aquellos que eran partidarios de que todo creyente debía ser circuncidado.
Pedro les cuenta el porqué se decidió ir a Cesarea a predicar, pues había tenido una visión en la que el Espíritu le indicaba que acompañara a los tres hombres que habían venido desde allí, para que acudiera con ellos a hablarles de Jesús.
Previamente, Pedro, encontrándose en Jafa orando, tuvo una revelación en la que vio que bajaba del cielo un lienzo, que cuando miró en su interior, había cuadrúpedos, reptiles, fieras y pájaros y una voz le decía: «Pedro, levántate, mata y come»; él, escandalizado, decía: «jamás ha entrado en mi boca algo profano o impuro, (pues los judíos consideraban impuros a estos animales y no los podían comer).» Entonces la misma voz dijo: «lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano».



Pedro llegó a Cesarea, a casa de quienes lo habían llamado, y, en el momento en que comenzó a hablar, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, igual que había bajado sobre los apóstoles. Pedro recordó entonces que el Señor les había dicho: «Juan bautizó con agua, pero nosotros somos bautizados con Espíritu Santo».
Entonces, si Dios les da a ellos el mismo don que a los apóstoles, ¿quién era él para oponerse a los designios de Dios?
Los judíos comprendieron que también a los gentiles, se les otorgaba, por parte de Dios, el don de la conversión.
Llevado esto a nuestra vida, ¿cuántas veces nos consideramos en posesión de la verdad absoluta? Pensamos que aquellos que no son de nuestra «cuerda», no tienen derecho a la salvación; porque nos consideramos los elegidos y pensamos, que fuera de los nuestro, está la condenación.
¿Quiénes somos nosotros para juzgar los designios de Dios?
Digamos, pues, con el salmista: «Envía tu luz y tu verdad, que ellos sean quien me guíen hasta tu monte santo, hasta tu morada».


Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. 
 
 
 
 
 
 
 

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