martes, 20 de octubre de 2015

Lucas 12, 35-38



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.»




Siempre ha dado mucho que pensar el tiempo intermedio, el comprendido entre la resurrección de Jesús y su vuelta definitiva el final de los tiempos. Este período, el del Pueblo de Dios, demanda de nosotros una imprescindible actitud, la de vigilar. Pero ¡cuidado!, que, a poco que nos descuidemos, derivamos a expresiones de espiritualidad un tanto extrañas. Este vigilar del texto evangelio a veces lo hemos entendido como una forma de prepararnos para bien morir (cuando al fin nos recoja su mano), cuando todo el evangelio, desde el principio al fin, es la mejor invitación para el bien vivir de todos, aquí y ahora, en este preciso momento de luz que vale la pena lo vivamos a tope, en plenitud de gracia y misericordia. Por apuntar tan alto (cuando seamos llamados a la vera del Padre) nos perdemos las mejores ocasiones s privamos de no pocos destellos de luz y amor, posibles en cada instante de nuestra existencia. Vigilar es vivir el seguimiento del Maestro con confianza, con la alegría que nos da el saber que hicimos la mejor opción que es capaz de humanizar cada minuto nuestro y de los hermanos. Vigilar es sentirnos capaces, por la fuerza del Espíritu, de dar razones de nuestra esperanza en un mundo que mucho la necesita y de actualizar nuestra condición de testigos de Jesús el Señor.
¿Nos ocupa y preocupa el “bien vivir” al modo evangélico?
Ante el mundo de hoy ¿los cristianos desarrollamos actitudes de misericordia y compasión?

Fr. Jesús Duque O.P. 




Tened deseos de que se os rompa vuestra voluntad en toda cosa, como el ciervo sediento ante la fuente de agua.

( San Pablo de la Cruz )




Salmo 39,7-8a.8b-9.10.17

 Aquí estoy, Señor, para hacer tú voluntad


Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.»

«–Como está escrito en mi libro–
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.

Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario