miércoles, 2 de diciembre de 2015

Isaías 25,6-10:



Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. Lo ha dicho el Señor.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.»



Esperanza y utopía. Esperanza porque no esperamos algo etéreo e intangible, sino lo que Jesús hizo y sigue haciendo realidad. Y, porque se sigue realizando, no está terminado, lo seguimos reflexionando y viviendo. Y es también utopía, porque, puestos a soñar, nunca hubiéramos llegado a imaginar un Dios haciéndose humano para, desde nosotros mismos, curarnos y salvarnos.
Esto nos lo cuenta Isaías “con los ojos de Dios” y con su corazón de poeta. Estamos invitados a un banquete en el monte Sión; y ya no habrá “recortes”, paro, crisis económicas, actos terroristas ni problemas con “los divorciados vueltos a casar”. Los refugiados serán ciudadanos de pleno derecho. Todo será paz, alegría, solidaridad y fraternidad.
Utopía en esperanza, que no defrauda; pero esperanza. Hasta que llegue, nos adentramos un año más en el Adviento, y dirigimos nuestra mirada hacia el que viene, cuyo rostro inequívoco nos lo van mostrando los profetas e Isaías en particular. Sin renunciar a la utopía, y viviendo, particularmente, la esperanza adventual.



"Si tú, siervo de Dios, estás preocupado por algo, inmediatamente debes recurrir a la oración y permanecer ante el Señor hasta que te devuelva la alegría de su Salvación" (San Francisco de Asis )


Salmo 22,1-3a.3b-4.5.6 

Habitaré en la casa del Señor por años sin término


El Señor es mi pastor, nada me falta: 
en verdes praderas me hace recostar; 
me conduce hacia fuentes tranquilas 
y repara mis fuerzas. 

Me guía por el sendero justo, 
por el honor de su nombre. 
Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo: 
tu vara y tu cayado me sosiegan. 

Preparas una mesa ante mí, 
enfrente de mis enemigos; 
me unges la cabeza con perfume, 
y mi copa rebosa. 

Tu bondad y tu misericordia me acompañan 
todos los días de mi vida, 
y habitaré en la casa del Señor 
por años sin término. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario