jueves, 2 de junio de 2016

Ezequiel 34, 11-16

Así dice el Señor Dios:
«Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro.
Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones.
Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de los países, las traeré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país.
Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes más altos de Israel; se recostarán en fértiles dehesas y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel.
Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-.
Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido.» 


 Lo que es capaz el pastor que ama a sus ovejas. Las cuida, las mima, las protege de los días de nubarrones, las procura el alimento adecuado, las apacienta en pastizales escogidos y pastos jugosos, venda a las heridas, cura a las enfermas, las llama por su nombre… ellas conocen su voz, le siguen.
Y como conoce y cuida de cada una de sus ovejas, así nos conoce y cuida de cada uno de nosotros. Si una oveja se pierde, se extravía, es capaz de dejar “las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra”. Eso es lo que sigue haciendo Jesús con cada uno de nosotros. Así ama el Corazón de Jesús.
Pues todo eso y todo lo que pida el amor hace Cristo Jesús por nosotros, sus seguidores, sus ovejas. “Yo soy el buen pastor, el buen pastor da la vida por las ovejas”. Eso fue lo que hizo Jesús: siendo Dios, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo para amarnos, para servirnos, para dar la vida por nosotros, para gastar su vida a favor nuestro, ofreciéndonos su amor, indicándonos el camino a seguir para que el sentido, la esperanza, la ilusión poblasen nuestro corazón, que no es otro que el camino del amor.

 

 

 Y como sabía de nuestra fortaleza y también de nuestra debilidad, incluida la debilidad en nuestro amor, nos regaló su mismo amor, para que fuésemos capaces de llegar hasta donde del amor pidiese no solo con nuestro humano amor, sino con su mismo y poderoso amor: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. De esta manera podremos amar a Dios, a nuestros hermanos y a nosotros mismos.




El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. 
 Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque caminé por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. 
 Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. 
 Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término.





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