jueves, 31 de marzo de 2016

Hechos de los apóstoles 4, 1-12

En aquellos días, mientras hablaban al pueblo Pedro y Juan se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y lo saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Le echaron mano y, como ya era tarde, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente. Muchos de los que habían oído el discurso, unos cinco mil hombres, abrazaron la fe. Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas; entre ellos el sumo sacerdote Anás, Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a Pedro y a Juan y los interrogaron: - «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso?» Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondió: - «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.» 







  • “En nombre de Jesucristo Nazareno”

Pregunta importante la que le hicieron a Pedro y a Juan las autoridades religiosas de entonces, ante su predicación al pueblo y la curación de un tullido: “¿Con qué poder y en nombre de quién habéis hecho eso?” Pedro, que fue el que respondió en nombre de los dos, lo tenía claro después de haber convivido intensamente tres años con Jesús, después de haberle negado y después confesado, después de haberle visto resucitado, después de haberle oído decir: “Id y predicad el evangelio a toda creatura”: “En nombre de Jesucristo Nazareno”. Y “lleno del Espíritu Santo” fue capaz de decirles algo que no le habían preguntado: “a quien vosotros crucificasteis”.
Esa misma pregunta nos la podemos hacer nosotros, cristianos de 2016: ¿En nombre de quién hacemos todo lo que hacemos? En realidad todo seguidor de Jesús, sea del siglo I, del siglo XIII, del siglo XXI, aunque las circunstancias sociales sean distintas… respondemos igual: “En nombre de Jesucristo Nazareno”. Jesús es el que nos impulsa a hacer todo lo que hacemos: amar, perdonar, luchar por la justicia, descansar, evangelizar, decir la verdad… es el manantial de vida donde bebemos para seguir sus pasos, porque nos ha convencido que es la mejor manera de vivir y de llegar a la resurrección a una vida de total felicidad. Y, porque, a veces, las fuerzas nos pueden flaquear, en cada eucaristía vuelve a salir a nuestro encuentro y nos alimenta con su cuerpo entregado y su sangre derramada.

  • “Es el Señor”

En el lago de Tiberíades, con otra pesca milagrosa, Pedro vuelve a descubrir que Jesús es el Señor, ahora resucitado. Le vuelve a descubrir, ahora con más serenidad y más intensidad, como el que tiene palabras de vida eterna, como el que hace promesas que nadie puede hacer para esta vida y la otra y las cumple, como el que ha muerto y resucitado… vuelve a caer en la cuenta con más fuerza que Jesús es el Hijo de Dios, su único Maestro.
Todos los cristianos tenemos la misma experiencia. Un día, después de que Jesús salió a nuestro encuentro, con su ayuda, le descubrimos como el único Señor de nuestra vida. Por eso, cuando nos pidió que le siguiésemos, fascinados por su luz y su amor, le dijimos: “Te seguiré donde quiera que vayas”.
Pero esa experiencia, lo mismo que le pasó a Pedro, la hemos tenido que ir renovando y retocando. Hay circunstancias personales, a veces gozosas, a veces dolorosas, en las que Jesús, saliendo de nuevo a nuestro encuentro, nos hace exclamar desde lo más hondo de nuestro corazón: “Es el Señor”. Y, dichosos, le volvemos a rendir toda nuestra persona y le pedimos que no nos deje de su mano, que nos acompañe siempre para que la ilusión, la esperanza, el gozo de vivir sean el pan nuestro de cada día.


La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

La piedra que desecharon
los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. . 
 
 

miércoles, 30 de marzo de 2016

evangelio según san Lucas 24, 35-48



En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: - «Paz a vosotros.» Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: - «¿Por qué os alarmáis;" ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: - «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: - «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: - «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.» 




  • El autor de la vida sigue dando vida

Hay ocasiones en que Jesucristo no puede hacer milagros por la falta de fe. Al autor de la vida, al Verbo encarnado, la falta de fe “le ata las manos”, no le permite obrar sus maravillas entre nosotros. Es la fe de María la que le deja encarnarse en su seno, es la fe del paralítico la que le permite obrar en él la salud. Sin embargo la omnipotente misericordia de Dios no tiene límites, ante la incredulidad, busca rendijas por donde entrar y abarcar nuestro pobre corazón humano. Cuando aún no puede entrar en él, nos excusa con la benevolencia de un Padre amante de sus hijos: obran así “por ignorancia”. Él no se cansa nunca, exhorta al arrepentimiento y a la conversión. Intenta convencer con argumentos que somos capaces de entender, en este caso con el testimonio del Antiguo Testamento, la ley y los profetas.
La curación del paralítico es el signo que emplea para que abramos el corazón a una confianza ilimitada en su amor que lo puede todo, puede sanarnos de cualquier enfermedad…Es el Único que puede entrar a nuestras vidas desde dentro, rehacerlas desde donde están las mismas heridas y hacer de lo que era causa de nuestra tristeza, la causa de nuestra alegría. La parálisis, que era el motivo de su mendicidad, se convierte en lugar del encuentro de encuentro con el Salvador que en adelante será su riqueza, su gozo y su libertad.






