Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. Lo ha dicho el Señor.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.»
Esperanza y utopía. Esperanza porque no esperamos algo etéreo e intangible, sino lo que Jesús hizo y sigue haciendo realidad. Y, porque se sigue realizando, no está terminado, lo seguimos reflexionando y viviendo. Y es también utopía, porque, puestos a soñar, nunca hubiéramos llegado a imaginar un Dios haciéndose humano para, desde nosotros mismos, curarnos y salvarnos.
Esto nos lo cuenta Isaías “con los ojos de Dios” y con su corazón de poeta. Estamos invitados a un banquete en el monte Sión; y ya no habrá “recortes”, paro, crisis económicas, actos terroristas ni problemas con “los divorciados vueltos a casar”. Los refugiados serán ciudadanos de pleno derecho. Todo será paz, alegría, solidaridad y fraternidad.
Utopía en esperanza, que no defrauda; pero esperanza. Hasta que llegue, nos adentramos un año más en el Adviento, y dirigimos nuestra mirada hacia el que viene, cuyo rostro inequívoco nos lo van mostrando los profetas e Isaías en particular. Sin renunciar a la utopía, y viviendo, particularmente, la esperanza adventual.
"Si tú, siervo de Dios, estás preocupado por algo, inmediatamente debes recurrir a la oración y permanecer ante el Señor hasta que te devuelva la alegría de su Salvación" (San Francisco de Asis )
Salmo 22,1-3a.3b-4.5.6
Habitaré en la casa del Señor por años sin término
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
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