En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: «Los
discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos
también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber.» Jesús les contestó:
«¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con
ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán.» Y
añadió esta parábola: «Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para
ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no
le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino
nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino
nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues
dirá: "Está bueno el añejo."»
Desde el inicio del ministerio de Jesús (Lc 4, 14-21), San Lucas nos
presenta al Señor en plena actividad: viaje a Cafarnaúm, milagros,
llamamiento de un pecador como su discípulo… ahora, Jesús interpela a
sus discípulos dando un nuevo sentido a una práctica religiosa: el
ayuno.
La práctica del ayuno era conocida por los hombres la Biblia como lo
muestran muchos versículos del Antiguo Testamento. Es una práctica
religiosa que está casi siempre unida a la oración (los discípulos
también hablan de ayuno y oración). Jesús, como leemos en el evangelio
según San Mateos (6,16-18), texto con el cual la Iglesia empieza el
tiempo cuaresmal, propone el ayuno, pero con el cuidado de que este no
sea una promoción personal.
La solicitud de los discípulos hace eco, en cierto modo, de la voluntad
de Israel de tener un rey como le tenían los otros pueblos (como leemos
en el primer libro de Samuel o en Jueces). Como los discípulos de Juan
Bautista o los fariseos, a los discípulos les gustaría que el Señor les
hable del ayuno y de la oración. Jesús aprovecha esta oportunidad de
hablar de su identidad (Él es el “novio” esperado, el Mesías) y del
carácter totalmente nuevo de su Evangelio que conduce a una vida también
totalmente nueva.
Orígenes, importante pensador de la Iglesia primitiva, utilizaba estos
versículos de San Lucas para hablar de la efusión del Espíritu Santo: el
vino nuevo, el Espíritu, necesita de nuevos odres, la humanidad
redimida por la Pascua del Señor. De este modo, Orígenes habla de la
unión profunda entre Pascua y Pentecostés.
La vida nueva del Evangelio nos pide una renovación total de nosotros
mismos, y de las estructuras en las que nos encontramos. Podremos decir
que el Evangelio critica una cultura para que esta se transforme en una
cultura más humana. Aprendemos cada día
que, para vivir este don de Dios (la misericordia), es necesario cambiar
nuestras concepciones de justicia, de fraternidad, de amor proprio.
Jesús nos habla hoy de conversión. Conocemos el adagio eclesiástico:
Ecclesia semper reformanda (la Iglesia está siempre en reforma).
Podremos decir lo mismo para cada cristiano: estamos siempre en el
camino de conversión. Como decía John Henry Newman, teólogo y
cardenal inglés del siglo XIX, “vivir en este mundo es cambiar”.
En algunos momentos de nuestra vida, sentimos los cambios con más
fuerza. Son los momentos de quebrar los antiguos odres, de tomar
decisiones importantes. Pero, también a cada día, cambiamos los odres,
poco a poco. A veces, no lo percibimos, pero el Espíritu nos guía en
este cambio, llamado vida cristiana.
Señor, danos coraje y libertad para seguirte, para romper las cadenas de
todo lo que es contrario a tu Amor y tu Paz. Que dejemos que tu
Espíritu de Amor, día a día, cambie nuestra vida en odres nuevos, para
que te recibamos plenamente. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor y
hermano, que es Dios contigo en la unidad con el Espírito Santo. Amén
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