 ¡Ábrenos el entendimiento!
 

Jesús resucitado se aparece a sus apóstoles ofreciéndoles su paz. Él está vivo en medio de ellos, sin embargo sus entendimientos están cerrados no pueden acoger lo que les quiere brindar. Temen, dudan, no le reconocen. Nos pasa lo mismo que a ellos; Él está con nosotros en sus sacramentos, en su Palabra, en los hermanos y muy especialmente en los pobres, y seguimos sin darnos cuenta que ¡es El Señor! Nuestro consuelo es que él sabe de los embotamientos de nuestro entendimiento, sabe que el miedo y la duda pueden llegar a cegar el alma y a no permitirle ver más allá de lo que siente. Sabe que nos ha hecho de tal manera que nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Él. Por eso va “apareciéndose”, quebrantando nuestra sordera, curando nuestra ceguera, capacitándonos para encontrarle en lo cotidiano, en lo que cada uno vive, y sobre todo rehaciéndonos por dentro ,guiándonos hasta que le lleguemos a encontrar siempre vivo y vivificante en vuestro más profundo centro, en el sagrario del propio corazón. Allí es Él el manantial de la paz que nada ni nadie puede quitarnos. Lo hizo con los apóstoles, lo hizo con Agustín ¿Creemos realmente que puede hacerlo con nosotros…?


Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Señor, dueño nuestro,
¿qué es el hombre,
para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies.

Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar. 
 
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martes, 29 de marzo de 2016

Hechos de los apóstoles 3,1-10:







En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna.
Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: «Míranos.»
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.»
Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido. 





Emaús, el del Evangelio, al que se dirigían Cleofás y “el otro”, está cerca de Jerusalén, a unos 11 km más o menos; el nuestro, al que, quizá sin darnos cuenta, nos dirigimos a la caída de muchas tardes, cada uno sabe lo que dista y, sobre todo, lo que cuesta recorrer el camino. El hecho es que todos estamos de camino, todos somos “viatores”, todos habíamos soñado y todos, en algún momento –o en bastantes- nos sentimos decepcionados.
En el fondo, ¡ojalá en la forma, también!, cómo nos parecemos todos a Cleofás y “al otro”. Ellos y nosotros tuvimos esperanza, y, por ella, seguimos contentos al Maestro. Pero, el Maestro acabó como acabó; y lo que nosotros creíamos que iba a pasar, no llega. Quizá porque hemos olvidado que “los caminos de Dios no son nuestros caminos, ni sus planes los nuestros, nos hemos desfondado y nos vemos reflejados en la conversación que tenían aquellos discípulos al salir de Jerusalén hacia Emaús.
¿Qué hubiera sucedido con aquellos hombres si no hubieran hecho caso de aquel forastero que iba por el mismo camino que ellos? Argumentos había: estaba oscureciendo y no lo conocían.
Prevaleció la bondad y la fraternidad, y fue el comienzo de su salvación. ¿Qué hubiera sucedido si al llegar al pueblo, y hacer el forastero ademán de seguir adelante, lo hubieran despedido educadamente, “dándole incluso una tarjeta con la dirección” –nunca se sabe-? Pues que lo hubieran estropeado todo. Pero, volvió a prevalecer la ley de la hospitalidad. Y aquello los salvó ya definitivamente. Porque, a partir de entonces –como en la última parte del camino- la iniciativa la tuvo Jesús.






