jueves, 25 de junio de 2015

Evangelio según san Mateo (8,1-4):

 


En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.
En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.»
Extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero, queda limpio.»
Y en seguida quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés.»



 
 
El relato evangélico de la curación del leproso se desarrolla en tres momentos: la solicitud de ayuda del enfermo, la respuesta de Jesús y las consecuencias de la curación. Ante la petición humilde y confiada del leproso, Jesús responde con gestos y palabras: “Extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero, queda limpio.»” (Mt 8,3). Jesús no se sitúa a una distancia de seguridad sino que se expone al contagio. Toca al leproso. Si el mal es contagioso, el bien también lo es. Y esa fue la consecuencia que produjo ese tocar al leproso: Jesús no se contagió de la lepra que excluía sino que contagió al leproso con la cura de la compasión.
 
 
 
 
Muchas veces la Iglesia pone obstáculos en la vida de las personas, excluyéndolas de la participación plena en la vida de la Iglesia por tener “lepras morales”. En el Evangelio de hoy vemos que Jesús no sólo deja que un leproso se le acerque. Jesús además le toca, toca su misma vida, transformándola del todo. Para Jesús no hay barreras sanitarias, morales, éticas ni religiosas. Porque el amor rompe todos los muros que nos separan.
 
 
 
Señor Dios, Padre nuestro: Tu Hijo Jesús nos reveló tu amor, compasivo y sanador. Que su presencia aquí en medio de nosotros nos llene con su poder de compartir las miserias de nuestro prójimo. Que nuestras palabras sean como bálsamo sobre heridas abiertas en sus corazones y que nuestras acciones traigan curación a todos los que nos rodean. Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.
 
 

 

Génesis (16,1-12.15-16):

 

En aquellos días, Saray maltrató a Hagar, y ella se escapó.
El ángel del Señor la encontró junto a la fuente del desierto, la fuente del camino de Sur, y le dijo: «Hagar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y adónde vas?»
Ella respondió: «Vengo huyendo de mi señora.»
El ángel del Señor le dijo: «Vuelve a tu señora y sométete a ella.»
Y el ángel del Señor añadió: «Haré tan numerosa tu descendencia que no se podrá contar.»
Y el ángel del Señor concluyó: «Mira, estás encinta y darás a luz un hijo y lo llamarás Ismael, porque el Señor te ha escuchado en la aflicción. Será un potro salvaje: él contra todos y todos contra él; vivirá separado de sus hermanos.»
Hagar dio un hijo a Abrán, y Abrán llamó Ismael al hijo que le había dado Hagar. Abrán tenía ochenta y seis años cuando Hagar dio a luz a Ismael.


 
 
Señor Dios nuestro,
estamos divididos en grupos y facciones,
porque tomamos nuestras opciones
como algo absoluto;
o nos consideramos a nosotros mismos
como los únicos propietarios de la verdad.
Danos el sentido cordial y la humildad
de aceptar y apreciar siempre a los otros
como hermanos y hermanas.
Que atinemos a respetar sus ideas o su fe,
sin avergonzarnos de nuestra propia fe
fundamentada en el único Señor de todos,
Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.




Te rogamos que nos unas en tu Hijo
y nos hagas pacificadores,
Por sentirnos uno
en el mensaje y en la fe de tu Hijo,
haznos signos e instrumentos de paz para todos.
 
Señor y Dios nuestro,
te has dado a conocer a nosotros
por medio de tu Hijo Jesucristo
y quieres que vivamos su mensaje
con todas sus consecuencias.
Danos la fortaleza
para que nuestra fe sea
como el corazón de todo lo que hacemos.
Y que esta fe se exprese
en obras de lealtad, paz y servicio.
Te los pedimos por Cristo nuestro Señor.
 
 

lunes, 22 de junio de 2015

Génesis (12,1-9):

 
 
 
En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.»
Abrán marchó, como le había dicho el Señor, y con él marchó Lot. Abran tenía setenta y cinco años cuando salió de Harán. Abrán llevó consigo a Saray, su mujer, a Lot, su sobrino, todo lo que había adquirido y todos los esclavos que había ganado en Harán. Salieron en dirección de Canaán y llegaron a la tierra de Canaán. Abrán atravesó el país hasta la región de Siquén, hasta la encina de Moré. En aquel tiempo habitaban allí los cananeos.
El Señor se apareció a Abrán y le dijo: «A tu descendencia le daré esta tierra.»
Él construyó allí un altar en honor del Señor, que se le había aparecido. Desde allí continuó hacia las montañas al este de Betel, y plantó allí su tienda, con Betel a poniente y Ay a levante; construyó allí un altar al Señor e invocó el nombre del Señor. Abrán se trasladó por etapas al Negueb.

