lunes, 6 de junio de 2016

Mateo 5,13-16



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.» 










Este pasaje del Evangelio es muy conocido y cuando creemos conocer algo tanto, puede que nos perdamos los detalles insignificantes pero no por ello menos importantes.
Ser sal y ser luz, significa dar sentido y valor a la VIDA, sí una vida con mayúsculas, porque la sal no sólo tiene la capacidad de dar sabor, sino de conservar alimentos, algunos usan la sal para crear obras de arte… si le preguntáramos a un invidente por la importancia de la luz en su vida, podríamos creer que nos diría que no la tiene, pero seguro que nos equivocamos porque la luz no sólo alumbra, la luz da calor, la perciben de otra manera, pero la luz para nosotros, según cómo sea, puede dar sentido a mucho de lo que hacemos y a veces necesitamos la ausencia de esa luz para ver mejor, necesitamos la oscuridad para valorar la claridad, necesitamos el silencio para ser conscientes de lo importante que es sentirnos a nosotros mismos.





Está claro que cuando no nos aplicamos el ser luz y sal para nosotros el sentido se amplía, ser sal y luz para los demás es aprender a poner una sonrisa aún en los momentos más complicados, a perdernos a nosotros para ayudar a los demás a encontrar o a encontrarse. Se trata de dar sentido y valor a lo que parece carecerlo, un puñado de sal o una vela pequeña encendida puede que no sean un gran tesoro, pero si eso tan insignificante se lo das a otro puede que le resuelvas situaciones que no pensabas ni que podían existir, alumbrar su camino, darle sabor a lo poco que tiene para comer, poner color a lo que parecía haberlo perdido, colocar una sonrisa en una cara triste.
Ser sal y luz es dar, es darse.
¿Qué sal necesita tu vida? ¿Qué luz te alumbra? ¿Qué haces por los demás?




Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro.

Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración.
Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor,
amaréis la falsedad y buscaréis el engaño?.

Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor,
y el Señor me escuchará cuando lo invoque.
Temblad y no pequéis,
reflexionad en el silencio de vuestro lecho. .

Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?»
Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón
más alegría que si abundara en trigo y en vino. . 





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