jueves, 15 de septiembre de 2016
Lc 8, 1-3 Rompiendo Estereotipos
En aquel tiempo, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.
En el Antiguo Testamento encontramos muchos relatos que discriminan la mujer. En el tiempo de Esdras, hubo un crecimiento de la marginalización a las mujeres por parte de las autoridades religiosas (Es 9,1 - 10,44), pero también muchas mujeres se resistían contra su exclusión como aparece en las historias de Judit, Ester, Ruth, Noemí, Susana, la Salamita y de tantas otras.
En la época en que fue escrito el Nuevo Testamento, la mujer en Palestina estaba en una situación de inferioridad. De muchas maneras las mujeres eran ciudadanas de segunda clase, no participaba en la Sinagoga, eran consideradas propiedad del hombre como un objeto y no podía ser testigo en la vida pública. Como sabemos, la mujer siempre ha sido objeto de discriminación en muchas sociedades, en el tiempo de Jesús y aún hoy.
El Evangelio de Lucas siempre fue considerado el Evangelio de las mujeres, en él encontramos muchos relatos que nos presentan la relación de Jesús con ese grupo marginado en su tiempo - las mujeres.
Aunque las mujeres sean subordinadas en esa sociedad, hacen un papel muy importante en este Evangelio, desde el principio, y continuarán cumpliendo un papel importante en la secuencia de Lucas, en su segundo Libro (Hechos).
La conducta de Jesús para con ellas quiere provocar un cambio de mirada y actitudes. Jesús es un hombre libre y es Dios que viene a liberar a todos los excluidos, marginados, por eso las toca y se deja tocar por ellas, sin miedo de ser contaminado”, juzgado (Lc 7,38-39). Con sus actitudes Jesús rompe los esquemas machistas y excluyentes – acepta a las mujeres como sus seguidoras y discípulas (Lc 8,3). La fuerza liberadora de Dios, que obra en Jesús, hace que las mujeres se levanten y asuman su dignidad, sin miedo de los comentarios de aquellos que no han entendido la propuesta de Jesús: la fraternidad universal, donde todos son iguales en dignidad y en derechos.
El texto de hoy (Lc 7,36- 50) nos habla de la mujer que llega a la casa de Simón, el fariseo y fue acogida por Jesús, su actitud para con esa mujer fue sorprendente. En el episodio de la mujer del perfume emergen el inconformismo y la resistencia de las mujeres, en el día a día, de la vida y de la acogida que Jesús les daba.
En los Evangelios, encontramos varias listas con los nombres de los 12 discípulos que seguían Jesús. Al final del texto del Evangelio de hoy (Lc 8,1-3) encontramos los nombres de tres mujeres que también seguían a Jesús. En todo su conjunto, en los cuatro Evangelios encontramos siete nombres de estas mujeres (María, la Madre de Jesús, María Magdalena, Juana, Susana, Salomé, María, madre de Santiago) que, como los hombres, han dejado todo para seguir al Maestro.
Era común que las mujeres mantuvieran y ayudaran a predicadores itinerantes, pero que dejaran sus casas para acompañarlos era considerado un escándalo en esa cultura. No obstante, es lo que hicieron estas mujeres que Lucas aquí conecta con los doce discípulos. Ellas, arriesgaron todo por seguir Jesús, pues reconocen en Él al Maestro y al Hijo de Dios que vino a instaurar, en nuestro mundo, nuevas relaciones basadas en la dignidad y en la fraternidad, donde todos hombres y mujeres, somos llamadas/ dos al discipulado e invitados a construir el Reino y Predicar su Palabra, proclamando la misericordia y la compasión de Dios para con la humanidad.
Todo acontece en la casa de Simón, el fariseo, judío practicante que había invitado a Jesús a comer. Son tres personas que se encuentran Jesús, Simón, y la mujer de la que decían que era pecadora.
Las actitudes son diferentes: la mujer demuestra su amor, su gratitud; Jesús acoge, perdona y valora sus gestos, Simón observando todo, critica a Jesús y condena a la mujer: "Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.” (39)
Los gestos de la mujer, provoca una reflexión, ella rompe los estereotipos que se le imponen, no está preocupada por lo que van a hablar de ella. Soltar los cabellos en público era un gesto de independencia. Jesús no se retrae, ni aleja a la mujer, sino que acoge su gesto.
A partir de esos gestos y del juicio del fariseo Jesús cuenta una parábola para que Simón descubra la intensidad de su amor. Lucas (7,41-43). La parábola supone que los dos, tanto el fariseo como la mujer, habían recibido algún favor de Jesús. En la actitud que los dos toman ante Jesús, muestran cómo apreciaban el favor recibido. El fariseo muestra su amor, su gratitud, invitando a Jesús a que coma con él. La mujer muestra su amor incondicional, su gratitud, mediante las lágrimas, los besos y el perfume; ese encuentro les devolvió su dignidad, tienen los mismos gestos de Jesús en la última cena (se arrodilla, lava los pies…), demostrando su amor incondicional por la humanidad.
El fariseo pensaba que no tenía pecado, pues observaba en toda la ley, pero tenía poco amor.
En cambio, la mujer fue perdonada: "Tu fe te ha salvado. ¡Vete en paz!". A partir de la Fe, de su confianza en Jesús, ella pudo encontrarse con sí misma, con los otros y con Dios.
La actitud de Jesús es la misma para con todos, su amor no excluye a nadie, perdona a hombres y mujeres, a los autosuficientes y a aquellos /as que se arrodillan reconociendo su fragilidad. Que el Señor nos ayude a escuchar su Palabra y empaparnos de su sabiduría, para no juzgar a nadie acogiendo su perdón y ofreciendo a todos sin medida, pues a quien mucho ama, mucho se le perdona.
Señor Jesús, tu que diste la bienvenida tan cálida a los pequeños y humillados, a las mujeres y a los que no cuentan en este mundo, ayúdanos a tener las mismas actitudes que tuviste, acogiendo y reconociendo la dignidad de todos aquellos y aquellas que aún hoy siguen siendo marginados y excluidos. Eso es lo que te pedimos a ti que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo. Amén
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