 
 
Una vaga promesa fue todo lo que Abrahán tuvo que aceptar ciegamente cuando siguió la llamada de un Dios desconocido: la promesa consistía en una tierra que habría de poseer -no él sino sus descendientes-, un pueblo numeroso que nacería de él -aunque él tenía ya 75 años-, y su nombre que habría de ser bendecido entre las naciones -pero mucho tiempo después de su muerte-. Por todo eso, tan abstracto y cuestionable, Abrahán tendría que partir de su muy civilizado país, dejar a sus parientes, la casa de su padre, y sus posesiones. Sólo por fe, literalmente, tenía que brincar con los dos pies en un futuro incierto. Él aceptó desarraigarse completamente de todo.
 


¿Puede nuestra fe compararse con la de Abrahán? ¿Aceptamos el vernos desarraigados de nuestras seguridades? ¿Vivimos en esperanza, en medio de la incertidumbre?

 
 
Señor Dios nuestro:
Somos gente que todavía no hemos visto
lo que preparas para nosotros;
sin embargo, tenemos que creer en tu palabra
y caminar hacia adelante en fe y esperanza.
Danos fe, Señor, una fe profunda
que no pida más certeza
que la de que tú sabes a dónde nos conduces
y que todo está bien y seguro
porque tú eres nuestro Dios y Padre
que nos ama, por los siglos de los siglos.
 
 
 
 
 



 

jueves, 18 de junio de 2015

Sal 33,2-3.4-5.6-7

 
 
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor y me respondió,
me libró de todas mis ansias.

Contempladlo y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias
 
 




 El Señor libra a los justos de sus angustias
 
 
 



 ¿Cuáles son las cosas que nos preocupan, que dan vueltas constantemente en nuestra mente? La respuesta a esa pregunta nos indicará cuáles son nuestros valores, “dónde está nuestro corazón.” Para muchos generosos y comprometidos cristianos, estos valores (o mejor, contravalores) raramente serán tan rastreros y groseros, como la búsqueda loca del mero placer y el hambre insaciable por riquezas materiales y bienestar mundano, aunque éstas actitudes no siempre estén descartadas completamente. Pero ¿ qué decir acerca de la ambición por la promoción y el poder, la tendencia a dominar a otros, y modelar a los demás a nuestra imagen y semejanza, más que a la semejanza de Dios? ¿Qué pensar acerca de esa actitud que tiende a colocarnos a nosotros mismos como centro del universo?
¿Dónde, cuando y cómo buscamos lo que el Señor llama la “única cosa necesaria?”


 
 
Señor Dios nuestro:
Tú eres el origen y el fin de todo,
el auténtico sentido de nuestra existencia
y la meta de todo lo que hacemos.
Te pedimos hoy:
sácanos de nuestros pequeños mundos,
creados por nosotros a nuestra medida,
y ábrenos a ti y a tu Reino.
Sé tú mismo para nosotros
la perla preciosa de nuestras vidas;
y que cada persona a nuestro alrededor
sea como el caparazón en el que encontramos esa perla
que es Cristo y eres tú,
que viven y reinan con el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
 
 
 
 


 
 

miércoles, 17 de junio de 2015

Evangelio según san Mateo (6,7-15):




En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno." Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»





‘Padre’ es la primera palabra que Jesús coloca en la oración que nos transmite. Los evangelios permiten intuir (aunque sea muy de lejos) la experiencia profunda que esa palabra recogía para él, mucho más cercana a nuestro familiar ‘papá’. Una experiencia, que como el resto del nuevo testamento transmite magistralmente en diversas formas, ese Hijo por excelencia (el más amado que nadie) ha conseguido para todos nosotros. Algo que va incluso mucho más allá de lo bellamente dicho por la constitución Dei Verbum: “Dios invisible, movido por amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (n. 2). Mucho más que amigos: ¡¡hijas e hijos!! Mucho más que recibirnos en su compañía: ¡invitarnos a formar familia con el Padre, el Hijo y el Espíritu para siempre!




Pero -¡cuidado!- la palabra padre es inseparable de la palabra nuestro. Cabe aplicar aquí aquello de “tanto monta, monta tanto”. Decir padre sin decir nuestro es privar a la fe de su corazón. Insistir en nuestro sin descubrir el rostro del Padre y vivir cara a él es descabezarla. Una vez más la comunidad peregrina ejerce su papel ayudándonos a descubrir la dimensión que peor percibimos y a crecer en ella. Digamos con inmensa alegría: “padre nuestro”. Refrendemos nuestra palabra con una jornada llena de gestos y pruebas de lo que creemos. Ayudemos a que alguien sienta de verdad que tiene Padre y hermanos. Eso sí que es aprovechar el día.




