martes, 7 de abril de 2015

ISAÍAS 50, 4-7



Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

 
 
 
"El Señor, Yahveh, me ha abierto el oído, y yo no he resistido, no me he echado atrás". El profeta contempla absorto la figura del siervo paciente de Yahveh. Sus palabras le atraviesan de parte a parte, su figura extraña y grandiosa le emociona profundamente.
"He aquí que mi siervo prosperará, se elevará, crecerá y será magnífico... a su vista los reyes cerrarán la boca, porque verán un suceso no contado jamás, y contemplarán algo inaudito". El siervo de Yahveh. Cristo Jesús cantado en poemas inolvidables por el profeta de los bellos decires... Este pimpollo que brota pujante de la vieja raíz de Jesé, nos asegura, ofrece su vida en expiación, carga con las iniquidades de los hombres y los redime.
"Por eso le daré multitudes por herencia, y gente innumerable recibirá como botín, por haberse entregado a sí mismo a la muerte, y haber sido contado entre los malhechores, él que llevaba los pecados de muchos e intercedía por los malhechores". Días de pasión, días de recuerdo hondo que han de llenar nuestros corazones de sentimiento y de pena ante este Cristo, Señor nuestro, que calla y sufre, que camina por nuestras calles con sus ojos tristes y su carne amoratada. Días para llorar nuestros pecados con dolor de amor herido. Porque somos nosotros los que le hemos puesto así: "Sin gracia ni belleza para atraer la mirada, sin aspecto digno de complacencia".
"Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba " (Is 50, 6). El profeta sigue desgranando su largo lamento: "Despreciado, desecho de la humanidad, varón de dolores, avezado al sufrimiento, como uno ante el cual se oculta el rostro, era despreciado y desestimado. Con todo, eran nuestros sufrimientos los que llevaba, nuestros dolores los que le pesaban... Ha sido traspasado por nuestros pecados, deshecho por nuestras iniquidades; el castigo, el precio de nuestra paz, cae sobre él y a causa de sus llagas hemos sido curados".
¡Y que sigamos pecando, Señor! ¡Que sigamos obstinados en despreciar tu ley, en ofenderte, en devolver odio a cambio de amor...! "Todos nosotros, como ovejas, andábamos errantes, cada cual siguiendo su propio camino. Y Yahveh ha hecho recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros". Así se explica que no nos castigues como merecen nuestras miserables vidas, tan egoístas y mezquinas...
"Era maltratado y se doblegaba, y no abría su boca; como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca...". Pero esto no es más que el primer paso hacia el triunfo final, es la batalla sangrienta que hará posible la victoria y la paz luminosa del futuro. Ante este final gozoso exclamaba de júbilo el profeta: "Oh, qué bellos son, por los montes, los pies del mensajero de albricias que anuncia la paz, que trae la dicha, que anuncia la salvación. Estallad a una en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque Yahveh se compadece de su pueblo y redime a Jerusalén. Yahveh desnuda su brazo santo a los ojos de todos los pueblos, y todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios".
 
 
 
 
El Libro de Isaías, nos muestra al Señor, siempre cerca del que sufre. Para él tiene una palabra de aliento, una mano tendida, una ayuda crucial. Es un relato crucial del Antiguo Testamento para mejor entender la Pasión de Cristo. Es el tercer cántico del Siervo del Señor.
 
 
 
"He aquí que mi siervo prosperará, se elevará, crecerá y será magnífico... a su vista los reyes cerrarán la boca, porque verán un suceso no contado jamás, y contemplarán algo inaudito
 



 

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