miércoles, 7 de septiembre de 2016

1 Cor 7:29-31 la vida es corta


Hermanos, les quiero decir una cosa: la vida es corta. Por lo tanto, conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no compraran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque este mundo que vemos es pasajero




 Corinto capital de la provincia romana de Acaya, era una ciudad con una población cosmopolita de inmigrantes de todas partes del Imperio Romano. Su situación geográfica entre el mar Jónico y el Egeo hizo un centro administrativo y económico de primer orden. Por esto, era una ciudad floreciente con edificios suntuosos. En un mundo pagano ya notoriamente tolerante del libertinaje, a la prosperidad económica se unía la vida licenciosa. Este clima también afectará a la comunidad cristiana fundada por el Apóstol. Esta comunidad presenta en ella no sólo problemas morales, sino también eclesiales.

Para comprender mejor el pasaje que la liturgia de hoy nos ofrece, es necesario describir, en primer lugar, la eclesiología paulina y en segundo lugar, la ubicación del pasaje dentro de la carta. Concisamente, para el Santo Apóstol, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo: Cristo es la cabeza, nosotros, los cristianos, somos sus miembros y cada uno tiene su propia función. La Iglesia, entonces, es un organismo maravilloso, que recibiendo la influencia vivificante de Cristo Cabeza, crece siempre más en solidez espiritual y también en cantidad numérica.


 “Somos el edificio de Dios del cual Jesucristo es el cimiento”. Por el Bautismo somos regenerados como Hijos de Dios y nosotros, su Pueblo, tenemos que construir nuestra vida espiritual, nuestra vi-da eclesial sobre el cimiento: Jesucristo. Construir nuestra vida espiritual sobre Jesucristo significa poner siempre a Cristo al centro de nuestra vida, escuchar su Palabra y vivirla cada día. Debemos prestar atención, tenemos que escuchar su Palabra, no nuestra palabra o de la del mundo. El riesgo de escuchar otras palabras distintas de la de Jesucristo es muy real. Por eso el apóstol Pablo nos in-vita a ver con cuidado cómo construimos. Tengamos cuidado de no caer en el error de los corintios: olvidándose del cimiento, Jesucristo, eligieron a otros como cimiento de sus vidas, otros como Pa-blo, Apolo, Cefas o, incluso, habían instrumentalizado a Jesucristo mismo. Tal peligro no está supe-rado. El cimiento falso puede ser las propias ideas, la ideología dominante, el ideologizar también a Jesucristo, instrumentalizándolo para propios intereses etc. Jesucristo es Dios, es el cimiento del edificio, no una ideología. El poner otros cimientos también afecta la vida de la Iglesia. De ahí nacen la discordia y la división, que no son de Dios, sino del diablo. La división destruye a la comunidad y dado que la santidad de Dios está en las personas, la división se convierte en sacrilegio. Por esta razón, para indicar la gravedad del acto, el Apóstol, con un lenguaje muy fuerte, añade: “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1 Co 3,17). “Somos el edificio de Dios del cual Jesucristo es el cimiento”. Prestamos atención todos los días a cómo construimos este edificio. Construimos de manera sólida si dejamos que Jesucristo sea el cimiento, porque Él es la roca, la piedra angular, en Él como nos recuerda el Apóstol, la construcción se eleva hasta formar un templo santo.

 Señor Dios nuestro, te damos gracias porque mediante el Bautismo nos has hecho un edificio tuyo. Ayúdanos cada día a escuchar tu palabra y a ponerla en práctica para construir este edificio sobre bases sólidas. Haz que esta verdad de fe, que somos tu edificio del cual Jesucristo es el cimiento, ilumine siempre cada día nuestra vida para ser en el mundo testigos de tu amor y de tu misericordia. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor que vive y reina por los siglos de los siglos. Amen. 


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