Señor Dios nuestro,
 ayúdanos a imitar  a tu Hijo Jesucristo en su total entrega,
incluso a costa de su vida.
Ayúdanos a superar el miedo
de ponernos en manos de los hermanos
para servirles sin reservas.
Que sepamos amarlos y servirlos
mientras, con la mayor confianza,
nos ponemos también en tus manos.
 
 
 
 
 

 

martes, 16 de junio de 2015

Segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (9,6-11):




El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios. Tiene Dios poder para colmaros de toda clase de favores, de modo que, teniendo siempre lo suficiente, os sobre para obras buenas. Como dice la Escritura: «Reparte limosna a los pobres, su justicia es constante, sin falta.» El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia. Siempre seréis ricos para ser generosos, y así, por medio nuestro, se dará gracias a Dios.




  Pablo, nos hablan hoy sobre el compartir sincero y generoso. Para Pablo, los que dan y comparten generosamente y con espontaneidad son ministros de la bondad de Dios. Dan gracias a Dios por lo que ellos mismos han recibido, y se enriquecen todavía más al compartir. La limosna, el dar -y también la oración y el ayuno- deben hacerse honrar a Dios, dice Jesús, no para complacerse en sí mismos o para ser admirado y aplaudido por los demás. Sería bueno para nosotros, para nuestras organizaciones católicas e instituciones de la Iglesia recordar que nosotros no tenemos el monopolio de la caridad, que Dios está presente en cada acto de amor y en cada compartir, aunque no lleven la etiqueta de “cristiano”. El auténtico amor es discreto, como el de Dios.



Si amamos solamente a los que nos aman, hacemos simplemente lo que hace también la gente que no cree. Nunca habríamos de excluir a nadie de nuestro amor, ya que ésta es la señal distintiva de los seguidores de Jesús: “Amar al prójimo como a nosotros mismos.”


 
 
Señor Dios nuestro:
Tú nos concedes que el Espíritu Santo
nos llene generosamente
con múltiples dones.
Y tú quieres que seamos
ministros de tu generosidad
para cada uno de nuestros hermanos.
Ayúdanos a expresarte nuestra gratitud
y a revelar tu bondad
compartiendo lo que somos y tenemos,
con total alegría y sinceridad,
como hizo Jesús, tu Hijo,
que vive y reina contigo
por los siglos de los siglos.
 
 
 

lunes, 15 de junio de 2015

Evangelio según san Mateo (5,38-42):

 
 
 
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.»

 
 
 
 
 Jesús nos dice que no debemos responder al injusto con venganza. El principio  ”Ojo por ojo y diente por diente” no es cristiano. Debemos más bien  sufrir la injusticia y dejar que la gente abuse de nosotros, al menos cuando la injusticia es cometida contra nosotros mismos.  Pero otras partes de la Escritura nos dicen que debemos defender a otros  si han  sido injustamente maltratados y agraviados, como los pobres,  y que debemos luchar contra la injusticia por medio de la bondad y del perdón.  Así es como tenemos que romper la espiral del mal.
 
 
 ¡Romper la espiral de violencia y maldad! Cada uno de nosotros, en nuestro propio lugar, tiene que eliminar el mal: en sí mismo, y,  cuanto nos sea posible,  en nuestra propia familia, ocupación, empleo, círculo de amigos y vecinos, comunidad.
 
 
 
 
Señor, Dios nuestro:
la injusticia que vemos en el mundo
nos disgusta y trastorna.
Perdónanos los disparates que hemos cometido
y no nos permitas contribuir al mal en el mundo
explotando a nuestros hermanos y hermanas
y manipulándolos para nuestros propios intereses.
Más bien enséñanos y ayúdanos a pararnos
para luchar por la integridad y la verdad;
y no reaccionar nunca
si no es con la bondad de nuestros corazones.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.



 
 




jueves, 11 de junio de 2015

Lectura del libro del Deuteronomio (7,6-11):





En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo: «Tú eres un pueblo santo para el Señor, tu Dios: él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor vuestro, por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó de Egipto con mano fuerte y os rescató de la esclavitud, del dominio del Faraón, rey de Egipto. Así sabrás que el Señor, tu Dios, es Dios: el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y guardan sus preceptos, por mil generaciones. Pero paga en su persona a quien lo aborrece, acabando con él. No se hace esperar, paga a quien lo aborrece, en su persona. Pon por obra estos preceptos y los mandatos y decretos que te mando hoy.»


