Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
Con frecuencia, las dificultades y angustias de la vida nos hacen experimentar nuestra propia debilidad. Atrapados en trampas que nosotros mismos tejemos pedimos imposibles a la vida, esperando de ella lo que nosotros no somos capaces de darle. Y nos preguntamos, ¿por qué Dios lo permite? Hombres libres nos hizo y como hombres libres nos respeta y acompaña. Somos dueños de nuestras propias elecciones. A nadie hay que culpar. Pero Él sigue ahí y, al final, su soplo nos inspira hasta sacarnos de nuestras tribulaciones o, tal vez, nos inspira nuevas formas de afrontarlas, nosotros mismos. Por eso, siempre «nuestro auxilio es el nombre del Señor que hizo el cielo y la tierra.»
Predicar el evangelio en todo momento y cuando sea necesario usar palabras.
(San Francisco de Asis)
Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros. R/.
Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes. R/.
La trampa se rompió, y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R/.
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros. R/.
Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes. R/.
La trampa se rompió, y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R/.
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