El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis ante Pilato, cuando había declarado soltarlo. Rechazasteis al santo, al justo y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer. Por tanto arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados
Continuamos reflejando los relatos de los Hechos de los Apóstoles, que nos narran los primeros momentos de la Iglesia, tras la Resurrección de Jesucristo. Pedro habla a la multitud de Jerusalén, sin rodeos, presentando la culpabilidad del pueblo y de las autoridades en la muerte de Jesús. Pero les invita, también, al arrepentimiento. Pedro expone con valentía como se ha llevado a cabo el principio de la Redención.
Había un motivo más que suficiente para llenarnos de admiración ante el prodigio que narra esta perícopa. Aquel hombre llevaba años y años inválido, como pobre mendigo que pedía en una de las entradas del Templo, postrado en la puerta Hermosa. Y de pronto se le veía ágil, andando gozoso por entre la gente. Sí, se trataba de un hecho admirable para todos. Pero Pedro quiere dejar bien claro que no ha sido él, por su propio poder, el que ha curado a aquel enfermo. Quiere dejar constancia de que en realidad el milagro se ha verificado por el poder de Cristo, ese mismo que ellos habían entregado a Pilato y le habían acusado hasta conseguir la pena de crucifixión para él.
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