¿Las Escrituras? “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”
¿La Eucaristía? “Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”.
Sí, al final, aquellos discípulos se convencieron de la Resurrección por los mismos medios que podemos tener nosotros: las Escrituras y la Eucaristía. De otra forma, la presencia de Jesús, la presencia de Dios, pasa inadvertida para la persona humana.
Lo importante es que, como ellos, hoy, aquí y ahora nos echemos al camino e invitemos a Jesús –aunque parezca disfrazado- a explicarnos el sentido de nuestra vida y a partir y compartir, luego, el pan. La fe ya siempre será Palabra y Sacramento. Y, además, cosa de varios, comunidad, en la que nos sintamos tan a gusto que, aunque el mundo lo ignore, gocemos y cantemos que él ha resucitado, que está vivo. Y que, por él, también nosotros resucitaremos.
En medio de la confusión que, con frecuencia nos invade, ¿qué hacer para captar más fácilmente la presencia prometida de Jesús?
¿A quién pueden acudir hoy los buscadores de Jesús, los necesitados de esperanza, los “discípulos” de Cleofás y el otro?







Que se alegren los que buscan al Señor.

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas.

Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. 
 
 
 


lunes, 28 de marzo de 2016

Hechos de los apóstoles (2,36-41):



El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos: «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.»
Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?»
Pedro les contestó: «Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos.»
Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: «Escapad de esta generación perversa.»
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.



 No siempre es fácil  reconocer al Señor Resucitado. Esa fue la experiencia de María Magdalena. --- A nosotros también se nos pregunta: “¿A quién buscan ustedes?” ¿Estamos buscando realmente al Señor Jesús? Y ¿le reconocemos, no solamente en nuestros momentos de oración y cuando recibimos la eucaristía, sino también cuando él camina a nuestro lado en nuestras alegrías y sufrimientos, en la gente que nos rodea, en las circunstancias y acontecimientos ordinarios de la vida? Jesús es ciertamente nuestro Señor y Mesías. --- María Magdalena le reconoció cuando oyó su voz. ¿Le amamos nosotros tanto y estamos tan en sintonía con él que, al oírle, decimos: “Tú eres, Señor, quien me habla” ?

Jesús nos dice como a María Magdalena: Déjame, suéltame… No intentemos poseer a Jesús para nosotros solos, en exclusiva. Vayamos a nuestros hermanos y hermanas y compartamos con ellos a Jesús, como el Señor de vida que nos alza por encima de nosotros mismos haciéndonos con él hombres y mujeres “para-los-demás”.


 Oh Dios de vida:
Profesamos nuestra fe en Jesús
y le reconocemos como nuestro Señor y Salvador.
Haz que le escuchemos
cuando nos anuncia su Buena Nueva de salvación
como un mensaje de vida.
Que nosotros también sepamos oír su voz
cuando clama a nosotros
en los hermanos necesitados,
o cuando nos habla sencillamente
en hermanos que nos confidencian
sus alegrías y esperanzas, su fe y su amor.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.


miércoles, 23 de marzo de 2016

san Mateo (26,14-25):







En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
Él contestó: «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.
Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió: «Tú lo has dicho.»




 Hoy vamos a oír la mala noticia de la traición de Judas, junto con la triste y sin embargo alegre buena noticia de la cena de Pascua de Jesús con sus discípulos. “Mi hora está cerca; en tu casa celebraré la Pascua con mis discípulos”. Jesús comerá la comida pascual rodeado de los que le han seguido. El traidor los deja para traicionar a Jesús.  Pero Jesús, el Siervo de Dios y del pueblo, afronta su muerte con la más plena confianza en Dios. Jesús celebrará esta Pascua de una forma nueva, transformándola en la Eucaristía. Esto es como un testamento que él deja a sus discípulos. Es la forma más profunda y misteriosa de estar en medio de sus discípulos,  entonces y ahora.



 la Palabra de este Miércoles Santo nos recuerda que el momento de la Pasión de Jesús se va acercando y Él sabe que, por nosotros y en obediencia al Padre, tiene que afrontar lo que se le viene encima. Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos. A lo largo de su misión Jesús ha ido tomando conciencia de este gran paso de entrega y amor que le va a pedir el Padre; lo ha ido anunciando a sus discípulos sin que estos acabaran de comprender. El momento está cerca, llega la hora crucial de Jesús. Ante este acontecimiento, sitúate por unos instantes en su lugar, en su interior: qué pensará en esos instantes, cómo se sentirá. Son momentos cruciales, de mucho nerviosismo e intensidad, llega la prueba definitiva del amor en la que Jesús no huye, sino que da la cara: ¿A quién buscáis?[…] Yo soy.












