En el grupo de los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenían. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor.
Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego, se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
La lectura de hoy es un fragmento del capítulo cuarto de los Hechos de los Apóstoles que nos narra una completa vida en común de los fieles de la primitiva Iglesia de Jerusalén. Todos pensaban y sentían lo mismo. Y reunían los bienes y las posesiones de todos como un patrimonio común. La resurrección del Señor les había unido con un vínculo muy fuerte y lleno de esperanza. ¡Qué lastima que nosotros –hoy—no sigamos así!
Hay muchos niños y jóvenes que no se sienten atraídos por nuestra forma de celebrar rutinaria y triste. Sin embargo, hay muchas comunidades que saben vivir el gozo de la experiencia pascual, que celebraron con entusiasmo la Vigilia Pascual sin mirar al reloj. Ahí se nota que hay algo más que un mero cumplimiento del precepto dominical. ¿Y la paz? La que Jesús nos regala es lo más grande del mundo, es la plenitud de todos los dones del Espíritu. Si la paz reina en nuestro corazón seremos capaces de transmitirla a los demás y de construirla a nuestro alrededor
Los frutos de la resurrección son la alegría, la paz y el testimonio de vida
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