jueves, 1 de septiembre de 2016

Lc 5, 33-39 “A vino nuevo, odres nuevos”

En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: «Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber.» Jesús les contestó: «¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán.» Y añadió esta parábola: «Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: "Está bueno el añejo."»





 Desde el inicio del ministerio de Jesús (Lc 4, 14-21), San Lucas nos presenta al Señor en plena actividad: viaje a Cafarnaúm, milagros, llamamiento de un pecador como su discípulo… ahora, Jesús interpela a sus discípulos dando un nuevo sentido a una práctica religiosa: el ayuno.

La práctica del ayuno era conocida por los hombres la Biblia como lo muestran muchos versículos del Antiguo Testamento. Es una práctica religiosa que está casi siempre unida a la oración (los discípulos también hablan de ayuno y oración). Jesús, como leemos en el evangelio según San Mateos (6,16-18), texto con el cual la Iglesia empieza el tiempo cuaresmal, propone el ayuno, pero con el cuidado de que este no sea una promoción personal.

La solicitud de los discípulos hace eco, en cierto modo, de la voluntad de Israel de tener un rey como le tenían los otros pueblos (como leemos en el primer libro de Samuel o en Jueces). Como los discípulos de Juan Bautista o los fariseos, a los discípulos les gustaría que el Señor les hable del ayuno y de la oración. Jesús aprovecha esta oportunidad de hablar de su identidad (Él es el “novio” esperado, el Mesías) y del carácter totalmente nuevo de su Evangelio que conduce a una vida también totalmente nueva.






Orígenes, importante pensador de la Iglesia primitiva, utilizaba estos versículos de San Lucas para hablar de la efusión del Espíritu Santo: el vino nuevo, el Espíritu, necesita de nuevos odres, la humanidad redimida por la Pascua del Señor. De este modo, Orígenes habla de la unión profunda entre Pascua y Pentecostés.

La vida nueva del Evangelio nos pide una renovación total de nosotros mismos, y de las estructuras en las que nos encontramos. Podremos decir que el Evangelio critica una cultura para que esta se transforme en una cultura más humana.  Aprendemos cada día que, para vivir este don de Dios (la misericordia), es necesario cambiar nuestras concepciones de justicia, de fraternidad, de amor proprio.

Jesús nos habla hoy de conversión. Conocemos el adagio eclesiástico: Ecclesia semper reformanda (la Iglesia está siempre en reforma). Podremos decir lo mismo para cada cristiano: estamos siempre en el camino de conversión. Como decía  John Henry Newman, teólogo y cardenal inglés del siglo XIX, “vivir en este mundo es cambiar”.

En algunos momentos de nuestra vida, sentimos los cambios con más fuerza. Son los momentos de quebrar los antiguos odres, de tomar decisiones importantes. Pero, también a cada día, cambiamos los odres, poco a poco. A veces, no lo percibimos, pero el Espíritu nos guía en este cambio, llamado vida cristiana.




 Señor, danos coraje y libertad para seguirte, para romper las cadenas de todo lo que es contrario a tu Amor y tu Paz. Que dejemos que tu Espíritu de Amor, día a día, cambie nuestra vida en odres nuevos, para que te recibamos plenamente. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor y hermano, que es Dios contigo en la unidad con el Espírito Santo. Amén







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