lunes, 11 de abril de 2016

Hechos de los apóstoles 7, 51-59






En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas; -«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la Ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado.» Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: -«Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.» Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: - «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: - «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución. 



  • No habéis observado la Ley

El relato de los Hechos que hoy nos ofrece la liturgia presenta el final del discurso de Esteban, testigo de Jesús resucitado, y su muerte por lapidación a manos de los escribas, ancianos, el pueblo…
Esteban ha tenido la osadía de ofrecerles con claridad una explicación de lo que había sucedido que no concuerda con las convicciones inamovibles de quienes representan la Ley.
Y hay dos matices que hoy me tocan del texto. El primero es la enorme dificultad que supone aceptar la equivocación, el error, para quienes tienen (o tenemos) claro que ellos están en la verdad y aquello que hacen está bien. Quienes escuchan a Esteban rechinan los dientes de rabia ante sus acusaciones. El segundo es más trascendental porque impide la apertura a Dios, nos somete a nuestras imágenes de Él, hace de nuestras ideas sobre Dios la norma suprema. Esta vez los que escuchan a Esteban no pueden soportar que confiese que Jesús está “a la derecha de Dios”, que es Dios. Como un solo hombre se abalanzan contra él para matarle.





La identificación de Esteban con Jesús queda preciosamente plasmada en sus dos últimas frases, que -en perfecto paralelismo- son el eco de las de Jesús en la cruz.
Y para ir preparando el camino, el autor nos presenta a un joven Saulo que guardaba las capas de quienes apedreaban a Esteban, pero también él aprobaba su ejecución.
Sencillo, preciso y precioso relato. Ojalá nos ayude a preguntarnos por nuestras posiciones y actitudes en la vida, ante Dios y ante los otros. No nos suceda que lo “nuestro” no nos permita acceder en libertad a la Buena Noticia del Resucitado.


. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame.

A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
yo confío en el Señor.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. .

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas. 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario