miércoles, 8 de junio de 2016

primer libro de los Reyes 18, 41-46






En aquellos días, Elías dijo a Ajab: -«Vete a comer y a beber, que ya se oye el ruido de la lluvia.» Ajab fue a comer y a beber, mientras Elías subía a la cima del Carmelo; allí se encorvó hacia tierra, con el rostro en las rodillas, y ordenó a su criado: -«Sube a otear el mar.» El criado subió, miró y dijo: -«No se ve nada.» Elías ordenó: -«Vuelve otra vez.» El criado volvió siete veces, y a la séptima dijo: -«Sube del mar una nubecilla como la palma de una mano.» Entonces Elías mandó: -«Vete a decirle a Ajab que enganche y se vaya, no le coja la lluvia.» En un instante se oscureció el cielo con nubes empujadas por el viento, y empezó a diluviar. Ajab montó en el carro y marchó a Yezrael. Y Elías, con la fuerza del Señor, se ciñó y fue corriendo delante de Ajab, hasta la entrada de Yezrael. 


 Comienzan estos versículos con la invitación a comer y beber porque había ayunado como preparación al sacrificio y para conseguir la lluvia. Sin embargo Elías se aísla, sube a la cima del monte, se encorva hacia la tierra y pone su rostro entre las rodillas; su cuerpo facilita la oración. Es un hombre de Dios, un contemplativo que gusta de las alturas y de la soledad. Su postura encorvada sobre la montaña para implorar la lluvia se asemeja al recién nacido en el vientre de su madre. Su oración de intercesión por el pueblo extenuado por la sequía, recibe respuesta de Dios que llega en forma de una pequeña nube como la palma de la mano. Una respuesta que se convierte en lluvia abundante y reparadora para un pueblo al límite de sus fuerzas.



La promesa de la lluvia y su cumplimiento es signo de fecundidad. La intercesión de Elías por su pueblo mereció estos beneficios de Dios para con ellos. El mundo actual necesita almas de oración. Pidamos capacidad de discernir los “movimientos de la nube” que guía nuestro camino y reconocer en los signos pequeños y frágiles, la presencia del Señor de la vida y de la esperanza.





Oh Dios, tú mereces un himno en Sión.

Tú cuidas de la tierra,
la riegas y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales.
Riegas los surcos,
igualas los terrenos,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes.
Coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría. 
 
 

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