domingo, 19 de junio de 2016

segundo libro de los Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18

En aquellos días, Salmanasar, rey de Asiría, invadió el país y asedió a Samaria durante tres años. El año noveno de Oseas, el rey de Asiría conquistó Samaria, deportó a los israelitas a Asiría y los instaló en Jalaj, junto al Jabor, río de Gozán, y en las poblaciones de Media. Eso sucedió porque, sirviendo a otros dioses, los israelitas habían pecado contra el Señor, su Dios, que los habla sacado de Egipto, del poder del Faraón, rey de Egipto; procedieron según las costumbres de las naciones que el Señor había expulsado ante ellos y que introdujeron los reyes nombrados por ellos mismos. El Señor había advertido a Israel y Judá por medio de los profetas y videntes: -«Volveos de vuestro mal camino, guardad mis mandatos y preceptos, siguiendo la ley que di a vuestros padres, que les comuniqué por medio de mis siervos, los profetas.» Pero no hicieron caso, sino que se pusieron tercos, como sus padres, que no confiaron en el Señor, su Dios. Rechazaron sus mandatos y el pacto que había hecho el Señor con sus padres, y las advertencias que les hizo. El Señor se irritó tanto contra Israel que los arrojó de su presencia. Sólo quedó la tribu de Judá.

 El relato que nos narra esta lectura de la 2ª de Reyes está inspirado en la dispersión de las tribus de Israel desde Samaria a Asiria. El cronista nos cuenta cómo el rey asirio Salmansar, burlado por el rey Oseas, dispone el exilio y cautiverio de las tribus de Israel en Samaria hacia las tierras asirias. La causa de esta dispersión es la obstinación y el endurecimiento del pueblo frente a los mandatos de Dios. El pueblo de Israel se había olvidado del Dios misericordioso, que los sacó de la esclavitud de Egipto y les dio una heredad para siempre. Ni atendían a Yahvé, ni escuchaban a los diversos profetas del Señor. La incredulidad del Pueblo le hizo culpable del desamparo de Yahvé.

 El cronista interpreta la historia de Israel. El pueblo se olvidó de Dios y Dios dejó de su mano a su Pueblo. Cuando no dejamos que Dios actúe en nuestra vida, en nuestra historia, quedamos a merced de los acontecimientos. Nos falta el cobijo, la ayuda, el sentido que Dios da para superar la adversidad. El Pueblo queda desamparado, perdido, disperso, desnortado. Sólo la referencia de Dios, el actuar en su presencia y con sus normas, guían al Pueblo hacia la tierra de promisión. Volver a los mandatos del Señor significa recuperar el sentido y plenitud que el amor de Dios representa para orientar nuestra vida y nuestra propia historia.

Que tu mano salvadora, Señor, nos responda.

Oh Dios, nos rechazaste
y rompiste nuestras filas;
estabas airado,
pero restáuranos.

Has sacudido y agrietado el país:
repara sus grietas, que se desmorona.
Hiciste sufrir un desastre a tu pueblo,
dándole a beber un vino de vértigo.

Tú, oh Dios, nos has rechazado
y no sales ya con nuestras tropas.
Auxílianos contra el enemigo,
que la ayuda del hombre es inútil.
Con Dios haremos proezas,
él pisoteará a nuestros enemigos. 
 
 

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