En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra.
Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: «Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude».
El Señor le respondió: «Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará.»
No merece ser silenciado el gesto hospitalario de Marta con Jesús en la página de hoy, no tanto por el alto valor del mismo en el contexto oriental, cuanto porque pudiera ser en no pocas ocasiones condición propicia para el otro gesto ponderado con claridad por el Maestro en el texto de hoy: sentarse a sus pies para escucharle. Me atrevo a sugerir, sin ánimos de enmendar nada a nadie, que lo de las hermanas Marta y María puede ser como los cantes flamencos de ida y vuelta, que en un ir de una orilla a otra del mar, terminan enriqueciéndose y fecundándose unos a otros de modo admirable. Cierto es, como dice Jesús de Nazaret, que lo importante es acoger su Palabra, sin ella carecemos de presente y futuro como hijos de Dios, porque ella y su cumplimiento es quien nos legitima como comunidad de discípulos; y bueno es que trabajemos una consecuente escucha de la misma, que, a no dudar, nos llevará a hacer nuestra propia versión de la misma en gestos, presencias, servicios… aunque éstos sean los menos valorados por nuestra cultura, pero más que necesarios para crear el clima en el que crezca la comunidad de seguidores del Maestro, que escucha para servir a los hermanos, y sirve para remover la propia tierra para la siembra, la escucha y la hospitalidad de la semilla.
¡Feliz el alma que se desprende de su propio sentimiento, de su propia voluntad y de su propio espíritu!
(San Pablo de la Cruz )
Salmo 129
Perdónanos, Señor, y viviremos
Desde el abismo de mis pecados clamo a ti;
Señor, escucha mi clamor;
que estén atentos tus oídos a mi voz suplicante.
Si conservaras el recuerdo de las culpas,
¿quién habría, Señor, que se salvara?
Pero de ti procede el perdón,
por eso con amor te veneramos.
Como aguarda a la aurora el centinela,
aguarda Israel al Señor,
porque del Señor viene la misericordia
y la abundancia de la redención;
y él redimirá a su pueblo de todas sus iniquidades.
Señor, escucha mi clamor;
que estén atentos tus oídos a mi voz suplicante.
Si conservaras el recuerdo de las culpas,
¿quién habría, Señor, que se salvara?
Pero de ti procede el perdón,
por eso con amor te veneramos.
Como aguarda a la aurora el centinela,
aguarda Israel al Señor,
porque del Señor viene la misericordia
y la abundancia de la redención;
y él redimirá a su pueblo de todas sus iniquidades.
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