lunes, 14 de diciembre de 2015

Números 24,2-7.15-17a:



En aquellos días, Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus.
El espíritu de Dios vino sobre él, y entonó sus versos: «Oráculo, de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su simiente. Su rey es más alto que Agag, y su reino descuella.»
Y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel.»





En este relato del libro de los Números, vemos cómo el pueblo de Israel, una vez ha entrado en la tierra prometida, va conquistando poco a poco las ciudades. En esta ocasión Balac, rey de Moab, llama a Balaán, que es un adivino, para que maldiga a los Israelitas, les desee desdichas y pueda así librarse de la amenaza que se cierne sobre su pueblo.
Balaán se encomienda a Dios para que lo ilumine y únicamente puede cantar alabanzas del pueblo de Israel y, aún es más, se atreve a predecir que se alzará un Rey entre los Israelitas, probablemente David, que someterá al pueblo de Moab.
Aquí vemos cómo muchas veces los deseos se vuelven contra nosotros. En este caso Balac deseaba que el adivino transformado en profeta diera malos augurios a los que les amenazaban y cercaban, pero Balaán dice que solamente puede transmitir las palabras que Dios pone en su boca, que es todo lo contrario de lo que deseaba el rey de los moabitas.
Indudablemente, los deseos de los hombres no coinciden con los deseos de Dios.
En múltiples ocasiones, quizás guiados por el egoísmo o el miedo, intentamos conseguir cosas que luego no se materializan o nos sale al contrario de lo que deseamos.
Confiemos, pues, que Dios nos orientará hacia el camino que más nos conviene y hagamos como nos dice el salmista: «Señor enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas.»





 Preparad vuestro corazón con el fin de que el Divino Verbo hecho carne pueda nacer en él de modo espiritual. (San Pabo de la Cruz)



Señor, instrúyeme en tus sendas


Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.
El Señor es bueno y es recto,
enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.



No hay comentarios:

Publicar un comentario