 Vengo a Amarte
Señor, dame la libertad y la esperanza
frente al poder y el odio cada día.
Tómame de las manos y endereza
mis sendas hacia Ti cuando me pierdo.
Quiero besar tu nombre, releerlo
en la piedra, en el agua, en la mirada
llena de golondrinas y luceros
de los niños al sol, solos y frágiles
Lavo mi frente hoy de la tristeza,
mis manos de recuerdos y delitos.
Pongo mis pies en medio de tus sendas
y extiendo el corazón ante tus ojos.
Señor, antiguo amigo, novio ausente
y cercano a la vez,
bajo mis noches de atribulada luna,
vengo a amarte
a espaldas de los hombres y los árboles



martes, 22 de marzo de 2016

Isaías 49, 1-6






Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.» Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.» 






Hoy la liturgia nos propone el segundo canto del siervo de Yahvé. Recordemos que a lo largo de estos días se van a ir leyendo los cuatro cantos (42,1-9; 50, 4-11; 52, 13-53,12). Todos ellos se refieren a un personaje misterioso. En éste, el siervo habla en primera persona al presentarse a sí mismo y presentar su vocación. Ha sido llamado por el Señor desde las entrañas de su madre a proclamar la Palabra, que expresa con la imagen de la boca como espada afilada. Con ello manifiesta la fuerza de la palabra que interpela, que despierta del adormilamiento en que vive el pueblo.
Aunque el siervo experimenta la protección de Dios, “lo esconde en la sombra de su mano y lo guarda en su aljaba”, a veces tiene la sensación que su misión no tiene el éxito que correspondería al esfuerzo realizado. Por ello se pregunta si Dios se ocupa de su causa. Él mismo se responderá después: “Mi Dios era mi fuerza”. El personaje misterioso es llamado a dos misiones: en primer lugar a convertir y reunir a Israel; y en segundo lugar a ser luz de los gentiles. El Señor no quiere que su salvación quede circunscrita a las fronteras de Israel, sino que su deseo es que llegue hasta el confín de la tierra. Esto desbordaba la lógica de un pueblo que se sabe elegido por el Señor para ser el único destinatario de la salvación de Dios. El profeta Isaías da un enorme paso al proponer que la salvación de Dios se extiende más allá de las fronteras de Israel.
La comunidad cristiana vio anunciada, en este personaje, la figura de Jesús de Nazaret. Al hacer la lectura creyente nosotras/os también podemos vernos reflejados en él. ¿Cuándo experimentamos la llamada de Dios? ¿A que nos llama? ¿Cómo podemos hacer que la salvación de Dios llegue hasta los confines de la tierra: las fronteras de la vida y la muerte, las fronteras entre la creencia y la increencia?







 Predica el evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras.



Nuestra vocación consiste en estar cerca de Cristo, estar con él. El mejor lugar que cualquiera puede imaginar es estar cerca de su corazón y encontrar descanso en él. El mundo lleno de tentaciones y distracciones puede desviarnos de la fuente de la vida: el latido del amor trinitario del Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Gracias al poder y ayuda de la gracia de Cristo podemos permanecer firmes y concentrar nuestra voluntad en el bien, así como Jesús que no se rindió ante Satanás tras 40 días de ayuno en el desierto. La contemplación del rol privilegiado del discípulo desconocido nos libera de la búsqueda de fama u objetivos, por más gloriosos que sean a los ojos mundanos, distintos de estar cerca de él, llenos de fe, siempre y en todo lugar. Estar cerca de Cristo cueste lo que cueste, incluso de tiempos de confusión, de crucifixión o en la alegría de la resurrección.

Estar cerca del corazón de Jesús nos da el valor para plantear preguntas difíciles sin miedo de enfrentar respuestas que todavía no están claras en nosotros, en nuestras vidas o con respecto a nosotros. Esta cercanía no permite confiar en la majestad y la bondad de Jesús. Pero, alejarnos de Jesús traicionándolo en el pobre y necesitado, corriendo detrás del dinero como Judas o detrás de otros placeres terrenos, nos lleva a la noche oscura. Es una vida fría, vida de soledad interior y vacío. Aun cuando sea posible pecar de modo secreto frente a los ojos de los que nos rodean.

Pero Dios conoce lo que se esconde en el corazón de cada ser humano. Podemos tener la seguridad de que incluso cuando enfrentamos la traición o cualquier tipo de maldad de parte de los que están cerca, recibiendo provechosamente la Santa Comunión podremos salir victoriosos en el mundo venidero. Por este camino hacemos realidad nuestra vocación de pueblo santo, como Cristo, lleno de verdad y misericordia, siendo uno con él. - See more at: http://www.op.org/es/lectio/2016-03-22#sthash.9x7XXuct.dpuf
 Antes de juzgar al prójimo, pongámosle a él en nuestro lugar y a nosotros en el suyo, y a buen seguro que será entonces nuestro juicio recto y caritativo



domingo, 20 de marzo de 2016

Isaías (42,1-7):

Así dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas.
Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella:
«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te he formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».








