Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad, y no como los escribas.
Hablar de edificar en tiempos de crisis es tarea aventurada y para pocos, y esto tanto en lo material (sólo los que tienen mucho dinero pueden hacerlo) como en lo espiritual. Sin embargo es justamente en la pobreza del espíritu, es decir, en el abandono en Dios, donde se encuentra uno con lo verdaderamente sólido: Jesucristo, “el amigo que nunca falla”, y con nuestra propia realidad que está más allá de nuestros defectos y hasta de nuestros pecados, que es ser sus imágenes y semejanzas suyas, llamadas a ser ¡hijos de Dios!... Hacer de la amistad con Él el fundamento de nuestra vida, de nuestras relaciones con los demás, de nuestras decisiones, es lo que nos da la firmeza de la Roca. Es en el ámbito de esa amistad donde vamos descubriendo, sin asustarnos, lo que realmente somos y lo que estamos llamados a ser.
Vendrán vendavales, tormentas, cruces, pobrezas las llamaba en el comentario a la primera lectura, pero si trabajo por morar donde Él mora en mí o, si ya moro con Él en el hondón del alma, nada de esto podrá quebrarme.
Ser amigo de Él es fruto de estar con Él, de escucharle, de contarle mis cosas y oír lo que me sugiere en su Palabra, en los hechos. Ser amigo de Él supone intentar día tras día poner en práctica lo que su Espíritu suscita en mi corazón.
¿Hago amistad con Cristo? ¿Es la roca firme de mi vida?
Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre
Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad,
han profanado tu santo templo,
han reducido Jerusalén a ruinas.
Echaron los cadáveres de tus siervos
en pasto a las aves del cielo,
y la carne de tus fieles a las fieras de la tierra.
Derramaron su sangre como agua
en torno a Jerusalén, y nadie la enterraba.
Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,
la irrisión y la burla de los que nos rodean.
¿Hasta cuándo, Señor?
¿Vas a estar siempre enojado?
¿Arderá como fuego tu cólera?
No recuerdes contra nosotros
las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados.
Socórrenos, Dios, salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados
a causa de tu nombre.
han profanado tu santo templo,
han reducido Jerusalén a ruinas.
Echaron los cadáveres de tus siervos
en pasto a las aves del cielo,
y la carne de tus fieles a las fieras de la tierra.
Derramaron su sangre como agua
en torno a Jerusalén, y nadie la enterraba.
Fuimos el escarnio de nuestros vecinos,
la irrisión y la burla de los que nos rodean.
¿Hasta cuándo, Señor?
¿Vas a estar siempre enojado?
¿Arderá como fuego tu cólera?
No recuerdes contra nosotros
las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados.
Socórrenos, Dios, salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados
a causa de tu nombre.
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