lunes, 19 de octubre de 2015

Romanos 4,20-25



Hermanos: Ante la promesa de Dios Abrahán no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación. Y no sólo por él está escrito: "Le valió", sino también por nosotros, a quienes nos valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.




Los caminos del Señor no son nuestros caminos. Las promesas del Señor no son como nuestras promesas. ¡Cuántas veces nuestras promesas humanas se quedan en meras palabras, no cumplimos aquello que prometimos! ¡Cuántas promesas matrimoniales de amarse “todos los días de nuestra vida” se quiebran! ¡Cuántas promesas en el campo religioso se rompen! Pero nuestra suerte es grande, porque “tenemos un Dios capaz de hacer lo que promete”. Con Abrahán y con todos nosotros. Nuestro Dios cumple las promesas que nos ha hecho. La principal, la de enviarnos a su Hijo al mundo para salvarnos. Y Jesús, el Hijo de Dios, sigue el mismo camino que su Padre Dios. Nos ha hecho la promesa de no dejarnos solos, de no dejarnos sufrir de soledad afectiva, de acompañarnos siempre en nuestro caminar terreno. Nos ha hecho la promesa de resucitarnos después de nuestra muerte a una vida de total felicidad. “El que cree en mí, aunque muera vivirá y vivirá para siempre”. ¡Gran suerte la nuestra! Tenemos un Dios que siempre cumple sus buenas promesas.

Fray Manuel Santos Sánchez 
Real Convento de Predicadores (Valencia) 



Cuando se trata de obedecer es necesario bajar la cabeza.

(San Pablo de la Cruz )



Benedictus

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo

Nos ha suscitado una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

 

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