  

 Esta es la verdad fundamental: La iniciativa de amor arranca de Dios. Su amor es gratuito y fiel. El pueblo de Dios está llamado a dar una respuesta libre y gratuita al amor recibido gratuita y generosamente.






  Por pura iniciativa suya, Dios Padre, fuente y origen de todo auténtico amor, nos busca y se nos da a sí mismo. ¿Y quiénes se abren a su amor? No los auto-satisfechos y autosuficientes, porque no sienten necesidad ni de Dios ni de los hombres. Su orgullo les impide aceptar el amor. Pero, por el contrario, los débiles y humildes pueden abrirse al amor de Dios, porque son conscientes de la pobreza de su amor; saben que son frágiles y vulnerables. --- Dios busca nuestra respuesta de amor. Esta respuesta debe incluir necesariamente el que mostremos a los que viven con nosotros un poco del calor del amor que recibimos de él. Deberíamos permitir a los hermanos acercarse a nosotros, como Cristo dejaba a todos acercarse a sí para aliviar sus cargas.


 Oh Dios Padre, Dios con corazón:
Tú has hecho visible tu amor en tu Hijo,
hombre como nosotros excepto en el pecado,
y por medio de él te has unido a nosotros
con un vínculo de amor fiel.
Acepta nuestra acción de gracias
y ayúdanos a reflexionar sobre tu mismo amor,
para que, como tú y como tu Hijo Jesús,
no tengamos miedo de mostrar
afecto y preocupación por nuestros hermanos
y de prestarles generoso servicio
aunque el hacerlo nos traiga inconvenientes.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.



miércoles, 10 de junio de 2015

SALMO 91





Es bueno dar gracias al Señor
y tañer para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras. 



  Esta mañana proclamamos tu misericordia y fidelidad, oh Altísimo, porque tus acciones antiguas son nuestra alegría, y la obra de la liberación del Crucificado el júbilo de nuestro corazón; danos inteligencia para comprender tus profundos designios, y tañeremos para tu gloria ahora y por siempre. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.





  La antigua tradición hebrea reserva una situación particular al salmo 91, que acabamos de proclamar, como el canto del hombre justo a Dios creador. En efecto, el título puesto al Salmo indica que está destinado al día de sábado (cf. v. 1). Por consiguiente, es el himno que se eleva al Señor eterno y excelso cuando, al ponerse el sol del viernes, se entra en la jornada santa de la oración, la contemplación y el descanso sereno del cuerpo y del espíritu.




 Aleja, Señor Jesús, de nosotros nuestro oprobio y haz que tus acciones sean siempre nuestra alegría y nuestro júbilo, las obras de tus manos; que quienes hemos sido plantados por mano apostólica en tu casa sigamos dando fruto por la fe, la esperanza y el amor en los atrios del Padre, nuestro Dios. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos



Segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (3,4-11):




Esta confianza con Dios la tenemos por Cristo. No es que por nosotros mismos estemos capacitados para apuntarnos algo, como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva: no de código escrito, sino de espíritu; porque la ley escrita mata, el Espíritu da vida. Aquel ministerio de muerte –letras grabadas en piedra– se inauguró con gloria; tanto que los israelitas no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su rostro, caduco y todo como era. Pues con cuánta mayor razón el ministerio del Espíritu resplandecerá de gloria. Si el ministerio de la condena se hizo con resplandor, cuánto más resplandecerá el ministerio del perdón. El resplandor aquel ya no es resplandor, eclipsado por esta gloria incomparable. Si lo caduco tuvo su resplandor, figuraos cuál será el de lo permanente.

 

 San Pablo, defendiendo su ministerio contra judíos conversos cristianos que insisten en sus prerrogativas, afirma que la nueva Alianza es superior a la antigua, como el Espíritu vivificador es superior a la ley que engendra muerte.


 Lo que nos importa especialmente a nosotros es que debemos ser conscientes de que vivimos bajo la nueva ley del amor y que el Espíritu Santo liberador nos libera de la servidumbre de la ley.






 Señor Dios nuestro,
tú has tomado la iniciativa de amarnos
y de traernos tu libertad
por medio de tu Hijo Jesucristo.
Enriquécenos con el Espíritu de Jesús,
derrámalo sobre nosotros generosamente, sin medida,
para que no nos escondamos por más tiempo
detrás de tradiciones y de la letra de la ley
para apagar al Espíritu Santo
que quiere hacernos libres.
Que él ensanche nuestro corazón
y estimule nuestra fantasía
para que sepamos descubrir
los numerosos caminos del amor
para cumplir la ley a la perfección.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.