 En esta Semana Santa como primera lectura leemos los cuatro cantos del Siervo de Yahvé, del profeta Isaías. Los tres primeros, del lunes al miércoles. El cuarto, en la impresionante celebración del Viernes Santo. Hoy, escuchamos del profeta aclamar al siervo que no gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. Jesús se fía del Padre y obedece su voluntad.






 Señor Dios nuestro:
Tú has llamado a los hombres
a ser servidores unos de otros
en la causa por la justicia y la misericordia.
Tú nos mostraste en Jesús, tu Hijo, 
qué significa servir
y cuánto nos puede costar el servicio.
Llénanos con el Espíritu de Jesús,
para que no quebremos a los débiles
ni rechacemos
a los que andan a tientas en la oscuridad.
Que él nos enseñe a servir y a amar,
con compasión hacia los desamparados
y respeto hacia los más pobres y pequeños,
juntamente con Jesucristo nuestro Señor.

Sabemos que en estos días de Semana Santa, Jesús el Señor nos conducirá de la muerte a la vida, si aprendemos de él a amarnos y a servirnos unos a otros; y a vivir los unos para los otros, aun a costa de sacrificio. Que el Señor nos dé valor para ello. 


jueves, 17 de marzo de 2016

Jeremías (20,10-13):



Oía la acusación de la gente: «"Pavor-en-torno", delatadlo, vamos a delatarlo».
Mis amigos acechaban mi traspié: «A ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él».
Pero el Señor es ,i fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes. Acabarán avergonzados de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor del universo, que examinas al honrado y sondeas las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos, pues te he encomendado mi causa!
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libera la vida del pobre de las manos de gente perversa.


 Jesús, el Hijo de Dios, mostró en su vida y en sus obras que él no era un ser humano ordinario, incluso frente a la contradicción. Los cristianos, hijos e hijas de Dios con “h”  minúscula, aun los que tomen en serio su fe, encontrarán también contradicciones y sufrimiento. Ellos no pueden  transigir en sus principios, si ello fuera equivalente a traición o deshonestidad consigo mismos, con su fe, o con otros. Pero, muy bien saben ellos que están  en las manos de Dios. Y sus obras hablarán por sí mismas. Que con Jesús, Hijo de Dios, sepamos llevar a cabo el trabajo y misión que el Padre nos ha confiado.

  Que nuestra fe en Jesús, el Señor, sea firme e inquebrantable. Sabemos muy bien lo mucho que él ha hecho por nosotros, cómo aguantó la contradicción, cómo sufrió y murió por nosotros. Él, el Hijo amado de Dios hecho hombre, nos ha hecho hijos e hijas del Padre.


 


 Oh Dios y Padre nuestro:
Jesús sufrió oposición
porque afirmó ser tu Hijo, el Hijo de Dios.
Que nosotros, que afirmamos también
ser tus hijos e hijas,
hagamos por amor
lo que tú quieres que hagamos,
para que la gente crea en ti y en tu Hijo,
no tanto por lo que hablamos y decimos,
sino por lo que somos y hacemos
inspirados por Jesucristo,
tu Hijo, nuestro Señor,
por los siglos de los siglos.





Génesis (17,3-9):

En aquellos días, Abrahán cayó rostro en tierra y Dios le habló así:
- «Por mi parte, esta en mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos.
Ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera: sacaré pueblos de ti, y reyes nacerán de ti.
Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como alianza perpetua. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su Dios».
El Señor añadió a Abrahán:
- «Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones».




Nuestra comunión con Dios, nuestra salvación, depende de la fe. Dios ofrece una Alianza; nosotros tenemos que fiarnos de la palabra de Dios. Abrahán creyó en la palabra de Dios y su fe cambió su propio destino (de ahí su nuevo nombre) y el de su pueblo. Muchos judíos no creyeron y se desconectaron de sus antepasados y del nuevo pueblo de Dios. --- Dios nos habla a nosotros por medio de su Palabra Viva, que es una persona: Jesucristo. Si creemos en él, por el bautismo nos convertimos en el nuevo pueblo de la nueva Alianza, y la Tierra Prometida será nuestra.




