jueves, 21 de abril de 2016

Juan 13,16-20:






Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: "El que compartía mi pan me ha traicionado." Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. Os lo aseguro: El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe recibe al que me ha enviado.» 







  • El que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado

Llevamos 25 días inmersos en este tiempo gozoso de la Pascua del Señor y la Liturgia nos invita a meditar, con este Evangelio, el misterio de la libertad humana, el misterio de nuestra respuesta personal a la Misericordia de Dios, a su Amor por cada persona concreta.
Jesús conocía a Judas, sabía que iba a traicionarle, a venderle, a cambiarlo por treinta monedas. El por qué de esta traición, siempre será un misterio para nosotros. Sabemos que fue responsabilidad personal de Judas, que cedió miserablemente a una tentación a pesar de que Jesús lo trató siempre como a un amigo, invitándole a vivir según el espíritu de las bienaventuranzas. Queda claro que Dios siempre respeta la libertad humana.









Las posibilidades de perversión del corazón humano son realmente muchas. El único modo de prevenirlas consiste en no cultivar una visión de las cosas meramente individualista, autónoma, sino, por el contrario, en ponerse siempre del lado de Jesús, asumiendo su punto de vista, día tras día debemos esforzarnos por estar en plena comunión con él.
Jesús al lavar los pies proclamó de manera concreta el primado del amor, un amor que se hace servicio hasta la entrega de Si mismo, anticipando, de este modo, el sacrificio supremo de Su vida, que consumará en el Calvario.
«El que recibe a mi enviado me recibe a mi»: Jesús nos invita a entrar en la dinámica del servicio, ya que nuestros hermanos nunca deben ser “un instrumento” para nosotros.
Jesús nos invita a vivir una espiritualidad de comunión, donde “nuestro prójimo” es un “don”, para quien guardamos, en el corazón, un gran espacio. Es una bienaventuranza a la que Jesús nos invita a vivir: «Dichosos seréis si lo cumplís»
Que Santa María, nos ayude a cultivar en nosotros, y en nuestro entorno, este clima de amor, hecho patente en el servicio a nuestros hermanos, y, en la alegría pascual, para que todos los hombres seamos testigos del Amor de Dios en todas las situaciones de nuestra vida.




Cantaré eternamente tus misericordias, Señor

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.»

Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder.
Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora.» 
 
 

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