Ojalá sepamos guardar la Palabra del Señor no sólo en nuestras mentes, sino también en nuestras obras, para que un día gocemos de la Tierra Prometida, la vida eterna.





Señor Dios nuestro:
Por tu Hijo, Jesucristo,
tú nos has dado un nombre nuevo,
el nombre de tu mismo Hijo:
por eso nos llamamos ahora “cristianos”.
Haz que sepamos vivir según este nuevo nombre
hasta llegar felizmente a nuestro nuevo destino,
que es ser hombres y mujeres “para-los-demás”,
que sirvamos y nos entreguemos totalmente a los otros
juntamente con Jesús, Hijo tuyo y Señor nuestro
por los siglos de los siglos.

martes, 15 de marzo de 2016

san Juan 8, 31-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: - «Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.» Le replicaron: - «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: "Seréis libres"~» Jesús les contestó: -«Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre.» Ellos replicaron: -«Nuestro padre es Abrahán.» Jesús les dijo: - «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre.» Le replicaron: - «Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre: Dios.» Jesús les contestó: - «Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió.» 


Como Jesús; como vivió y murió él; como nos indicó que viviéramos y muriéramos nosotros. Porque “quien comete pecado es esclavo”. Lo impresionante es que Jesús lanzaba estas palabras a quienes se creían más cumplidores y mejores que todos los demás, sin darse cuenta que, siendo cumplidores, fallaban en lo fundamental.
Seremos auténticos “hijos de Sara” y de Abrahán cuando nuestro seguimiento nos lleve a cumplir lo que nos dice hoy Jesús: ”Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. ¿Dónde quedan, entonces, los ritos, las leyes, las costumbres? No hay que despreciarlo ni supravalorarlo. Todo eso validará la autenticidad de nuestro ser de discípulos. Pero, lo primero es la persona, el ser humano. Para él se hizo el sábado y el resto de las leyes, que son importantes, aunque lo fundamental y definitivo es la persona humana, inhumanamente tratada, a quien, por misericordia –como se nos recuerda tan fuertemente este año con este Jubileo-, podemos y debemos “dar de comer, de beber, vestir, recibir aunque sea extranjero, visitar, liberar, curar y, en su caso, perdonar”. Así nos lo dice Santiago en su Carta Católica: “La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo” (1,27).
No siempre hemos pensado y hablado bien de la libertad. Después de lo que dice hoy Jesús, ¿la aprecio o llego a desconfiar de ella?
¿Qué puesto doy, en mi lista particular de obras de misericordia, a la veracidad y a la liberación? 



Señor Jesús, tú que confiaste en la vida silenciosa de José de Nazaret para crecer y desarrollarte como miembro del género humano, perdona muy especialmente, hoy, nuestras continuadas faltas de amor contra nuestros hermanos.

¡Oh Dios, hermoso y bello!
Eres como una brisa, más imponente en los picos nevados,
liso como un valle sonriente, bravo con un mar,
y con el encanto de los niños y adolescentes,
de los jóvenes, los adultos y los ancianos


Si no seguimos sus palabras, no será posible llamarnos discípulos del Maestro. Los discípulos nominales destruyen Reino de Dios desde dentro. ¿Dónde estamos situados nosotros realmente? ¿Las palabras de Jesús encuentran espacio en nosotros? Jesús quiere que nos situemos. Nos ha manifestado la verdad. Jesús es la Verdad, pero nosotros no la reconocemos porque no pertenecemos a Dios.

Jesús denuncia nuestra mentira. Un mentiroso es uno que se agazapa y se encierra en sí mismo por miedo a Dios y a los hermanos. Jesús nos libera. La verdad nos hace libres. Él nos da el valor y la fuerza para aceptar nuestra situación. Nos da la oportunidad de arrepentirnos y pedir perdón. La verdad nos da la libertad. Nos libra de las falsas imágenes que nos hacemos de nosotros mismos y nos enseña a abrirnos a los demás con sinceridad: hacia aquél que es el Hijo del Dios Vivo y hacia todos los hijos de Dios que Él pone en nuestro camino.

Creer en Jesús consiste en darse cuenta y confesar que siempre estamos necesitados de la libertad y que tenemos siempre una oportunidad renovada para alcanzarla. Sólo abriéndonos a la libertad nos encontraremos con Él que es la Verdad, la Palabra que es Libertad. - See more at: http://www.op.org/es/lectio/2016-03-16#sthash.1UPSG0To.dpuf